Su velocidad
prudente le permitió ver un bulto atravesado en la ruta. Frenó y bajó del auto.
—Es un ciervo y alguien lo atropelló.
Iluminó con una
linterna, no era ciervo, era una persona inmersa en sangre. Con un hilo de voz,
escuchó, —Soy médico, llevo el instrumental en aquel maletín.
Se preguntó qué
hacía ahora. La sangre salía y él le tenía vértigo, era incapaz de tocarla. Fue
al auto y cubrió al hombre con trapos de limpieza del carro.
—Llame una ambulancia por favor.
—Ya viene, la llamé.
Luego puso en
marcha el auto y salió a mil. —Es mejor poner distancia, a ver si termino yo
acusado de pisarlo.
Ese mismo día
fueron a su casa para interrogarlo. —¿Por qué tema es?
Puso cara de
saber. Eso los impresionaba. Le extendieron una multa con su patente, por
exceso de velocidad. A dos pasos de la víctima.
—Ya veo ¿Y cómo
evoluciona el hombre?
—¿Cómo sabe que
de un hombre se trata y no de una mujer?
—Ellas son
cuidadosas y no viajan de noche. Además él tenía traje de hombre, bragueta con
botones, un sombrero y me pedía por favor.
El “además”
sirvió para llevarle los brazos hacia arriba y espalda, lo esposaron.
Entró en la
comisaría —¡Yo no fui, yo no fui, yo no fui!
Un oficial le
dijo —Todos dicen lo mismo.
Una puerta de
hierro lo separó del mundo.
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