jueves, 26 de enero de 2017
COCA
Ir por la playa, le producía malestar, por aquello de la celulitis o las várices. Se ponía una tohalla entera o una pollera hindú, hasta los tobillos. Pañuelo, sombrero y anteojos. Lograba lo que quería, nadie se daba cuenta quién iba, debajo de tanto trapo.
Tenía fecha para operar su cara, estaba contenta y ansiosa. Un accidente de auto, sin mayores consecuencias, le dejó una enorme cicatriz, en la ceja derecha y otra en la mejilla izquierda. Con el paso del tiempo, casi parecían hilitos de seda, sus cicatrices.
No salió nunca más de su casa, no recibía a nadie.
Al único que le permitía verla, era a su marido. Según él para hacerlo sentir culpable sin sentido, porque Coca manejaba, aquel trágico día.
A pesar de todo, su casa estaba tan impecable como antes del accidente o más, mucho más.
El marido volvió a su campo y esta vez, Coca no quiso ir.
Quedó sola, miró todas las revistas de decoración que tenía. Luego las apiló por color.
Se vendó la cabeza, con prolijidad de cirujano. Miró el espejo y siguió aplicando capas de algodón y cintas de telas, de bordados primorosos. Le dio risa, su imagen cabezona. Para dar por terminada la historia, se forró toda la cabeza, con bolsas apretadas de nylon.
Con mano segura, se pegó un tiro.
Coca, no manchó con sangre, nada.
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