-Vamos a la casa del árbol, el piso está
firme, Juan se encargó-. Necesitaba un lugar alto y alejado para contar el
documento que encontré en el fondo del lavarropas. Cuando el calor secó las
hojas se vio bien clara la foto de un viejo nazi, con la misma cara de mi
marido. No pude esperar, llamé a su oficina. Una voz que parecía grabada dijo
que el Sr. Gutenberg hacía una semana que no concurría.
Apareció tarde, justificó su ausencia por
un encargo laboral de último momento. Le dije que hacía una semana que no
concurría a la oficina. Él quedó mustio –Es un trabajo ultrasecreto, no lo
comentes ni con vos misma-.
-¿De
qué se trata el secreto?- le pregunté-. –Se trata de un secreto, eso es todo-.
Mi amiga preguntó -¿Y porqué soy yo la
depositaria de tu historia?-. –Te elegí porque nos llevamos mal durante todos
nuestros estudios. Me quitaste dos novios. Mentías a las otras acerca de mi
vida. Me odiabas. Sé que no tendrás escrúpulos en aconsejarme qué hacer-.
Otto estaba sentado en su escritorio
cuando entré y le arrojé los documentos. –Son de mi bisabuelo. ¿Dónde los
encontraste?-. Él hacía un trabajo de investigación junto a otros compañeros,
con bisabuelos nazis, habían logrado tres hallazgos de criminales judíos.
Otto era el encargado de las
ejecuciones. No pude decir nada –Por eso te invité a la casa del árbol, ¿qué
harías en mi lugar?-. Parece que Juan no resultó buen carpintero, el piso de la
casita se derrumbó en el momento de las sugerencias.
Primero cayó mi amiga, luego yo. El
tablón más grande planchó a mi amiga para siempre.
Juan se encargó de la “limpieza”.
Nos invitaron a una cena con el General
Maltempi en el Ministerio de Guerra.
Enyesada y magullada, asistí. Me emocioné,
hasta las lágrimas, cuando fuimos anunciados igual que reyes:
–Señor
Otto Gutenberg y su Señora esposa, Sara Flijman-.

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