lunes, 13 de diciembre de 2010

ROUGE

Tomaba vino para encontrar algo de algo en este mundo indecente. Sus padres no sintieron la piedad que aparece en estos casos. Boris, sin un techo, olvidaba la intemperie con un trago de sangre. Tenía uno que otro amigo y lo querían. Él decía que sus copas rojas eran transfusiones para seguir viviendo en las calles, los bares y algunos despertares baldíos.

Vulgar la historia, lo dejó una novia. Hermosa, virgen, que desató el engaño con su mejor amigo. Tomó la primera copa y la segunda. La tercera se miró en el espejo. Desprendió el primer botón de la camisa, la corbata de seda roja fue a parar a manos del dueño del boliche. Con ojos de baldosa le regaló una botella e indicó la salida. A los troncos de los árboles, Boris los pensaba como el talle de su novia, lloraba abrazando la memoria de los cuerpos juntos. Pasado el amanecer desmayó su cansancio triste en una esquina fría. Alcanzó a vislumbrar que detuvieron sus pasos unos tacos altos y unos mocasines que resultaron familiares. De pronto un saco grueso depositado en su espalda. Escuchó la retirada y los suspiros. En sus últimos pensamientos coherentes, se le hizo náusea el horrible parecido que el amor y la traición suponen abrigar la inminencia de la muerte.

martes, 30 de noviembre de 2010

TRES CADA TREINTA

Vino anoche, estaba tan lindo, tan joven, esa sonrisa abierta de dientes prolijos, esos ojos firmes de saber más que sus años. Trajo el bolso con una muda limpia y catorce para lavar. Me trajo un perfume de regalo, el olor es como de flor que se fue hace un rato y olvidó algo de limón y mandarina. Abraza firme, seguro de haber llegado a un puerto protegido. Comemos y hablamos entre tenedores suspendidos y copas inconclusas. Fue el momento de la novia, que lo quiere sin pedir cambio, está contento, le deja oxígeno y le otorga descansos generosos. Trabaja a destajo, como es ahora, lo que gana los gasta, como es ahora. Cada tanto me escucha, pero mis palabras no son su idioma, a veces grita que él sabe, que no hable de lo que no sé. Es cruel, como los jóvenes en confianza y sé que mi deber es dejar pasar, sino lo mato.

Tanto me costó aceptar su ser dependiente.
Tanto me costó aceptar su ser independiente. Esta vida, si algo tiene sentido, es lo inoportuno, el destiempo, la comprensión tardía, el amor que necesita, el que no tanto. Soliviantar los deseos propios con los ajenos para que no caiga ni uno ni otro. Aceptar con la puerta abierta para que pase y se haga lo que sea. Se va mañana, hace mucho que es sin mí. Juego a que me necesita, soy la madre.

martes, 23 de noviembre de 2010

MADAME – I

La depresión económica hizo que en el sector fumadores, de varias mesas, había sólo dos ocupadas. Yo leyendo un pasquín. La persona en la otra mesa cercana, con un café desde hacía media hora, flaca con la ropa pegada a los huesos, había entrado en la edad donde el color de los ojos se diluye. Ella me habló con voz tranquila, de nacida y criada. Dijo conocerme, desde su casa veía mi caminata diaria de seis kilómetros y el día que dejé mi traste al aire para hacer reír a mi marido, ella también se rió. Le gustaba el sentido del humor, comentó de sí misma. A mi no me pareció que fuera una persona con sentido y menos aún del humor. No le creí ni jota. Patética y mentirosa, lo señalaba su amplia soledad, elegida o no. Después del comentario, puso su cabeza en la ventana de dos posibilidades: autos estacionados o cielo con nubes móviles. Seguí con mi lectura del pasquín y sin mirarla hablé de las casas de su sierra: tenían jardines sin nadie, nunca. Ella negó todo: la gente amaba la naturaleza y jugaba con sus niños en sus parques arbolados, decía con seriedad testimonial. En dieciséis años, jamás ví las situaciones que describió, no amaban la naturaleza, asesinaban árboles, tapaban la tierra con piedritas. Odiaban a los niños, los encerraban en colegios privados con comederos incluídos. No quise contradecirla, cada cual atiende su juego y algunos perciben cosas que no existen. Tenía superficie corporal de cáncer terminal. Cuando partió saludó triste.

