domingo, 8 de enero de 2017

PALABRAS DE REGALO


   Recorría la calle ocho y siempre estaba él escribiendo poesías, a cada mujer que encontraba le pedía su nombre y poniendo las letras en columna regalaba palabras de elogio, admiración o esperanza. Lleva un nombre ese formato, me olvidé y ni pienso buscar en internet. Lo indiscutible era el hombre que a veces se sentaba en el cordón de la vereda, entre tacones y bocinas en procesión, escribía y el entorno se ausentaba de sus oídos.
   Una señora admiradora le regaló dos biromes y un cuaderno azul. Se levantó con dificultad —¿Me puede dar su nombre y le escribo un poema?
   La señora le dijo —Lola, mucho gusto ¿Puedo sentarme a su lado y usted me enseña cómo se hace?
   El poeta se sacó el sombrero, se rascó la frente —No hay recetas, todo ocurre en el pensamiento, sentado en una nube de reflexión.
   La mujer tenía cara triste, sacó dinero de la cartera y lo ofreció a cambio de recibir clases. 
   —No! No es por ahí, no quiero pecar de soberbio, pero esto lo debe hacer con el corazón y lo que uno escribe, no se vende.
   El poeta murió de frío una noche de invierno despótico.
   La persona que lo encontró se encargó de su sepultura y los cuadernos fueron publicados.  Esta persona agotó tres ediciones, ganó cifras interesantes.
   Lola tuvo conocimiento de su muerte y buscó como saeta al que editó aquellos cuadernos.
   Cuando logró encontrarlo le contó que ese poeta era su padre, los ADN no mentían.
   Lola obtuvo los derechos de autor, herencia de su padre. Ella no permitió más ediciones de la obra. Tiene los cuadernos en su casa. Lee todos los días y va descubriendo los cómo, los porqué, está armando el rompecabezas de su padre.
                                                       

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