martes, 31 de julio de 2012

FRÍO



      El invierno me congela adrenalina, me levanta los hombros hasta besar las orejas. Hace doler el esternón que trata de besar los omóplatos hendiendo como estalactitas paralelas, colgadas de la nuca.
     
       Los túneles de aire congelado transitan alegremente los pasillos que el frío les señala. Sabe la cantidad exacta de los agujeros de mi superficie. Los glúteos se encuentran en un gesto inútil de guardar calor. Aunque los pasos pretenden ligereza las rodillas no responden a doblarse.

      El invierno me cierra la izquierda y la derecha como dejar de leer una novela que me aburre. Es pesado el invierno, como esa gente que me habla todo el tiempo. El único placer que yo le encuentro es poner el trasero en una estufa grande y generosa, dejar que el calor trepe por la espalda y sentar mi humanidad en el sillón del abuelo, mirar por la ventana y sentir piedad por los árboles desnudos, tan quietos como el frío. Es tan largo el invierno. Es tan largo el invierno, que dan ganas de venderlo, por monedas, a otro continente, para siempre.

sábado, 28 de julio de 2012

SOFÍA



      Si llevara dos alitas en la espalda, su elegancia levitaría en todas las baldosas. Habla en tonos bajos, modulados y prudentes. Si en medio de alguna charla, algún parroquiano solicita su presencia, acude con disposición respetuosa a su trabajo.

      Sofía terminó cu carrera, que no era servir café, tal vez algún día ocupará el lugar que le corresponde. A veces está contenta y mira el afuera con risas de niña. Otros días se le dibuja una tristeza que lastima el aire. Conoce chicos, pero no aparece el genuino que Sofi merece. Hace tres días viene un solo que pide un cortado en un castellano raro. Le tiemblan las manos cuando ella deposita la tacita. Lleva un libro que parece leer, pero no lee. La mira cuando ella no.

      Sofi no asiste al trabajo y nadie sabe nada. Pasaron los meses, hasta que llegó una tarjeta para todos.  Es una foto donde aparece el Big Ben, el Támesis y al medio está Sofía, abrazada por el solo. Él apoya una mano sobre la pancita gorda de una Sofi angelada y sonriente. No tiene nada escrito. No lo consideró necesario. Nosotros tampoco.

jueves, 26 de julio de 2012

SR. EGAÑA



      Nos sentábamos en el umbral de la esquina. Antes que apareciera se escuchaban los pasos del Sr. Engañabaldosa. Una pierna era normal, pero la otra, a cada paso, engañaba a una baldosa. Revoleaba esa pierna y caía con ruido similar al tropiezo, nunca se cayó. Ni cuando llevamos un palo de escoba para su caída, crueldad de niños. Saludó, tocando el ala de su viejo Panamá y engañó al palo.

      Pasaron varios días, al Sr. Engañabaldosa no se lo veía pasar, ni entrar o salir de su vieja casa. Nos enteramos por los gatos, que morían de hambre y los perros, que ladraban sin interrupción. Un vecino llamó a la poli. El Sr. Engañabaldosa murió en su cama, con el televisor prendido. Le faltaba algo al cuerpo. A su lado, en el piso, dormía su pierna ortopédica. Por eso el sr. Egaña tenía cara de dolor cuando engañaba las baldosas.

      La ceremonia de sentarnos en el umbral de la esquina siguió. La inercia de la costumbre. Nos puso tristes la ausencia del Sr. Egaña. Sus pasos tric-traca. No se habló nunca de aquel personaje. Las únicas contentas fueron las baldosas estafadas. 

sábado, 7 de julio de 2012

INTERFERENCIAS


      Vivo solo, extraño los sonidos de mi casa paterna. Ahora escucho cosas que vienen de afuera sirenas, autos, micros, motos y una música salsera de algún boliche lejano. Estudio con ese concierto que apabulla, pero acompaña. Cuando los decibeles citadinos menguan voy a dormir. Escucho los pasos del departamento de arriba, hay unos tacos altos que martillan mi cabeza, portazos. Hay corridas con sonido de pasos masculinos. También escucho muebles que se desplazan, vajilla que se estrella en mis oídos.

      Hoy fue distinto, hubo silencio. Durante la madrugada escuché pasos marciales; a los quince minutos nada. Tomo el ascensor y la anciana, que vive sola, me pregunta si estaba enterado del cr… Abrí la puerta, le dije no tener tiempo. Con el dinero del alquiler me compré un equipo de música. Ahora estudio y duermo perfecto. En el edificio no piensan igual. Hicieron una reunión de consorcio para tratar mi caso: “música alta”. Llamé a mi padre, que está orgulloso de mis dieces en todo. Hizo forrar las paredes de mi depto. con madera, telgopor, lana de vidrio y corcho. Me visitó una semana. Cuando se fue me sentí aliviado, lo quiero mucho, pero su partida me hizo recobrar mi propio pentagrama. Puse al mango: Los sonidos del silencio, por Simon & Garfunkel, una antigüedad, me envolví en el acolchado de duvet, que me mandó mi madre y dormí un día entero. Mucho stress.