martes, 24 de enero de 2017

RADARES


   Su velocidad prudente le permitió ver un bulto atravesado en la ruta. Frenó y bajó del auto. —Es un ciervo y alguien lo atropelló.
   Iluminó con una linterna, no era ciervo, era una persona inmersa en sangre. Con un hilo de voz, escuchó, —Soy médico, llevo el instrumental en aquel maletín.
   Se preguntó qué hacía ahora. La sangre salía y él le tenía vértigo, era incapaz de tocarla. Fue al auto y cubrió al hombre con trapos de limpieza del carro.
   —Llame una ambulancia por favor.
   —Ya viene, la llamé.
   Luego puso en marcha el auto y salió a mil. —Es mejor poner distancia, a ver si termino yo acusado de pisarlo.
   Ese mismo día fueron a su casa para interrogarlo. —¿Por qué tema es?
   Puso cara de saber. Eso los impresionaba. Le extendieron una multa con su patente, por exceso de velocidad. A dos pasos de la víctima.
   —Ya veo ¿Y cómo evoluciona el hombre?
   —¿Cómo sabe que de un hombre se trata y no de una mujer?
   —Ellas son cuidadosas y no viajan de noche. Además él tenía traje de hombre, bragueta con botones, un sombrero y me pedía por favor.
   El “además” sirvió para llevarle los brazos hacia arriba y espalda, lo esposaron.
   Entró en la comisaría —¡Yo no fui, yo no fui, yo no fui!
   Un oficial le dijo —Todos dicen lo mismo.
   Una puerta de hierro lo separó del mundo.
                                                 

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