Nunca encontré su casa, desde donde dijo observar mis caminatas. La ví otro día sentada en la misma mesa, me acerqué a saludar y le di un beso. No le pregunté cómo estaba porque su piel era gris y su cutis evanescente. Por vez primera sonrió con dientes amarillos y encías expuestas. Me dio frío.

MADEMOISELLE - II

No sé porqué vine. Para salir del encierro y ver gente, no hay nadie. Por suerte hay una mesa con alguien que reconozco. Es la que pasa por la sierra cuando busco leña, me escondo para verla. Un día se bajó el jogging, pensando que estaban solos, el tipo se reía y ella le hacía burla. No es decente, qué va a ser. Si fuera decente, no mostraría el trasero así. Me dio bronca, yo juntando palitos para calentar agua y la tipa caminando. Le voy a contar que la ví, a ver qué me dice. Es amable, pero se queja del lugar que es hermoso, la idiota. Critica a la gente con un desparpajo. No es de acá, se nota. Nosotros no tenemos que permitir que venga gente así. Una cosa es la libertad y otra el libertinaje. Dice: “mi marido”, pero no tiene anillo. Ni casada está con el tipo. Para mí son judíos. Ahora me trae leña el chico del diario.
No la veo más, mejor.

Hoy voy a tomar café y estaba la tipa, leyendo el diario. Ya se va, me descubrió, se acerca y me saluda con un beso, yo le sonrío, qué le voy a hacer, por educación.

Hay gente que no tendría que existir.

viernes, 12 de noviembre de 2010

SEC-BORDER

Había una secretaria nueva con cara de ardilla y dientes roedores expuestos. Atendía tres consultorios psiquiátricos. Teléfonos, cambios de horarios y pedidos, confección de recetas y complicaciones menores del oficio. Un miércoles Vane amaneció con poderosas anginas, expresión de hondas angustias. Somas impotentes que le impedían asistir a su sesión semanal. Pidió hablar con la Sec y dejar el mensaje de no concurrencia a su Psi. Le respondió una voz de pausas infinitas, vocablos mínimos, confusos y los buenosdías y hastaluego, gracias, se los debió. Vane quedó entre estúpida y en falta. Así se siente un paciente que va a consulta con la estima en baja, como Vane y su idea pendular: “¿Vivo, o mejor no?”.

La actitud fría y lapidaria de la empleada, la consultó con su Psi. Ésta la tranquilizó con gesto de no tener importancia, por la juventud de la ardilla, casi una niña, adujo. Vane, que pensaba hablado, contestó que acordaba con su juventud, pero la boludez no tiene edad, hay niños boludos, jóvenes boludos y viejos boludos. La ardilla era boluda. La Psi y Vane, dejaron el tema ahí. Pasado un tiempo, Vane quedó sin medicación y un tubazo a la sec-ardilla para confección de receta y firma de la profesional. En la tarde fue a retirar la receta y la Secardilla (como optó por llamarle) la miró con ojos de volver de nada y muy suelta de dientes contó que se le había traspapelado y no había nadie en consultorio para sortear el problema.

Vane apretó los puños, los dientes y se le perló la frente, tomó la manito de la ardilla indiferente y una ligera torsión hizo que el animal pusiera dientes de horror, los ojos se le fueron redondos. Vane sintió alivio, pero no el suficiente. Juntó moco de su angina anterior y lo arrojó a la pantalla de la computadora, pasó la manito en torsión por el salivado y le gritó “perra” al oído. Vane salió a la calle y paseó su tristeza por los naranjos. Algo le decía que su tratamiento necesitaría más tiempo que el estimado. Volvió sobre sus pasos, tomó una naranja del piso y la arrojó a la ventana del Psi más antipático que atendía en el lugar. “Ya que estoy la hago completa.” pensó Vane, que era reflexiva por demás y juntó los vidrios, para que no se lastimaran los perritos sin zapatos.

domingo, 24 de octubre de 2010

META MATAR NOMÁS

Así que hay procederes ejemplares, vos que sos del Partido Obrero y no sos obrero. Vos que pensás que el mundo va a ser mejor, basado en tu futuro sin frontera y el amor de tus padres comunistas.

Te mataron. Un arma con mano pagada, le gustó más la guita que tu persona de veintiséis años. La guita lo hace más feliz que tu vida. Alguno habría sabido, otro ha fabulado, alguien te señaló y estaba cerca cuando disparó. Reflexionaba el asesino: - Un zurdito menos es un zurdito menos.

