martes, 31 de enero de 2017

DIOS ¿DÓNDE ESTÁS? COÑO


   —Hola! Todo bien?
   —Vos me preguntás a modo de saludo, ni te interesa si todo bien o todo mal, pero ya que preguntás te cuento. Mi marido se fue con alguien veinte años menor que yo y lo pasa bomba en la Isla Mauricio. Me dejó sin un mango, vendió la casa, sacó la plata del banco y le dijo a todos mis amigos que soy una atorranta. Los imbéciles me miran con desconfianza. De bronca fui a la playa, un día, uno sólo. Llevé un sanguche de salame en la cartera y la bikini. Me quemé pretendiendo hacer quince días de sol, en uno. Le robé la coca cola a un niño, no daba más de sed, se me partieron los labios, las orejas y parte del trasero. Volví en un camión de bananas, el tipo era amable. Cuando bajé, el tipo se quedó con mi cartera, lo que más lamento son los documentos y el medio sanguche de salame, que esperaba comer esta noche. Se me levantó la piel del cuerpo, estoy pletórica de ampollas, parezco un chinchulín ambulante. Mi hijo no atiende el celular. Él sí que está lleno de furia, el padre se fue con su novia y está convencido que es por mi culpa, porque yo revoleo mi calzón ante cualquiera. Le dejé un mensaje a mi hijo, breve y conciso “SOS UN HIJO DE PUTA”. Te quedás porque te encantan los chismes, más que ir a buscar los chicos a la escuela. Tu “Todo bien?” indica que sos un robot anestesiado, Decile a tu Psi que te cambie las pastillas. Borrate.
   Ahí viene otra “Hola todo bien”, seguí de largo, tuve miedo de matarla.
                                                                 

lunes, 30 de enero de 2017

EVARISTO

                          
   En mi casa jugaba solo, no podía salir a la vereda porque era peligroso, estaba el viejo de la bolsa caminando la manzana y si veía que era un niño me metía en la bolsa y desaparecía conmigo adentro. Ellos decían que lo hacían por mi bien, yo no les creía ni un poco. Mis padres me parece que decían mentiritas, porque se guiñaban los ojos. Me regalaban hojas de papel calzón, o canson, no se bien, lápices de colores y fibras. Yo prefería la birome de mi papá, dibujaba más cómodo porque resbalaba y siempre me gustó la resbalación. Debía ser porque tenía el tobogán de la plaza al que nunca subí, ni resbalé, mami creía que podía haber gillettes y me lastimaría las piernas. Mi mami cuidaba tanto de mí, era bastante molesto. Cuando me hacía papas fritas con huevos fritos, olvidaba todos sus no hagas esto, ni lo otro, ni lo otro. Y la quería hasta el cielo, después le daba besos engrasados. Empecé la escuela y olvidé el viejo de la bolsa, los toboganes con gillettes y los miedos, se fueron. Conocí a Evaristo y nos hicimos recontramigos, éramos los mejores alumnos, nadie nos decía, pero nosotros sabíamos.
   Un día papi tardó tanto en ir a buscarme, que la señorita me llevó hasta casa. Al llegar, Clarita, la mejor amiga de mami, me levantó en brazos, yo no escuché nada, sólo vi que mi señorita estaba blanca como el papel calzón y Clarita le decía cosas en el oído. La seño se fue en su auto y Clarita me invitó a tomar la leche. Lloraba tanto que me empapó el uniforme. Yo le alcanzaba pañuelos y a lo último le di la tohallita de mi valijita. Cuando paró, me contó que a mis papis los vinieron a buscar de urgencia, para hacer un largo viaje donde no podían llevar niños. Hasta que volvieran, tenía que vivir con ella. Me puse a llorar, peor que Clarita, no entendía lo del viaje largo, porqué no me avisaron.
   Pregunté si eran los viejos de la bolsa que fueron a buscar a papi y mami. Esa noche dormí con Clarita y no quise comer.
   Al día siguiente me llevó a la escuela y se quedó a esperarme en la Dirección.
   El primer recreo salí con Evaristo al patio fuimos a un agujerito negro que descubrió él en una baldosa. Sin ganas le pregunté qué era lo raro del agujero. Preguntó si no sabía que a mis padres se los llevaron unos tipos con anteojos negros en un auto negro. La mamá de Evaristo le contó que eso pasó porque mis papis eran comunistas. No entendí lo de los tipos con anteojos negros, lo del auto negro y qué tenía que ver el agujero de la baldosa.
   Evaristo me dijo que mis papis estaban ahí, en el agujero negro, pero era tan chiquito que nunca podrían salir. Le pegué una trompada en la nariz y un cabezazo en la panza.
   La Seño y Clarita me fueron a buscar al patio, yo me arrodillé al lado del agujero y los llamé y les grité ¡Papi! ¡Mami! No me contestaron...
   Odio a Evaristo, lo odio, lo odio, lo odio, lo odio.
                                                    

domingo, 29 de enero de 2017

EL QUESO RAYADO


   Dice que escriba algo divertido, levantarle el ánimo al lector.
Llegaron dos multas de tránsito, no tengo para pagarlas. Truchas, soy prudente. Los radares están funcionando, los indicadores de velocidad ocultos por yuyos altos, despintados.
   Son tiempos feos, para todos, dice, que relate cuentos absurdos, que hagan reír.
   Estoy llorando, el Correo manda cuentas vencidas, descansan sobre el escritorio. Despedí la mujer que limpiaba, no soporté ver sus ojos desamparados y yo aquí sin poder hacer nada.
   Queda gente buena, sacrificada, merecen tener un espacio bien escrito, con esperanzas…vos podés…
   Las ideas no se matan, pero se olvidan, en Domingo o en cualquier otra piedra. Estoy harta de Sísifo, algún día, cuando llegue a la cima, dejaré que caiga y renuncio. Alguien viejo dijo “Yo puedo estar en mi infancia en un minuto”.
   Una historia, una buena historia de tu infancia, todos los lectores tuvieron una infancia, les va a gustar.
   Los ravioles, la gente grande destapa vinos, blablean de fútbol, de política y de religión, por nuestro tío Fray Luna, que es cura. Los chicos aprovechamos el humo de la fuente, que nos borra y mi prima Vera esconde la corona de la pasta, EL QUESO RAYADO. Lo pasamos de mano en mano, cuando nos sirven, a nuestros platos les nieva el queso. Abre la puerta el tío Horacio. Siempre llega tarde y produce corrientes de aire.
   Se termina el humito, una de los grandes toma la quesera y le da con el codo a la madre de Vera.
   Ella no tiene ojos más que para Horacio, su cuñado. —Rayaste poco queso, nada, bah, vaya uno a saber en qué pensabas. Andá a la cocina y llenala hasta el borde. La acompañamos cuatro primos y yo. Vera raya y mira con ojos de dulce de leche a mi tío Horacio, le gusta más porque sabe que nunca.
   ¿Porqué los grandes son así? Aman lo que no les pertenece, lo que rodea a Vera desaparece. Está tan lejos, aunque esté aquí, comemos esos cachitos que salen chatos y largos, seguimos con el resto. La tía Vera deja lo imposible y mira la quesera vacía. Los chicos se van y yo la abrazo.
   Dice que se tiene que ir, el cuento no le cierra. Lo atribuye a mi depresión. Antes de desaparecer abre la heladera y se lleva un cacho de queso de rayar.
                                                            

