miércoles, 30 de abril de 2014

AJENO

Contesto entre eructando y exaltado. Después de un eructo nadie puede tomar en serio lo que diga, por más erudito que sea. Si desde otro lugar alguien toma la palabra y alguien se tira un pedo, todos sentirán un asco atmosférico y acá no pasó nada. Por eso a mi no me gusta hablar cuando me dan la palabra, o ser invitado a contestar.

      El libro fue una casualidad, pero me llevé los laureles que como todos saben son eternos.
      Aparecieron los medios, preguntaron cómo me sentía, dije – Ajeno-.  Me había enamorado tanto del libro que hasta lo defendí. Cuando se abalanzaron sobre mí, tuve cincuenta personas en la cara. Había mal aliento y un decente que se lavó los dientes. Uno me tocó el culo, no dije nada, a lo mejor fue sin querer.


      Era un homenaje sorpresa, me tiraron huevos, harina, arrope, dulce de leche, por ser novato en el arte de la escritura. Se mezclaron el asco con el odio y empecé a largar patadas y morder. Justo llegaron los enfermeros, me metieron en una ambulancia. Ellos dieron permiso en el centro de salud, para festejar el libro. Me preguntó un enfermero cómo me sentía y le dije – Ajeno-.        

EL LUGAR


      En el escritorio hay pilas de libros, no los ordeno porque después los tengo que apilar de nuevo. Tengo carteles con frases polenta en las paredes que rodean el escritorio. Excedido en cuadernos escritos, hojas sueltas con poemas breves cenicero ceniza humo puchos. Planos caseros. Futuras reformas. Papelitos rotos con una palabra y su significado.

      Los libros se mudaron al piso, mis cuadernos al altillo, el escritorio creció en papeles con números, cuadernos con gastos, carpetas con resúmenes de cuentas. Desaparecieron los carteles de frases y sus lugares fueron ocupados por vencimientos, cobros, pagos.  Algunos despertaban con la sensación de vivir en una pesadilla, superior a la que estaban soñando.

       Y yo, desde este lado, prisionero de otro tiempo.
      Pude vender el escritorio que fabricó el padre de Favaloro, excelente ebanista.

      No hay nada sobre él, hasta los cajoncitos hacen ruido porque se sienten solos. La casa está vacía y yo aquí en la silla, con un pasaje, miré la hora y escuché el taxi. Antes de subir pensé en el escritorio. Sabe cosas íntimas como cuando tía Clara y mi padre...de eso no voy a contar nada. El nuevo dueño me preguntó si era fuerte. ¡Cómo no iba a ser fuerte con la cantidad de vida que tuvo encima!