Ningún partido es ningún partido. Las dificultades las resuelve una bala. Las felicidades del dinero: el dinero, sólo el dinero. El dinero compra la muerte. El dinero paga la vida del rico. Y mata la del pobre.

domingo, 17 de octubre de 2010

EL OMBLIGO DE INÉS

Inés tenía cara de yo me sé todo y una corte de boludos que le creían.
Puede que su forma de trabajo no la practicara como una forma de dominación, pero sus creyentes la seguían, escuchaban sus evaluaciones y hasta las ponían en práctica. Hubo una obra conjunta de diez esperanzas. Inés se encargó de evanescerla casi al hacerse cargo. Ella dijo que debía practicarse un aborto. No estaba en condiciones y excusas, excusas ¿Y para qué hacer creer tanto? Hay muchas Ineses y son parecidas, el aspecto de orfandad, el desaliño sincero, el estoy por, o cuando vaya a…

Inés quedó sola y no le importó una nada. Toda su vida fue solitaria, casi no sentía a los otros. Percibía latidos diferentes, colores ajenos, risas en otro idioma. Podía ser reina de repente o reclusa permanente. Robaba novios ajenos sin mediar intención alguna. Los hombres quedaban perdidos por Inés. Algunos dejaba pasar, por ejemplo los candidatos de dos o tres amigas. El resto era para amarlos y luego Inés les cobraba. Este método le capitalizó la vida con un piso alto, con terraza, árbol y pileta, en plena 9 de Julio. Una cabaña de maderas chinas, en una playa sola, de una isla sola, del Delta y su lugar de vida, una casa de piedra, incrustada en Sierra de La Ventana. En el techo de pasto se hamacaba a la hora de la siesta. Sola Inés.

domingo, 10 de octubre de 2010

ABSTEN

Isolina largó el pucho, las piernas se le dormían, los brazos. Aire le faltaba. Pecho con tos circonvulsa. Latido galope. Ataques de locura, ningún pucho puede reemplazar un pucho.

Isolina fumaba de la mañana a la noche. Como para ella la noche se unía con el día, fumaba la vida. Prender y no necesitar ni un amigo, ni un novio, ni, ni, ni siquiera nada. La mejor compañía, mirar algo con él y sentirse uno sólo con el humo inhalado y luego exhalado. Es el punto G del fumador. El pucho es que si son las tres, querés fumar y no tenés, agarras la bici y vas a la otra punta y volvés con uno prendido y viento en contra. Cuando llegás uno para festejar, otro para el café y después muchos, porque charlan los amigos y fuman.

Isolina los fue odiando de a uno. Primero lo permitió y no pudo desdecirse. Pero sí puede odiar. Eso no se ve, ni se dice. Sale sólo, pocos no creen. La mayoría sabe. Isolina no les quiere explicar, se enteró que todos la odian.

sábado, 11 de septiembre de 2010

COROLARIO

Tengo sensaciones que coinciden con las acciones dadas en llamarse vejez. Mientras miro un equipo de dvd sigo caminando hacia otro lugar y el ángulo de dos paredes golpea un costado de la nariz. Duele, está hinchada. Hace unos meses resbalé con semillas de una pinácea, caí largo a largo con la cara metida entre la piedra y el yuyo. Se rompieron los dientes de adelante formando una v corta con el vértice hacia arriba. Consecutivos golpes en rodillas, codos, hombros, me han creado un ritmo de caminar azombizado. Dos veces me descosí en la bañadera.

Veo borroso, escucho lejano, cuando alguien cuenta algo olvido de inmediato lo que dijo y lo invito a juntar margaritas. Hasta dejé de recordar que vivo sola y treinta y dos gatos es una cifra elevada. La casa es grande y el jardín con veinte años sin jardinero es el mato amazónico. Recorro la selva noche y día buscando feroces animales que finalmente duermen largas siestas conmigo.

Piensan que son seres exóticos y extraños las viejas solas con muchos gatos. Les resulta nauseabundo el olor a pis y temen enfermedades virósicas expandidas en toda la manzana.