sábado, 28 de enero de 2017

VILLA ELISA 1932

  
   Vendían una casa de campo que decía en su frontón 1932. La casa era más chica que el frontón, la habían pintado de blanco refulgente por fuera y amarillo huevo por dentro. Me dijeron que no tenía ninguna ventana, por tanto el sol no entraba, el amarillo le recordaba a la casa que el sol existía.
   Ni bien apoyé el único baúl que traía apareció una rata pequeña de ojos luminosos, le siguió otra y otra y otra. Me resultaron muy útiles, ya que carecía de luz. Caminaba entre ellas que iluminaban mis pasos y las más grandes subían a la mesa, para que yo viera más. Adorables criaturas, detestadas por el universo de los hombres. Fui a buscar a mi novia en sulky, para mostrarle la propiedad dónde viviríamos. Cuando vio cuanta luz provenía del interior de la casa, entró dando saltitos felices, antes de mi posterior entrada. Escuché alaridos de mi novia, no distinguí dónde estaba. Abrazada a un tirante del techo 
—¡Por favor sacame de aquí me dan miedo y asco!
   La ayudé y salimos a la intemperie. Le expliqué que me prestaban un servicio gratuito y una pena infinita porque las pobres carecían de vivienda y por mi parte, podía compartir el techo con ellas. Ella lloraba y me empujaba con bronca, pensé que nunca nos casaríamos.
   Para mi asombro, pasado su ataque —Te ruego que me perdones, no podría vivir sin vos.
   Todas las mujeres hacen depender su vida de nosotros y encima lo dicen. Ésta también, pero yo quise casarme igual. La noche de bodas se mostró contenta, durmiendo sobre las ratas y más ratas sobre el acolchado, tantas que no pudimos consumar el sagrado matrimonio.
   Por la mañana salí a trabajar, temprano, le prometí que volvía antes del anochecer —No te preocupes, las ratas te harán compañía y te protegerán.
   Ella quedó blanco nube. Ni bien partí, salió ella con el sulky, me pasó, se dio vuelta y dijo en voz alta que iba de compras. No había nada en la alacena, dijo.
   Después del trabajo llegué agotado al frontón 1932. Busqué mi esposa y no la encontraba, ni siquiera las ratas alumbraban el interior. Me acosté en el piso, dormí todo el cansancio de la tierra, me restregué los ojos y la llamé. No estaba ella y no estaban las ratas. Salí al sol y al verde, había cientos de gatos comiendo con fruición de las que ya no quedaba nada. Lo que no pude, ni puedo entender, es porqué de mi mujer, tampoco quedaba nada.
                                                                       

viernes, 27 de enero de 2017

ENGATUZADO


   Tenía cuarenta y cinco días cuando el veterinario me vendió a mi dueño. Me llamó Ring Ring, no hubo bautismo, soy gato y a nosotros no nos toca. Mi dueño y yo comíamos juntos, él hamburguesas y yo piedritas. Dormíamos juntos y a veces me llevaba a su laburo en el bolsillo. A partir que le depuse, me quedé en casa para siempre. Tuve dos amigos, Eva y Lucho, jugábamos hasta quedar exhaustos.
   Dormía en la cama de mi dueño, hasta que volviera.
   Una tarde vi cómo dos chicos entraban por la ventana, me pareció raro, sólo mi dueño que deja las llaves en “no me acuerdo” entra por la ventana. Con ojos entornados vi cómo sacaron el frasco de monedas, la guitarra, el plasma y dos cuchillos. Cuando volvió mi dueño me llamó y no me encontraba, no soy muy de contestar. Cuando me encontró me abrazó y me besó el hocico. 
—Ring Ring, si te robaban a vos me moría.
   En una semana consiguió un lugar nuevo, pisos deslizantes que me volvieron patinador experto.
   Me puse triste, mi dueño iba y venía, no me daba bola, se olvidaba de las piedritas de comer y de las otras. La depresión iba en aumento, no quise dormir en su cama, me metí en el estante de los buzos. Cuando terminó la mudanza, se acordó de mi existencia. Pensé hacerlo sufrir como él lo hizo conmigo. En un descuido de puerta entornada, subí trece pisos, en algún palier descansaba. Escuché sus pasos por las escaleras gritando —Ring Ring, Ring Ring, Mush Mush.
   Los vecinos escucharon y ayudaron. Las réplicas de mi nombre me volvieron loco, bajé a lo de mi dueño y me escondí detrás del almohadón más grande. Mi dueño cerró la puerta y se puso a llorar. No soporto ver llorar un hombre. Salí de mi escondite, mordí el paquete de Elite y se lo llevé a sus manos. Secó las lágrimas, me miró y dijo 
—¡Qué gato boludo! Con todos los problemas que tengo…
                                                     

jueves, 26 de enero de 2017

COCA

                                             
 Ir por la playa, le producía malestar, por aquello de la celulitis o las várices. Se ponía una tohalla entera o una pollera hindú, hasta los tobillos. Pañuelo, sombrero y anteojos. Lograba lo que quería, nadie se daba cuenta quién iba, debajo de tanto trapo.
   Tenía fecha para operar su cara, estaba contenta y ansiosa. Un accidente de auto, sin mayores consecuencias, le dejó una enorme cicatriz, en la ceja derecha y otra en la mejilla izquierda. Con el paso del tiempo, casi parecían hilitos de seda, sus cicatrices.
   No salió nunca más de su casa, no recibía a nadie.
   Al único que le permitía verla, era a su marido. Según él para hacerlo sentir culpable sin sentido, porque Coca manejaba, aquel trágico día.
   A pesar de todo, su casa estaba tan impecable como antes del accidente o más, mucho más.
   El marido volvió a su campo y esta vez, Coca no quiso ir.
   Quedó sola, miró todas las revistas de decoración que tenía. Luego las apiló por color.
   Se vendó la cabeza, con prolijidad de cirujano. Miró el espejo y siguió aplicando capas de algodón y cintas de telas, de bordados primorosos. Le dio risa, su imagen cabezona. Para dar por terminada la historia, se forró toda la cabeza, con bolsas apretadas de nylon.
   Con mano segura, se pegó un tiro.
   Coca, no manchó con sangre, nada.
                                                  

miércoles, 25 de enero de 2017

DAR LETRA


      —Mi papá dice que los yanquis son unos hijos de puta.
   —Paula! No debés hablar con malas palabras.
   —Yo no digo malas palabras, pero mi Papá sí, él dice que los grandes pueden…
   —Y además de insultarlos ¿Qué más cuenta?
   —Que desatan guerras para vender armas y ampliar sus fronteras, matan gente en todo el mundo y venden drogas…y…y…y qué sé yo qué más dice, yo lo apago porque se me hace lío en la cabeza.
   —¿Cómo lo apago, tu papá tiene botones?
   —Está todas las mañanas en la radio, tiene mi apellido ¿Nunca lo escuchó señorita?...
   —Sí Paula, es un excelente periodista, yo no lo escucho porque trabajo, si pudiera lo haría.
   —Yo que Ud lo pensaría dos veces, mi Papi odia los maestros y dedica programas enteros a hablar mal de ustedes. Dice que nos ponen más tontos de lo que somos y no nos enseñan un carajo, esa palabra la dice él, yo no.
   —¿Y para qué te manda al colegio si así piensa?
   —Eso es lo que le pregunto siempre, a mí, la verdá, el colegio no me gusta.
   —¿Y entonces…? No entiendo Pauli…
   —Papi tiene su opinión, el otro día escuché a Mami suplicando “Que vaya al cole ¡Por favor! Así me deja descansar cuatro horas, aunque sea”.
   —Bueno Pauli, deciles que los espero mañana, a las diez, necesito hablar con ellos.
   —Yo les digo, pero no van a venir, ellos no pisan instituciones mafiosas. Yo me sé lo que quiere decir mafioso, es sinónimo de gobierno, según Papi. 

