martes, 31 de julio de 2012

FRÍO



      El invierno me congela adrenalina, me levanta los hombros hasta besar las orejas. Hace doler el esternón que trata de besar los omóplatos hendiendo como estalactitas paralelas, colgadas de la nuca.
     
       Los túneles de aire congelado transitan alegremente los pasillos que el frío les señala. Sabe la cantidad exacta de los agujeros de mi superficie. Los glúteos se encuentran en un gesto inútil de guardar calor. Aunque los pasos pretenden ligereza las rodillas no responden a doblarse.

      El invierno me cierra la izquierda y la derecha como dejar de leer una novela que me aburre. Es pesado el invierno, como esa gente que me habla todo el tiempo. El único placer que yo le encuentro es poner el trasero en una estufa grande y generosa, dejar que el calor trepe por la espalda y sentar mi humanidad en el sillón del abuelo, mirar por la ventana y sentir piedad por los árboles desnudos, tan quietos como el frío. Es tan largo el invierno. Es tan largo el invierno, que dan ganas de venderlo, por monedas, a otro continente, para siempre.

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