No quiero ser un escultor común, necesito
ser el mejor. Que mis compañeros admiren mis trabajos, que no tengan palabras
para el elogio fácil. Dejarlos mudos frente a la obra terminada. El trabajo
realizado en bronce, a la cera perdida. Hay cosas que no comprendo, se burlan
de mi aspecto de gordo enano y rengo. No tienen piedad, hasta mis bocetos
carecen de interés para ellos. Se ríen con descaro cuando los profesores quedan
boquiabiertos frente a mil ideas vanguardistas fluyendo de mis manos.
Paso días sin comer ni dormir hasta
quedar conforme con cada proyecto. Voy a la facultad, prefiero trabajar en sus
talleres, hay materiales que obtengo gratis, mi situación económica impide
comprar lo necesario. Al amanecer lloro, presiento las burlas de los
compañeros. Me lavo los ojos con agua helada para no hacer notable el dolor de
no ser nadie para ellos. Hoy llegué más temprano y allí estaba, se llama
Paloma. Daba vueltas alrededor de una estructura que empecé ayer. Me dio un
beso en la mejilla. – Éste trabajo es excelente. Hace tiempo que miro tus
trabajos y no me explico porqué estos boludos te denostan-. Era tan linda y
dulce, casi desmayo. Nadie me habló así nunca.
- Te llamás Eric, ya sé, vamos al bar y
tomamos un cafecito y fumamos un pucho ¿querés?-. Me dio vértigo la invitación,
era como estar cerca de un ángel. Dijo que tenía oro en mis manos y con el
tiempo, seguramente, sería millonario. Nos reímos al unísono.
Invité a Paloma a mi casa para ver obras
concluidas. Le dio un ataque de asombro y alegría. Pregunté los nombres de mis
compañeros burlones, por saber nomás. Con la ingenuidad de lo no contaminado me
contó de Omar que era más bolche que artista. De Viviana, con esa cara de
nomeolvides captaba gente para ir a pelear a Bolivia. De Celita, cuyo mantra
era “Acción, acción por la revolución”. Las gemelas, que trabajaban captando
compañeros para un grupo que suponían que los cambios provendrían de acopio de
armas
-¿Y vos Paloma, adónde pertenecés?-. Ella
me miró con ojos de triunfo y con voz de paloma relató acerca de sus ancestros
anarquistas, algo genético que la mantenía despierta para “hacer mierda a éstos
genocidas hijos de puta”. Le brillaban los ojos con todas las estrellas del
mundo y más. La abracé y le dí un beso que ella aceptó como si no fuera petiso
rengo y gordo.
Traté de dejar a Paloma última.
Dí parte de Omar, de Viviana, de Celita,
de las gemelas. Con Paloma fue distinto, en un bar de Buenos Aires, ella estaba
con una amiga, me acerqué despacio, se sorprendió.
Le pedí que me siguiera, subimos al
auto que nos esperaba. Le puse una píldora en la mano, nadie del auto se dio
cuenta. Yo me volví a La Plata. Solo.