                                                           

martes, 24 de enero de 2017

RADARES


   Su velocidad prudente le permitió ver un bulto atravesado en la ruta. Frenó y bajó del auto. —Es un ciervo y alguien lo atropelló.
   Iluminó con una linterna, no era ciervo, era una persona inmersa en sangre. Con un hilo de voz, escuchó, —Soy médico, llevo el instrumental en aquel maletín.
   Se preguntó qué hacía ahora. La sangre salía y él le tenía vértigo, era incapaz de tocarla. Fue al auto y cubrió al hombre con trapos de limpieza del carro.
   —Llame una ambulancia por favor.
   —Ya viene, la llamé.
   Luego puso en marcha el auto y salió a mil. —Es mejor poner distancia, a ver si termino yo acusado de pisarlo.
   Ese mismo día fueron a su casa para interrogarlo. —¿Por qué tema es?
   Puso cara de saber. Eso los impresionaba. Le extendieron una multa con su patente, por exceso de velocidad. A dos pasos de la víctima.
   —Ya veo ¿Y cómo evoluciona el hombre?
   —¿Cómo sabe que de un hombre se trata y no de una mujer?
   —Ellas son cuidadosas y no viajan de noche. Además él tenía traje de hombre, bragueta con botones, un sombrero y me pedía por favor.
   El “además” sirvió para llevarle los brazos hacia arriba y espalda, lo esposaron.
   Entró en la comisaría —¡Yo no fui, yo no fui, yo no fui!
   Un oficial le dijo —Todos dicen lo mismo.
   Una puerta de hierro lo separó del mundo.
                                                 

lunes, 23 de enero de 2017

ESQUIZÉ MOI


   Anoche me perdí de mí. No recuerdo cuándo, porque me fui a no sé dónde, o me quedé, no lo puedo precisar. Un viaje sin identidad ni documentos. No me habría divertido tanto si los llevaba. Si estaba conmigo, tal vez ni viajaba y me perdía en una película. Todo lo mío es aburrido y pesado, recurrente e incómodo.
   Histeria en estado puro, ni con chalecos químicos, ni con sesiones analíticas. Alguien se define gordo por su propio volumen. Yo no necesito definirme histérica porque forma parte de mi todo o de mi nada. Después de la alegría que me produjo mi pérdida durante una noche, con ausencia de relojes y temores. Dejando acontecer sin intromisiones de mí misma. Riendo a carcajadas, cantando a los gritos, contando disparates, no me extrañé ni por un instante, creo que si me enteraban de mi muerte habría sido un alivio definitivo. Aparecí a la mañana, me di cuenta por el espesor desafortunado de mis pensamientos tanáticos. No me voy a decir nada, porque si me entero que lo pasé de putas, la próxima vez me voy conmigo y arruino todo. 
                                                  
                                                                

domingo, 22 de enero de 2017

GUARDA EL LADRILLO

                                             
   Entró por un puertón y salió por el otro. Con el rabillo del ojo reconoció la pared del Tonel del Amontillado. Edgar, muchas veces llevó a cabo sus cuentos. O tal vez primero hizo y luego los escribió.
   Había una pared que curvaba raro, él imaginaba y observó los respiraderos de bodega cubiertos de piedras pequeñas, el olor del vino salía, se sabe, el vino es muy de salir. No era grato, había otro olor que lo expulsaba. Del crimen no era, hacía demasiado tiempo desde que sucedió. Usó sus herramientas, era geólogo y antropólogo independiente, llegó a los primeros ladrillos, iguales a los viejos pero menos. Hizo un ventanuco para espiar, sólo llegaba su cara, cientos de telarañas, hacían ruido cuando tejían, tal era el silencio.
   Pensó que era una tontera, pero algo lo obligó a agrandar el ventanuco.
   Golpeó tres veces y escuchó unos pasos seguros, le había parecido, muchas veces le sucedió algo similar, golpeó cuatro veces y esta vez sí, los pasos estaban a dos pasos. Un viejo partido por la vida, con un ojo en blanco, lo miró de reojo. —¿Cómo alguien tan joven puede interesarse por este castillo sin habitantes?
   No hubo respuesta, él quitaba ladrillos y el viejo sentado en un pilote dormía. Formateó una puerta y dio pasos cortos para entrar. Cuando pasó su cabeza, un péndulo filoso lo degolló. El viejo, que nunca durmió, empujó el cuerpo y dedicó la noche y el día siguiente a restaurar la pared, antes de caer en el pozo depresivo que le ocasionaban estos incidentes.
                                            

sábado, 21 de enero de 2017

OCUPADO


   Un hombre entró a la oficina. Nadie lo conocía. Ocupó el tercer escritorio de los notables, se sentó como si fuera un lugar donde estuvo ayer, desde hacía muchos años o recién.
   El resto, volvieron a sus computadoras, al trabajo diario, la llegada del nuevo les ocupó tres minutos de asombro.
   Al mediodía llamó al ordenanza —Me trae un pomelo cortado en cuatro, despegado de la cáscara, un tenedor de postre, una cucharita, cuatro nueces partidas y dos higos secos. Gracias, eso es todo.
   El ordenanza iba por su tercer día de paro y huelga de hambre. Ni bien escuchó el pedido del nuevo, con esa voz de mandatario, le hizo el servicio.
   —Estuvo perfecto, Pancho, tal como le pedí.
   —¿Y usted cómo sabe que mi nombre es Pancho?
   —Todo un tema, ya hablaremos.
   Siendo las 19 horas, el personal se retiró, el tipo nuevo se quedó a pesar que la luz comenzó a menguar, hasta dejar el ámbito a oscuras.
   Al siguiente día, el hombre nuevo llegó a las 15 hs, ocupó el escritorio y dibujaba mariposas, donde debiera ir su firma. Doscientos expedientes con una mariposa al final. Nadie le habló, no era raro, entre ellos no hablaban. Entró Pancho a preguntar si quería tomar café, té o especias Richmond.
   —No, estoy ocupado, más tarde tal vez. Muy amable Pancho.
   Se preguntó de dónde o cuándo el hombre nuevo podría conocerlo.
   Cuando el personal se retiró como vaca en manga, el tercer escritorio de los notables siguió ocupado hasta entrada la medianoche. Pancho no resistió más, bastante con sus problemas de huelga y ayuno. Fue al escritorio arrastrando los pies. —¿De dónde me conoce Doctor, Señor, o el lugar que ocupe, necesito saber ya, porqué me conoce si yo no.
   —¿Y de dónde va a ser?¡Del baño! Hombre, yo limpiaba y atendía el baño, usted era el presidente. Le entregaba el papel higiénico, le enseñé cómo se abrían las canillas, Ud. no entendía que cerraban solas. Desconocía el secador de manos, el botón para el jabón. Yo pensaba que si era analfabeto de baño, lo que sería como presidente. Un día lo pasaron a vice, a ministro, a secretario, a empleado raso. Y gracias a mí, ahora es ordenanza. ¡Qué me dice!
   —Nada, qué le voy a decir, bah, ya que estamos le pido el segundo escritorio de los notables.
   El hombre nuevo quedó tieso. Pancho se acercó y le tocó el hombro, era de madera pura, obra de un orfebre. Miró los escritorios de los notables vacantes. Los habían arrancado con saña, del árbol caído todos cortan leña.
   Pancho se fue ensimismado. Comió todo, suspendió la huelga y se llevó un brazo de madera, de recuerdo.
                                                                       

