domingo, 29 de enero de 2017

EL QUESO RAYADO


   Dice que escriba algo divertido, levantarle el ánimo al lector.
Llegaron dos multas de tránsito, no tengo para pagarlas. Truchas, soy prudente. Los radares están funcionando, los indicadores de velocidad ocultos por yuyos altos, despintados.
   Son tiempos feos, para todos, dice, que relate cuentos absurdos, que hagan reír.
   Estoy llorando, el Correo manda cuentas vencidas, descansan sobre el escritorio. Despedí la mujer que limpiaba, no soporté ver sus ojos desamparados y yo aquí sin poder hacer nada.
   Queda gente buena, sacrificada, merecen tener un espacio bien escrito, con esperanzas…vos podés…
   Las ideas no se matan, pero se olvidan, en Domingo o en cualquier otra piedra. Estoy harta de Sísifo, algún día, cuando llegue a la cima, dejaré que caiga y renuncio. Alguien viejo dijo “Yo puedo estar en mi infancia en un minuto”.
   Una historia, una buena historia de tu infancia, todos los lectores tuvieron una infancia, les va a gustar.
   Los ravioles, la gente grande destapa vinos, blablean de fútbol, de política y de religión, por nuestro tío Fray Luna, que es cura. Los chicos aprovechamos el humo de la fuente, que nos borra y mi prima Vera esconde la corona de la pasta, EL QUESO RAYADO. Lo pasamos de mano en mano, cuando nos sirven, a nuestros platos les nieva el queso. Abre la puerta el tío Horacio. Siempre llega tarde y produce corrientes de aire.
   Se termina el humito, una de los grandes toma la quesera y le da con el codo a la madre de Vera.
   Ella no tiene ojos más que para Horacio, su cuñado. —Rayaste poco queso, nada, bah, vaya uno a saber en qué pensabas. Andá a la cocina y llenala hasta el borde. La acompañamos cuatro primos y yo. Vera raya y mira con ojos de dulce de leche a mi tío Horacio, le gusta más porque sabe que nunca.
   ¿Porqué los grandes son así? Aman lo que no les pertenece, lo que rodea a Vera desaparece. Está tan lejos, aunque esté aquí, comemos esos cachitos que salen chatos y largos, seguimos con el resto. La tía Vera deja lo imposible y mira la quesera vacía. Los chicos se van y yo la abrazo.
   Dice que se tiene que ir, el cuento no le cierra. Lo atribuye a mi depresión. Antes de desaparecer abre la heladera y se lleva un cacho de queso de rayar.
                                                            

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