miércoles, 22 de octubre de 2014

BELLAS ARTES 1978



      No quiero ser un escultor común, necesito ser el mejor. Que mis compañeros admiren mis trabajos, que no tengan palabras para el elogio fácil. Dejarlos mudos frente a la obra terminada. El trabajo realizado en bronce, a la cera perdida. Hay cosas que no comprendo, se burlan de mi aspecto de gordo enano y rengo. No tienen piedad, hasta mis bocetos carecen de interés para ellos. Se ríen con descaro cuando los profesores quedan boquiabiertos frente a mil ideas vanguardistas fluyendo de mis manos.

      Paso días sin comer ni dormir hasta quedar conforme con cada proyecto. Voy a la facultad, prefiero trabajar en sus talleres, hay materiales que obtengo gratis, mi situación económica impide comprar lo necesario. Al amanecer lloro, presiento las burlas de los compañeros. Me lavo los ojos con agua helada para no hacer notable el dolor de no ser nadie para ellos. Hoy llegué más temprano y allí estaba, se llama Paloma. Daba vueltas alrededor de una estructura que empecé ayer. Me dio un beso en la mejilla. – Éste trabajo es excelente. Hace tiempo que miro tus trabajos y no me explico porqué estos boludos te denostan-. Era tan linda y dulce, casi desmayo. Nadie me habló así nunca.

      - Te llamás Eric, ya sé, vamos al bar y tomamos un cafecito y fumamos un pucho ¿querés?-. Me dio vértigo la invitación, era como estar cerca de un ángel. Dijo que tenía oro en mis manos y con el tiempo, seguramente, sería millonario. Nos reímos al unísono.

     Invité a Paloma a mi casa para ver obras concluidas. Le dio un ataque de asombro y alegría. Pregunté los nombres de mis compañeros burlones, por saber nomás. Con la ingenuidad de lo no contaminado me contó de Omar que era más bolche que artista. De Viviana, con esa cara de nomeolvides captaba gente para ir a pelear a Bolivia. De Celita, cuyo mantra era “Acción, acción por la revolución”. Las gemelas, que trabajaban captando compañeros para un grupo que suponían que los cambios provendrían de acopio de armas

      -¿Y vos Paloma, adónde pertenecés?-. Ella me miró con ojos de triunfo y con voz de paloma relató acerca de sus ancestros anarquistas, algo genético que la mantenía despierta para “hacer mierda a éstos genocidas hijos de puta”. Le brillaban los ojos con todas las estrellas del mundo y más. La abracé y le dí un beso que ella aceptó como si no fuera petiso rengo y gordo.

      Traté de dejar a Paloma última.
       Dí parte de Omar, de Viviana, de Celita, de las gemelas. Con Paloma fue distinto, en un bar de Buenos Aires, ella estaba con una amiga, me acerqué despacio, se sorprendió.

        Le pedí que me siguiera, subimos al auto que nos esperaba. Le puse una píldora en la mano, nadie del auto se dio cuenta. Yo me volví a La Plata. Solo.

domingo, 12 de octubre de 2014

NOS, LOS REPRESENTANTES


      Me trasladé hasta la proveniencia del sonido. Era una campana oxidada sin badajo. Encontré el gorro de Pili entre juncos y totoras. – No te preocupes, ya ves, yo no pienso en tánatos, pienso en algún viaje cuentapropista. Y risas de la mano o juntando sapitos mari-mari – Dijo Chari. Yolanda tenía tres hijos molestos que trabaron amistad con los otros chicos del barrio cerrado. Habían formado una logia infantil y consiguieron un entrenador que los acompañaba a recorrer lugares, fuera de su encierro.

      La tarde del cinco de agosto ninguno volvió a su casa. Las madres fueron a la casa del entrenador. Contó que los chicos habían decidido algo. No sabía cómo definirlo. Tenían ojos de fuga y nervios que preceden a los cambios sin destino. Cansado de seguirlos se echó a dormir cerca del arroyo. Pensó que volvieron a sus casas, se rascaba la cabeza. Chari que se los vio. Lo acusó de contagiar a los chicos con eso. Todos tenían piojos, por él.
     El marido de Yolanda fue a la comisaría, estaba tapera. Llegó a la segunda y no había nadie. En la tercera encontró un cartel: cerrado por deudas salariales. El papá de Pili llegó a una abierta, al finalizar el relato un gordo con olor a pizza fría, le dijo que pasa todos los días, no tenían tiempo de ocuparse de este caso. Bastante trabajo con las manifestaciones, los empresarios que los mandaban a repartir drogas a domicilio. Lo sacó de la comisaría con palmadas en la espalda, un tanto agresivas. Hicieron una reunión de padres para decidir qué hacer. Las madres abandonaron sus pañuelos mojados de lágrimas, para opinar. Chari se superpuso al descontrol del marido, que quería matar al entrenador. Dijo que ella tenía cuatro hijos más, dos menos era un gran alivio. Siguió Yolanda, al lado estaba su marido, casi raquítico. – Yo creo en dios, él nunca me deseó hijos. Menos tres. Me hacían la vida imposible-. – Ahora estamos como queremos,- dijo el raquítico convencido-. Quedé atontada con lo que decían aquellas bestias y apreté el gorro de Pili. Sentí un ruido a papel dentro del gorro, una nota dirigida a mí: “Mami, volveré y seré millones.”
      A la semana el barrio cerrado fue invadido por encapuchados enanos y de colores. Portaban metralletas.
      Rodearon todas las casas y se llevaron elementos de computación, dólares, euros, papelitos y juguetes de última generación.

      Realizaron disparos al aire con silenciador. Los esperaba un camión blanco. Ya cargados, partieron. A Chari le pareció que el entrenador conducía. Nadie la escuchó, se fueron a dormir y le pidieron a Chari que se tomara un Valium.