viernes, 20 de enero de 2017

MISERABLE


   Llegó de Provincia un Informe, donde se había comprobado que en Tandil hay siete villas miseria.
   El Director de “Desarrollo Social”, cuyo apellido es Chivoliero, vertió su opinión —Hablar de villas miseria en Tandil, me parece demasiado Fuerte.
   Durante el Gobierno de La Estúpida tuvo un cargo “Director de Obras Públicas”, cuando advino el Príncipe Idiota, lo cambiaron de lugar, se trata de un bicho todo servicio, seguirá con distintos gobiernos ocupando directorados hasta que se muera, seguirán sus hijos, sus amigos, cuñados alpedísticos, por generaciones  Chivolierísticas.
   Luego de esto, los tandilinos lúcidos dudarán 
—¿Y no serán diez villas, tal vez quince o treinta y dos?
   Comenzar a dudar, eso es bueno. El maleficio de la duda mueve cimientos. Chivoliero, preparate, es demasiado fuerte.
                                                                 

jueves, 19 de enero de 2017

CHIQUERO

                                                 
   —Después de la fiesta no lo vi más, busqué hasta en los baños, viste que a veces se da, en películas ves el touch & go de un casado con alguien que se encargó de ponerlo bien borracho y el personaje se tienta y la sigue…
   —Bajá un cambio, que te va a hacer mal, ¿no pensaste que se aburría y salió a dar una vuelta?, vos lo conocés.
   —Me doy cuenta que sí lo conozco, sé que es fiel y lo quiero y lo necesito. Ahora que engordé, él  me prende el corpiño, yo no llego. La última vez que le pedí ayuda con un cierre en la espalda, dio un portazo diciendo que me arreglara sola. Hay algo raro ¿Volverá? ¿A vos qué te parece? Si no viene me mato, te juro que dejo de respirar.
   —Tenele paciencia, es como un animal gordo que se toma tiempo para ir y volver. Una tortuga, o un perezoso, ningún apuro. Se olvida de lavarse los dientes y en los calzoncillos encontré…
   —¿Y vos cómo sabés esos detalles?, bueno en realidad no me importa, escuché el auto, ya está acá, entró soltando un eructo, aterrizó en la cama, ya empezó a roncar.
   —¿Viste que te lo devolví temprano? No sabés cómo estaba, no quería salir de mi cama. Cuando me hablaste, le tapé la cara con la almohada. No quise que escucharas.
   —No tenés filtro hija de puta, usá rouge indeleble, tiene la camisa roja. Mañana la llevo a la tintorería, dejá pagado que yo la retiro. Te cedo los derechos del cerdo. Esperá afuera boluda, lo meto en el auto con ayuda del portero y lo tiro en tu casa, sin ayuda de nadie. Es todo tuyo. Vos tuviste noticias nuevas para mí, yo también, la mía es una noticia encantadora. Tu hijo, en la cama, es una fiera.
                                                         

miércoles, 18 de enero de 2017

TACHINO


   Fue el año de la muerte de Marilyn Monroe. Yo era muy joven, cinco años para seis. A la hora de la siesta me sentaba en el umbral para vender revistas mejicanas o cambiarlas. Había un vecino gordo y bajo, que siempre me compraba revistas y pellizcaba mi mejilla dándole media vuelta, dolía, hubiera preferido que no me comprara nada. Se llamaba Tachino, tenía una mujer alta y distinguida, vestía siempre de negro y con un collar de perlas. Los domingos venía un remisse para trasladarla a la catedral, que quedaba a cuatro cuadras. Salía con un misal negro de bordes dorados y una mantilla al tono.
   Volvía renovada, como si hubiera charlado con Dios.
   —Los trajes de Tachino, de corte perfecto hacen olvidar que es enano. –Decía mi madre-.
  —Se los hacen a medida en Rhoders, es un garca el tipo. -Continuaba mi padre-.
  Mami opinaba de Mecha, su esposa —Es tan fina, no sé cómo pudo casarse con esa bola de grasa.
   Iban a tomar café juntos, ella lo llevaba de la mano, tenían la apariencia de un matrimonio ideal.
   En una madrugada, con silencio de campo, se escuchó la voz impostada de Tachino, apretaba el timbre de su casa infinidad de veces. Mecha no atendía. Tachino, haciendo ochos desde el medio de la calle gritaba —¡Abrime por favor te lo pido! ¡Mecha, mi amor, quiero entrar!, Mechita, con todo respeto, es mi casa, ¡¡¡Abrí elefante!!!
   Se fueron prendiendo de a poco las luces de todos los vecinos. Yo estaba entredespierta y quise ver al elefante, nunca conocí uno casero. Mecha le arrojó desde el primer piso el llavero, cargado de medallas y quince llaves, una de hierro. El manojo cayó en la cabeza de Tachino, perdió pie y sangre. Mi padre, en bata, salió a la calle, lo puso de pie y le ayudó a embocar en la cerradura.
   Mecha esperaba arriba con vendas y alcohol. La mujer agradeció a mi padre evitar la llegada de la policía.
   Tachino salía con sombreros que no se quitaba para saludar. Jamás hubiera permitido que nadie viera el agujero vendado en su cráneo.
   Lloré mucho tiempo por el elefante que vivía con Tachino, quería conocerlo —Mirá lo que dice tu hija, cree que Mecha es un elefante.
   A partir de lo escuchado, cuando venía la esposa de Tachino yo me escondía. Papi decía que Tachino era un ordinario, ¿cómo la iba a llamar elefante?
   —¿Y vos que les decís a tus amigos que Mami es un cocodrilo?
   El último recuerdo que tengo es un sartenazo de Ma sobre la cabeza de Pa. Él también empezó a usar sombrero.
   Me acuerdo porque fue el año que murió Marilyn.
                                               

martes, 17 de enero de 2017

- 2


   Un problema en la planta de retrodistribución no conectaba con ningún satélite. Fue Pepe, que se distrajo mirando los rayos que emitía el sol y se los robaba el satélite.
   Pepe sintió que era un ilícito, pero lo solucionó.
   El presidente de Alasred preguntó a Pablo, el mejor amigo de Pepe, —¿Quién de los técnicos volantes fue el imprudente?
   —No tengo idea quién, Señor Presidente.
   Los directores se hablaron al oído, el Sr Presidente dijo —Si no lo dice queda despedido.
   Ante la pesadilla, Pablo acusó a Pepe.
   Pepe fue despedido de inmediato y a Pablo lo dejaron en la calle por alcahuete. 

