Un hombre entró
a la oficina. Nadie lo conocía. Ocupó el tercer escritorio de los notables, se
sentó como si fuera un lugar donde estuvo ayer, desde hacía muchos años o
recién.
El resto,
volvieron a sus computadoras, al trabajo diario, la llegada del nuevo les ocupó
tres minutos de asombro.
Al mediodía
llamó al ordenanza —Me trae un pomelo cortado en cuatro, despegado de la
cáscara, un tenedor de postre, una cucharita, cuatro nueces partidas y dos
higos secos. Gracias, eso es todo.
El ordenanza iba
por su tercer día de paro y huelga de hambre. Ni bien escuchó el pedido del
nuevo, con esa voz de mandatario, le hizo el servicio.
—Estuvo
perfecto, Pancho, tal como le pedí.
—¿Y usted cómo
sabe que mi nombre es Pancho?
—Todo un tema,
ya hablaremos.
Siendo las 19
horas, el personal se retiró, el tipo nuevo se quedó a pesar que la luz comenzó
a menguar, hasta dejar el ámbito a oscuras.
Al siguiente
día, el hombre nuevo llegó a las 15 hs, ocupó el escritorio y dibujaba
mariposas, donde debiera ir su firma. Doscientos expedientes con una mariposa
al final. Nadie le habló, no era raro, entre ellos no hablaban. Entró Pancho a
preguntar si quería tomar café, té o especias Richmond.
—No, estoy
ocupado, más tarde tal vez. Muy amable Pancho.
Se preguntó de
dónde o cuándo el hombre nuevo podría conocerlo.
Cuando el
personal se retiró como vaca en manga, el tercer escritorio de los notables
siguió ocupado hasta entrada la medianoche. Pancho no resistió más, bastante
con sus problemas de huelga y ayuno. Fue al escritorio arrastrando los pies. —¿De
dónde me conoce Doctor, Señor, o el lugar que ocupe, necesito saber ya, porqué
me conoce si yo no.
—¿Y de dónde va
a ser?¡Del baño! Hombre, yo limpiaba y atendía el baño, usted era el
presidente. Le entregaba el papel higiénico, le enseñé cómo se abrían las
canillas, Ud. no entendía que cerraban solas. Desconocía el secador de manos,
el botón para el jabón. Yo pensaba que si era analfabeto de baño, lo que sería
como presidente. Un día lo pasaron a vice, a ministro, a secretario, a empleado
raso. Y gracias a mí, ahora es ordenanza. ¡Qué me dice!
—Nada, qué le
voy a decir, bah, ya que estamos le pido el segundo escritorio de los notables.
El hombre nuevo
quedó tieso. Pancho se acercó y le tocó el hombro, era de madera pura, obra de
un orfebre. Miró los escritorios de los notables vacantes. Los habían arrancado
con saña, del árbol caído todos cortan leña.
Pancho se fue
ensimismado. Comió todo, suspendió la huelga y se llevó un brazo de madera, de
recuerdo.
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