Yo dejo la casa a los gatos y me voy a la mierda. Le tengo miedo a esta gente. Intuyo.

lunes, 6 de septiembre de 2010

ANTISÓCIAL DESPORTING CLUB REFULGENSE

Se fundó en el interespacio un club Desporting, por carecer de todo tipo de pelotas. Disfruto esa ausencia de derrotar a un grupo de infelices con un elemento redondo como la histeria. La pelea, con guantes o sin ellos, donde no existe conflicto, para que dos nabos se transen a luchar. Las carreras, sobre ruedas o sobre piernas, para llegar primero a una cinta de papel plástico, que encima la rompen en señal de triunfo.
El primer nombre es Antisócial, con acento en la o, enfatizando lo más enfermizo del hábitat: los humanos socializados. Nada más virósico que el “todo bien” y el “nos vemos”, hipocresía del “todo para la mierda” y el “a vos, mejor perderte que encontrarte”. El hombre social ajusta sus gustos y deseos a los ajenos. Seres tan idénticos entre sí que escaran el imaginario de los antisociales, que somos pocos, pero los mejores.
Ni nosotros lo dudamos. El nombre Refulgense cierra el del club. Re, porque es una sílaba fuerte. No es lo mismo puto que reputo o que te parió a que te reparió.
O te quiero a te requiero, Fulg, por la calle Fugl, pocos saben que es Fugl. Por eso. Y pensé, porque el club tiene personas con genes que son. Escuchamos ofertas, por los medios que cada miembro prefiera. Hoy que resulta una incógnita solitaria, no lo digo por inspirar, me sale RESPETO, RESPETO, RESPETO, RESPETO, Reppeto, Requieto, Reinoso, Reinquieto, Relejos, Rejucilo, Resma, Roma, Rusia, Sucia, Respeto, Re lejos.

jueves, 2 de septiembre de 2010

¡CÓMO TE BORRÁS, DIOSITO!

La voz se escuchaba, pero él estaba en otra parte. Cuando está triste de sapos tragados en la facultad o en el trabajo, me doy cuenta y pregunto poco. Sé que prefiere el discurso en solitario. Mis palabras interfieren el orden que quiere dar a su pensamiento raspado, dolorido o cansado. Pasados los relatos grises aparecen colores de alguna anécdota que hace reír primero despacio. Después los cuentos se enciman y los nutrientes del joven cantan rodadas a carcajadas.

Hoy no. Varios días atrás fue un chico más joven que él, con su máquina nueva y sus agujas. Todas las tardes mirando y preguntando y él le enseñaba sobre el trabajo, acerca del diseño, de la asepsia, de todo lo que al oficio se refiere. La última tarde le calibró la máquina y le regaló una bandejita, él lo miró como a un maestro, con los ojos brillantes y contentos. Empezaba a trabajar en unos días. Apretaba sus ganas en la motito que andaba seda y prudente. Mientras cruzaba, un tachero con luz roja siguió su odio en rojo y partió una moto y una vida. Y tardó esa vidita en irse, tal vez dios quiso que sufriera un poco más.
Me preguntó porqué lloraba, si yo no lo conocía. De veras, qué tonta soy, qué importa que un imbécil apurado termine aplastando una promesa, total, yo no sabía quién era el chico y accidentes hay todos los días.
Soy una estúpida sin remedio, cómo cargar con tanto dolor por un episodio sin retorno. A mí qué me importa la tristeza de esa voz en otra parte, si seré boluda, qué me importa la muerte de un desconocido joven. Tonta soy ¿Cómo lamentar una semilla que me es ajena? No tengo porqué cargar en la mochila con la máquina calibrada, las agujas y aquel duelo ajeno que me es propio. Ocurrió el jueves, por eso escribo lo que me contó el tragasapos castigado. Qué boluda soy, me robo la moto rota, la mochila destruida y no sé quien más, que lloro y lloro en una bandejita regalada.

sábado, 28 de agosto de 2010

LUGRAR DE DIOS

Me gustaría que en el valle frente a casa colocaran una fuente de yeso cremita con un chorrito de agua y
Blanca Nieves y Los Siete Enanitos haciendo la rueda de la batata alrededor, con una flor en el culo cada uno. Tierra no, porque es sucia. El suelo lo imagino con piedras blancas que cuando sean pisadas echen olor a desodorante de inodoros, tapando las deposiciones caninas. Árboles no, porque le restarían importancia a Blanca Nieves y su margarita del orto.
Los Siete Enanitos temen al árbol. Fueron violados por gnomos vegetarianos que les sellaron los esfínteres con caléndulas. La oscuridad reinante impidió que los agentes del orden advirtieran el ilícito. A Blanca Nieves pudieron verla por alta y blanca. Se pusieron cachondos y abusaron de ella. No hizo la denuncia por temor a que la separen de los Siete Enanitos.