lunes, 16 de enero de 2017

PASTELITO

                                                                        
   El Pastelero se cansó de la gorda Cuatroculos, era mucha carne para recorrer, se producían equívocos en diferentes búsquedas. —Te pido perdón, Gordi, pero no quiero continuar esta relación, sos mucho para mí, me estoy convirtiendo en un esqueleto y vos, no sé si para elogiar mis manjares, estás comiendo toda la pastelería. Ayer no vendí nada, porque no había nada. Hoy no abrí, atacaste los freezer y te tragaste los postres congelados.
   La gorda saltaba de alegría sobre los almohadones —¡Gracias Pastelito! Por fin voy a poder ver mis teleteatros sin interrupciones, los extrañé tanto, pensá que son mi Flia.
   El Pastelero, para ponerse al día, puso un aviso en el diario, en la vidriera y en cincuenta esquinas. Hizo entrevistas, pero todas sabían: huevos fritos con papas, fideos hervidos y postres ordinarios, fresco y batata, pasta frola y tortas fritas.
   Se sintió fracasado, pero a los dos meses apareció una Ayudante de Cocina Titulada, con cuerpo de sirena. Sus expectativas superaron lo imaginado. El nombre era Garchi, preparaba postres y comidas internacionales. Había recorrido el mundo como Narda, pero sus elecciones sutiles, nada tenían que ver con la cocinera telemática. Aumentó sus ventas, y compró la casa vecina, Garchi tenía participación en las ganancias. Ella no caminaba, se desplazaba, no probaba bocado, pero su capacidad de trabajo no tenía fondo. El Pastelero escuchó unos acordes que Garchi ejecutaba con voz ronca, mientras hacía cantaba blues, que no interrumpía ni cuando atendía clientes. Embelesados se llevaban todo.
Los lunes no trabajaban. Tocaron timbre en la casa particular del Pastelero. Abrió y era Garchi que preguntó —¿Vos sabés quién soy yo?
   Él se quedó en ascuas. —Soy tu ex, la gorda Cuatroculos y vengo a pedir que te cases conmigo.
   El Pastelero lo vivía como un sueño, Garchi, la sirena, le besó la boca con sigilo. —No sabés cómo te extrañé, Pastelito.
   Fue una noche inolvidable, la siguiente también, la siguiente también, la siguiente también…
   Garchi dejó los teleteatros, la realidad la sedujo al punto de no pagar más Cablevisión.     
                                                 

domingo, 15 de enero de 2017

VER


   —A simple vista no veo nada.-Dijo el Dr. Teveo-. —Tal vez con mis instrumentos de última degeneración podamos llegar a un diagnóstico.
    Bruno tenía un lunar en la nuca que cumplía la función de un ojo. Durante su vida le permitió beneficios tales como elegir pupitres que lo ubicaban delante del mejor alumno, así logró terminar el primario y secundario con excelentes promedios. Conoció su actual esposa con el ojo de la nuca. Para conducir el auto le resultaba inútil, por el apoya cabezas.
   El Doc. Lo puso de espaldas, mientras le preguntaba qué veía. Bruno dijo —Veo que me hace cuernos, fuck you  y me saca la lengua.
   Teveo comprobó que todo era cierto, unió esto con el estudio del lunar. —Tiene córnea, iris, pupila y hasta pestañitas. Un privilegio, un ser con tres ojos. 
   Bruno estalló de ira, ya bastante tenía con el oprobio del mundo. Su mejor amigo palmeando el culo de su esposa. Los novios de sus hijas haciéndole burlas, mientras las perversas se reían. En el trabajo los chicos imitando su andar cansino. Gente que lo había saludado con afecto y sonrisa luego poner caras de  —¡Qué tipo boludo!
   Teveo cumplió su deseo. Le realizó una subtecirugía y pidió a cambio la donación del ojito para su gata ciega.
                                                                 

sábado, 14 de enero de 2017

AIRE CONDICIONADO


   El calor iba in crescendo, las piletas se secaban hasta la mitad, hubo heridos por tirarse igual, otros que murieron por arrojarse de cabeza a los lisos fondos. Mientras tanto la vida seguía su ritmo anormal. Bibi se calzó las plataformas, debía concurrir a siete lugares que cerraban todos a las doce. Mirar su guardarropa le dio calor. Hacer tantas colas, cuando un pañuelo siquiera, equivalía a un tapado de piel. Se decidió por el hilo dental, juntó los pelos de su pubis, que eran largos gracias a no depilarse nunca, los rodeó con el principio del hilo. Cruzando unos con otros, se cubrió lo más pudendo. La gente la miraba sin hablar, algunos dejaron sus lugares en la cola, para sacarle fotos con celular. Ella llegaba primero a todos los escritorios, sus expedientes se firmaban con manos temblorosas, sin distinguir si aquello era ilícito o estaba de moda. Terminó sus trabajos antes de lo esperado. Bibi estaba libre y se sentó en un café con sombra, llegó el mozo —¿Lo mismo de siempre, Bibi?
   Ella dijo sí, mientras sumergía las manos en su cartera buscando el alicate. La calígine marcaba 43°. Cortó el hilo dental que había cubierto su cuerpo, sintió tanto alivio que cambió su pedido de café diario, por una botella de litro de agua mineral, tomó media de un trago y la otra mitad se la tiró en la cabeza. —Señorita Bibi ¿No desea que quite sus zapatos?
   Ella tomó el vaso del viejo de al lado y mojó el uniforme del mozo.
   —Disculpá, pero tu ropa me da calor con sólo verte.
   Joasch, el mozo, le agradeció, sintió diez minutos de frescura. Bibi pagó más que lo consumido.
   —Bibi, con todo respeto, no sé cómo devolverle tantos favores.
   Ella habló con una pasión de 45° —Vení a mi casa esta noche, ahí me pagás todo entero, o cada hora y media, sé estimular al trabajador de doce horas. Resucito un muerto, sinó preguntá en el cementerio.
   Cuando terminó su turno Joasch se hizo presente en casa de Bibi, con 45°, doce horas de trabajo, esperando alguna resucitación in door.
                                                                  

viernes, 13 de enero de 2017

SABER CON QUIÉN


   Nos casamos algo apresurados. Era un ser humano entero, de sentimientos leales. Teníamos similitudes en los gustos de libros, música, películas y amistades en común, nada comunes. A los seis meses de estar juntos, un rayo de sol le iluminó un ojo, tenía planetas oscuros, mínimos, que le ocupaban el malva del iris, descubrí uno negro y profundo, se veía un mimo, con un látigo, que sonreía.
   —¿Sabés que tenés en el ojo derecho un mimo que sonríe desde un microplaneta?
   Suprimí el elemento látigo. —Esa es tu imaginación, o un poema breve para mí.
   Le contesté que mitad y mitad. Nos fuimos a dormir. Yo iba al trabajo más tarde que él. Salía con los ojos pegados y los objetos juntados de memoria. Cuando volví a buscar las llaves que había olvidado, miré la cama, había manchas de sangre, manojos de mi pelo y arañazos en las paredes. Raro, esa noche no hubo más relación entre nosotros que dormir. Toqué mi cuello y salía sangre, mordiscos en las piernas, en lo tobillos y tres latigazos en mis mejillas. Hice apósitos para cada herida. Cambié mi ropa por un pullover de cuello alto de tres vueltas y pantalones holgados, porque dolía. Pedí permiso y salí antes. La cama tenía sábanas limpias, los acolchados ni una mácula. El piso encerado y la comida lista. Acerqué mi cara para darle un beso.
   La luz de la mesa permitió que viera las manchitas negras, estaba el mimo con la boca abierta, como si hubiera comido remolacha. —¿Me alcanzás las gotas de los ojos?, me arden, están enrojecidos.
   Él era médico, le mostré mis heridas, suturó alguna y cambió las vendas. Me daba un beso en cada una. A la semana sucedió de nuevo. No fui a trabajar, parecía molida a palos. —Hey! Qué hacés tan temprano?
   No le contesté, lo llevé a la luz y desde el microagujero el mimo, con cara de odio, llevaba un palo en sus manos. Preparé un bolso con lo elemental. No lo saludé.
   Tomé un taxi hasta una guardia, le pedí a la enfermera alguien que me cure ese desastre. Vino un cirujano vestido de cirujano, le conté todo porque no daba más, se lo tenía que decir a alguien, aunque pensara que estaba loca, en la parte del enano se reía. Terminado el trabajo se quitó de una vez el gorro y la mascarilla quirúrgica.
   —¡Sorpresa! Soy yo, tontita. Mirame el ojo.
   El mimo le ocupaba todo el ojo y me saludaba con cariño.
   Le arranqué el ojo con mis propias uñas, cayó al piso. Desde el agujero salió un mimo seductor que se introdujo en mi ojo y le hacía fuck you al que yacía en el piso.
                                                  

jueves, 12 de enero de 2017

ANIMALES DE COSTUMBRE


   Tras la estúpida que afanó durante doce años, en ejercicio del sufragio, llegó el príncipe idiota que nos hace pagar en cuotas lo que la estúpida adeuda.
   El cáncer resulta tan caro que desapareció. La malaria tiene sus beneficios, no se concurre al oculista, por eso nadie ve nada, ni al dentista, por eso las bocas apretadas sin sonrisa. Todos nos volvimos antimedicosos y en las farmacias se rascan hasta formar escaras.
   Hoy cerraron cinco negocios y robaron doce. Los 5.550 policías policromos no pueden hacer nada, se agradece, haciendo son peores. Ver hijos de amigos trabajando con chalecos antibalas y un revólver que no debieran, no es patético, es obsceno. Otros son empleados en casas de comercio, sin contrato y vendiendo nada, sin conocer nunca la cara del que les paga o los despide.
   Alguno se presenta a la justicia, le dan la razón y los abogados defensores cobran igual que el pago que debe hacer el dueño fantasma. No se puede salir a la calle, la gente se encierra hasta el día de cobro, dejan un sobrino en la esquina, con un celular, se comunica si ve algún movimiento extraño, el sobrino es amigo del custodio del banco. Cobra, mientras va al super, a la verdu y regresa para no tentarse con compras suntuarias. Llega a la casa, le robaron el sueldo entero. No lo lamenta, sin luz, sin agua y sin gas. La gente se acostumbra y dice como mi maestra de sexto —Las cosas es así.
   Nadie tiene ganas de perder la vida por plata. Acá es igual que allá, la gente está acostumbrada.
   No existen los medios de transporte, las personas se llevan por delante cuando caminan.
   Te sacan las ganas y se las comen.
                                                        

miércoles, 11 de enero de 2017

NO IMPORTA DÓNDE


   Cuando la carpa se hizo girones, se mudaron a una cueva de piedra a orillas del mar, se alimentaban de la pesca y un campesino que bajaba de un morro, donde sólo él sabía cómo acceder, les dejaba cachos de banana de regalo, la pareja de adolescentes era feliz, hasta que se convirtieron en una atracción turística. Despertaban curiosidad, ambos dejaron que sus pelos crecieran, les daba abrigo durante los meses del corto invierno.
   A ella le creció la panza, justa cuando el mar subía al anochecer, hacían fogatas para combatir el frío más grande que los fuegos. Hubo vecinos que llamaron a la policía, debían sacarlos de allí.
   Su amigo bananero se enteró antes que nadie y pasó a buscarlos, en burro, la chica iba en el animal y ellos dos caminaban. Les tomó tres horas llegar a la casa del hombre bueno. El camino serpenteaba. Con razón estaba lleno de serpientes. La esposa del bananero cubrió a la chica y la entró a una casa de treinta ventanas. Las mujeres durmieron solas, empezaron las contracciones.
   Vinieron ambos hombres y ayudaron en esos menesteres.
   Al segundo pujo salió un bebé tan bello como sus padres. La señora bananera, le cortó el pelo a toda la familia, incluso al niñito. —Les damos el burro para que bajen cómodos, después se me vuelven a Buenos Aires, ya se divirtieron bastante.
   Fue en la Nochebuena. Él se llamaba José, ella María y el bebé Jesús.
   Parecían una estampita de abuela
   Los locos llegaron a Manaos, luego los vieron en un brazo del Amazonas, luego convivieron con una tribu, luego, no hubo más luegos. 
                                                                

martes, 10 de enero de 2017

SR BLACK


   Se hizo tatuar una bikini negra, sus pezones no soportaron las agujas y quedaron como dos rositas en relieve. Basta de comprar mallas todos los años, basta de malla mojada. Se sintió sola, las playas tan concurridas la agobiaban. Miraba tipos, pero ninguno la invitó a nada. Pasaban los días y seguía tan sola, que le pidió al Tattoo que le pintara un abrazo negro, la cabeza del tipo la quería en el hombro derecho y los brazos le daban vuelta la espalda. Por delante se tatuó el tipo recostado sobre su lado derecho. En el baño se miró y por vez primera sintió que un hombre estaba a su lado, pegado a ella misma. —Señor Black ¿Puede desplazarse que quiero ver las marcas del sol que dejó mi bikini?
   Él se sentía protegido en aquel abrazo sobre la piel de ella. Esa noche durmieron juntos, se bañaron juntos. Ella se besó el hombro y el Sr Black tuvo cosquillas. —Tenga cuidado, el Tattoo pidió que no se rasque.
   Por fin tenía pareja, paseaba orgullosa por la playa, en pareja. Los hombres parecían pensar 
—Ahora que vas con ese tipo encima, parecés hermosa.
   Se cansó de llevarlo, hasta el sanitario inclusive, leer con su cabezota apoyada. Cocinar lejos de las hornallas.
   El Tattoo la invitó a una convención en Barcelona, ganó el Primer premio “Dos en Uno”. Festejaron los tres tomando birra. Le dio laburo al Tatto explicarle que eran ellos dos, nada más, el tercero era un tatuaje, no otra persona. Llegaron a ser amantes aplicados. Ella lo despedía haciendo el amor una vez más, para no llegar tarde al laburo. Cuando quedaba sola le contaba los avatares de su relación al Sr. Black. El tatuaje pedía —Le ruego no diga más, yo sé todo, a veces me siento puto, tengo ganas de borrarme, será doloroso para ud. Pero lograría mi libertad.
   Ella lo miró con ojos de gata enojada —¿Y con quién voy a charlar si se va? No, de ningún modo, si lo pierdo me muero.
   Cuando regresó el Tattoo de su laburo, ella agonizaba.
   Estaba su brazo desgarrado, su estómago abierto y la espalda lijada con cuchillo de profundidad.
   Una cabeza negra rodaba por las escaleras.
                                                                 

lunes, 9 de enero de 2017

REMATE MORTAL


   —Somos refugiados argentinos, queremos un lugar.
   El portugués dijo —¿Y por qué? A ojo de buen cubero, son más de cuarenta millones.
   El vocero, elegido por todos, era un ignorante pero su voz la más potente. —Sucedió que una Building Cadena ofertó el precio más alto, compraron Argentina con una cláusula, la operación se realizaba con la condición que todos los habitantes se tomaran el buque. Acá nos ve, con la Fragata Sarmiento al tope, en los buques deshechos de los astilleros vienen cientos, con las patitas y manitos la van remando. Llegan los catamaranes con gente de pie. Aviones fuera de servicio, todos en realidad, los transformaron en barcazas con alas de gaviotas. Gomones, para la gente fina que les embargaron los yates. Hay nadadores aviesos y diez millones de toneladas de soja en balsas.
   El portugués se mostró conmovido. —Sepan disculpar, si les cedemos lugar en nuestras montañas, se vendrían abajo y quedaríamos sobre las aguas, les entrego la tarjeta de nuestros vecinos.
   España dijo no, Francia dijo no, Alemania dijo no. Hubo mesas de negociaciones acuáticas. Ningún país quería que le pisaran la tierra. Decían que los Argentos eran capaces de colarse en cualquier parte. No tenían buena prensa. Prometieron nada. El vocero gritón pidió ayuda al vocero más inteligente, ganador del Premio Navel a la Economía de Recursos. Su idea prosperó, se convirtieron en un país flotante. Los Isis hicieron las columnas de sostén hasta el fondo del océano, con alguien debían asociarse. Se fueron enseguida los Isis, no les gustaba hacer el bien. Suecia, Noruega y Dinamarca les regalaron gomas de aire perenne. Setenta mil hectáreas con una profundidad oceánica de cincuenta mil millas. Las construcciones remedaban al típico rancho criollo con horno de pan y galería. El país cambió de nombre, ahora es “Culo en agua”. El escudo es una mano con el dedo mayor hacia arriba y los otros plegados, la bandera, un cacho de arpillera. 
                                     

domingo, 8 de enero de 2017

PALABRAS DE REGALO


   Recorría la calle ocho y siempre estaba él escribiendo poesías, a cada mujer que encontraba le pedía su nombre y poniendo las letras en columna regalaba palabras de elogio, admiración o esperanza. Lleva un nombre ese formato, me olvidé y ni pienso buscar en internet. Lo indiscutible era el hombre que a veces se sentaba en el cordón de la vereda, entre tacones y bocinas en procesión, escribía y el entorno se ausentaba de sus oídos.
   Una señora admiradora le regaló dos biromes y un cuaderno azul. Se levantó con dificultad —¿Me puede dar su nombre y le escribo un poema?
   La señora le dijo —Lola, mucho gusto ¿Puedo sentarme a su lado y usted me enseña cómo se hace?
   El poeta se sacó el sombrero, se rascó la frente —No hay recetas, todo ocurre en el pensamiento, sentado en una nube de reflexión.
   La mujer tenía cara triste, sacó dinero de la cartera y lo ofreció a cambio de recibir clases. 
   —No! No es por ahí, no quiero pecar de soberbio, pero esto lo debe hacer con el corazón y lo que uno escribe, no se vende.
   El poeta murió de frío una noche de invierno despótico.
   La persona que lo encontró se encargó de su sepultura y los cuadernos fueron publicados.  Esta persona agotó tres ediciones, ganó cifras interesantes.
   Lola tuvo conocimiento de su muerte y buscó como saeta al que editó aquellos cuadernos.
   Cuando logró encontrarlo le contó que ese poeta era su padre, los ADN no mentían.
   Lola obtuvo los derechos de autor, herencia de su padre. Ella no permitió más ediciones de la obra. Tiene los cuadernos en su casa. Lee todos los días y va descubriendo los cómo, los porqué, está armando el rompecabezas de su padre.
                                                       

sábado, 7 de enero de 2017

LAIKMANY


   Fuimos sus huéspedes. Valoró nuestra sinceridad cuando le dijimos que no podíamos pagar.
   Ana Laikmany estableció un lujoso hotel de columnas jónicas, frente a la playa más larga del mundo Argento.
   Al tiempo nos mandó una invitación a Marruecos.
   A los diez años de una persona de fortuna extraña, su origen prescribe. El lugar que le gustaba era Casablanca, tal vez por aquella película inolvidable. Había una mansión de columnas arábigas frente al océano. Era la casa de Ana Laikmany. A las seis la ciudad entera oraba. Ana no —A mí me interesa la plata que viene del hombre, Dios que haga la suya.
   Los marroquíes son amables, convidan un primer trago en cada boliche. Ana nos seguía. Señalaba los bares ordinarios, los distinguidos, los franceses. Volvimos a su casota. Nos repatingamos mirando al mar, ella preparó pipas con mangueras de seda y filtros de oro. Fumamos humos de Rabat, Argelia y Siria. Alucinamos distintas alturas, levantamos la luna entre los tres y jugamos al volley astral. Bajamos en paracaídas sobre sendos almohadones de duvet. El sol nos despertó, preguntó qué habíamos hecho con la luna. Estaba en un rincón, ni bien sintió calor, comprendió que ese no era su lugar y desapareció. Ana nos regaló dos pasajes a Goa, uno de los lugares más interesantes de India. Se podía suprimir la ropa y dormir sin techo. Los ricos nos alimentaban con manjares, tenían pena, sabían que éramos Argentos. Llegó un mensaje de Ana “Chicos, los necesito en el Hotel, alguien lo tiene que manejar. Tengo reuniones con banqueros importantes. Ustedes volverán en un avión privado. El seis, a las seis. Achiqué el personal. Deberán trabajar. Cuando llegue quiero ver plata.”
   Era lo menos que podíamos hacer por Ana. Funcionó gracias a tres competencias, motos, 4 x 4 y bicicletas antideslizantes. Yo daba clases de yoga y mi compañero, buceo y masajes.
   Volvió Ana, saludó sin saludar y se metió en la caja fuerte del cuadro. No terminaba de contar. Le daban estertores orgásmicos con el dinero.
   —Antes que se vayan, chicos, acá están los pasajes en micro a La Plata, me quedo ambas motos, la ropa y los pasaportes. Lo tomaré como pago de lo que me deben. 
                                                   

viernes, 6 de enero de 2017

APARIENCIAS APARENTES


   Aunque lleve ropa discreta ocultando mis formas perfectas, hombres, mujeres y niños se ven afectados por mi hermosura. Suelo usar lentes oscuros por mis ojos color espliego y las pestañas XL que enmarcan mis párpados, los quito cuando pago algo, nadie me cobra un centavo. Agradezco esos gestos, carezco de entradas monetarias. Busco trabajo desde los trece años, la respuesta es siempre la misma
—Usted tiene una belleza superlativa, es un agregado que la empresa no estaría en condiciones de absorber.
   En casting de modelos, los diseñadores lo consideraban too much
—Obvio, señorita, pondrían sus ojos en usted y no comprarían nada. Por el único precio que preguntarían sería por su persona, cosa que no creo que le suceda, usted disculpe, pero ante tanta belleza nadie se atrevería a proponerle nada.
   Llegué a ofrecerme como mucama, todas las puertas se cerraban en mis narices. Acepté mi destino muy solitario, por cierto.
   Tenía una única amiga de Emiratos Árabes, lloraba en su hombro, le encantaba porque mis lágrimas eran de oro puro, ella me secaba los ojos con pañuelos de seda, sabía que mis lágrimas eran indelebles. Gracias a mi dolor mi amiga se llenó de oro. Un Califa me pidió en matrimonio, era dichoso el hombre. Me usaba de estatua, jamás me tocó un pelo, ni permitía que otros tan siquiera me rozaran. Invitaba a sus amigos para hacerles ver cómo me deslizaba por la casa. Hacían reverencias musulmanas mientras yo me aburría como una ostra. Lo decidí, cambié el color de mi pelo, ahora es marrón rojizo y corto, operé mi cara, los ojos dejaron sus ángulos semioblicuos y me los llevaron hacia abajo. Corté las pestañas frente al espejo, eso lo hice yo. Arranqué mis cejas con láser, a la nariz le agregaron un sobrehueso, me llevaron los labios hacia adentro, ahora son tan finitos que me cuesta lavarme los dientes. Me hice quitar las tetas, quedé tabla. Agregué tanta celulitis en las piernas que se me hincharon los pies para siempre. Ah! Me olvidaba, me operé el culo, esa fue la operación más dolorosa, siempre el culo duele más en situaciones varias. Quedé ligeramente encorvada y lloro lágrimas transparentes y saladas. Uso lentes de contacto color caca. Conseguí un laburo en el Pene Bank, trabajo en ventanilla. Nadie me mira, todos me cobran lo que no vale. Los hombres dan vuelta la cabeza hacia la pared, si me ven.
   En el trabajo me ascendieron, en vez de ocho horas, trabajo doce ¡Soy feliz! El mes entrante me ascienden de nuevo.
                                                                            

jueves, 5 de enero de 2017

CLAUSURAS

                                                                                                      
   Ihua-ken vivía en la montaña más alta, Cantón n° 523. Quedó huérfano y la aldea asumió la potestad del niño. Se ponían mesas largas para las fiestas espontáneas, el campesinado honraba sus cosechas o cambios lunares, cualquier pretexto era bueno para las fiestas de comer y beber todos juntos. El más consentido era Ihua-ken. Madres y padres querían verlo contento y si guardaba alguna tristeza, el más anciano de la aldea se ocupaba dándole consejos sabios. Entrando en la adolescencia hubo un festejo programado, asistirían unas geishas que deseaban conocer el lugar de la catarata, que desde su altura caía leve en un inmenso lago de peces y nenúfares.
   Eran jóvenes que les deslumbraba Pekín, pero todas habían vivido en el Cantón 523 y extrañaban la aldea. Ihua-ken les hizo de guía, hablaban todo el tiempo y se reían como pájaros tontos. —Les pido que hagan silencio, Tao tiene sus asentamientos y prefiere la ausencia de sonidos.
   Fue un alivio para todos que retornaran a Pekín.
   Había colchones de pétalos de durazno, Ihua-ken dormitaba y un pétalo lo despertó, era Lipi, una chica que siempre lo miraba, él también. Se dieron un beso joven y ella le habló de su deseo de vivir en Pekín, le atraían las luces de artificio, los boliches bailables y patinar sobre hielo. Ihua-ken quiso hacer realidad el sueño de Lipi. Madres y padres lloraban durante el casamiento taoísta. La lejanía de aquel niño de todos, les rompió el corazón.
   Ihua-ken soñaba su aldea, la catarata masajeando sus talones.
   Soy fotógrafa de National Geographic y conocí a Ihua-ken en China, fue una de mis fotos preferidas. Cuando regresé a Argentina lo vi, en la caja del supermercado invité a él y su esposa a comer a casa. Él sólo tomó un vaso de agua, se sentó al borde del estanque mirando el árbol de nísperos. Mientras Lipi comía chinchulines y se atosigaba con papas fritas. Ihua-kin decía —Deberás cortar las ramas internas del níspero, así entrará el sol y los frutos serán más grandes, con sabor a Tao.
   Tenía en sus ojos la aldea. El supermercado era su medio de vida, o como decía él —Es mi media vida.
                                                                      

miércoles, 4 de enero de 2017

PODEROSO


  Se mira en el espejo. Deja al hombre preocupado. Admira su figura, su pelo perfecto teñido color cuervo, la corbata de nudo, que impide a la sangre pasear por su cabeza. Tiene privilegios ancestrales, saluda a su mujer con un beso repetido que ella limpia con el dorso de la mano.
   Es el dueño de una empresa que encubre otras cinco y muchas más. Hace dinero con el fin de más dinero. Nadie conoce su verdadero nombre, ni su cara, ni su casa. Tiene una amante sueca que parece una muñeca inflable. Nunca le pide nada la sueca, pero él la colma de regalos costosos.
   El hombre llega a su casa, tarde. Su mujer simula estar dormida, lo odia tanto como tanto lo quiso en los principios. La casa está blindada, su auto está blindado, el piso de la sueca está blindado. Desde que el gobierno le otorgó un cargo de privilegio exigió que blindaran la oficina.
   Una enorme opresión le dio en el pecho, lo operaron de urgencia, era más que un infarto. Los cirujanos, asombrados, descubrieron que aquel hombre no tenía corazón. Fue el primer caso de muerte por corazón ausente. Los galenos declararon a la prensa que el hombre murió por tener un corazón grande en demasía. Era mentir, o quedar sin trabajo para siempre.
                                                       

martes, 3 de enero de 2017

AHORA O NUNCA


   Me revisaron la valija, dijeron que las cenizas de mi padre, más el dentífrico alemán y mis calcetas verdes tenían un costo de impuesto de 20.000 dólares. Al señor que iba adelante mío no le revisaron nada y eso que los euros, sobresalían del maletón. Saqué algo de lo que al tipo le sobraba, pagué mis derechos.
   Tenía cara de huevo duro y tuve el desagrado de compartir butacas.
—Tenemos un largo viaje, pero hablando pasa rápido, le tengo miedo al avión y eso que voy y vengo.
   Si le asomaba tanto dinero de su bolso, no estaba lejos de episodios de conocimiento público. Me habló con voz de borracho corrupto, tomaba píldoras cada diez minutos. Iba al baño seguido, aún cuando había turbulencias, regresaba a su butaca con nuevas energías, indudable, se daba saques de merca, peor que en los baños del Congreso. Yo comencé a dirigirle la palabra con el mismo lenguaje que él usaba —¿Cómo van tus negocios? Hablá en voz baja, no quiero que el pasaje se entere de nuestras matufias.
   Se puso contento, para su única neurona, éramos dos mafiosos que trabajaban para el gobierno. —Y vistes cómo están las cosas, yo me estoy llevando de a poco. Creo que ahora exageré, me vine con una maleta que revienta. Me cubre la tarjeta atravesada que dice “Servicio Diplomático”. Paso por donde quiera. Ninguno se atreve a dirigirme la palabra, tienen cagaso, eso me viene bien.
   Cuando aterrizamos fuimos cada uno por su lado, me saludó con un guiño de ladrón curtido. En la cinta él no estaba, pero sí su maleta. Me di cuenta por la guita que asomaba. Tomé la valija y caminé sin mirar a nadie, con la cabeza erguida. Me fue a buscar mi mujer, que preguntaba por las cenizas de mi padre, el dentífrico alemán, sin olvidar las calcetas verdes.
   —Mi padre dejó sus cenizas de modo pródigo, como era él.
   Cuando llegados a casa abrí la maleta, mi mujer se desmayó.
   Le duró tres minutos. De pie, mirando el cielo me abrazó —Yo sabía que mi marido era un triunfador.