Yo sé que mi sueño se va a cumplir, porque le voy a escribir al Intredente, que era médico de niños y parece un Papá Noel pródigo en ideas infantiles, con juegos de colores o chorros en lagos de caca o paredes color caca con murales muy lindos, hechos por gente que estudió mucho y tiene tralento, se ve.

El día de la inauguración de la fuente del valle de enfrente, me gustaría que viniera todo el Conejo Delirante, con el Impertinente y los Tristesferros, junto a los Lavaedros. Me gustaría que algún milico de mi barrio, que está lleno, me prestara su vieja Itaka y cuando canten el Himno Retencional descerrajarles en estómagos y cabezas, certeros disparos. Que vinieran los perritos sin marca, los que no tienen dueño, ni comida y por fin comieran carne dura, pero carne al fin.

Yo sé que no existe, pero le pido a diosito que me cumpla el sueño. Quiero que él sepa, aunque no exista, que amo la brea y el cemento y odio los sauces, los pinos, las hortensias, las retamas, los aromos, los macachines y todo lo que tenga raíces. Yo de política no entiendo nada, pero esta adamestruación que tenemos nos llena de alegría, sin pedir un centavo a cambio. Las prósperas ideas de progreso con esos edificios impotentes, donde los arquitrectos desafían la imaginación, la inteligencia y el buen gusto natural, que proviene de sus noblezas inhumanas. Dios está en este lugrar, yo no tengo dudas.

sábado, 7 de agosto de 2010

TEJER

Remontar de un amor perverso lleva tiempo y dolor. Supera el esfuerzo del decolar un amor sano. El perverso es intenso, se parece a una serpentina de papel de otra galaxia suntuaria y termina siendo un alambre de púas venenosas, que producen adicción y deseos espantosos de inmediatez angustiosa. El amor perverso tiene un fuego que consume el cuerpo y el alma si no se quiere, no se sabe o no se puede, nos deja la metástasis del destrozo de la autoestima. El ser y su esencia nunca vuelven a tener la misma forma, los fragmentos no tienen adhesivos y la voluntad se excluye del horizonte de todo. Hay un punto donde la vida y la muerte gozan una permanencia imprescindible. Los sobrevivientes de los goznes perversos suelen sortearlos el resto de sus vidas. Hasta la razón se pone al servicio del convaleciente. La terribilidad desaparece, huérfana de nada.

El amor sano deja crecer otros lugares, abre puertas donde se disfruta la soledad, inventando mundos nuevos. En el amor sano la perversión se disgrega, en el oxígeno que producen los corredores de aire. El cielo y el infierno conviven, es natural.

martes, 3 de agosto de 2010

FOTOS Y FOBIAS

El primo Alberto era el preferido de mi abuela Laura, el sentimiento fue mutuo. Hay fotos que lo muestran en Ostende, con un perfil de estatua mirando al Este, con una espalda perpendicular a la tierra, una rodilla flexionada a 90 grados, apoyo de un brazo fuerte y relajado donde una mano distinguida, con dedos de arpegio, hacía nada, que según las mujeres de la familia, era su actividad predilecta. Laura está a su lado, enhiesta y de perfil hacia el Oeste. Según mi madre, ambos fotografiaban de perfil para encubrir los ojos demasiado juntos. Alberto aparece con un traje de baño, cuya parte superior es una especie de musculosa blanca, prístina y unas bermudas oscuras hasta las rodillas. El pelo cortado al hachazo, lacio como brocha y brillante como alas de cuervo. Tiene un aire de Buster Keaton. Mi abuela lleva una malla negra, austera, pero deja ver unas piernas perfectas, a partir de sus rodillas, el escote no es generoso, pero sus pechos son firmes y acotados. Tiene una mano apoyada en la frente, destacando un gesto laisser faire. El codo descansa en el hombro de Alberto. Cuando mi abuelo viajaba sus depresiones por lugares lejanos, mi abuela Laura vacacionaba con sus hijos y el primo Alberto.

Alberto le tenía fobia a los agentes bacterianos de los objetos y del aire. Cruzaba las calles con pañuelos blancos apoyados en nariz y boca. Si hablaba por teléfono público, colocaba un pañuelo en la escucha y otro en el habla. Terminada la charla, desechaba los pañuelos en cestos de basura públicos. Si arribaba a una casa amiga o familiar, donde era informado de gripes o febrículas, huía de inmediato. Llegaba a su casa y aseaba sus manos con jabón y cepillos de distintas densidades. Comiera donde comiese, inspeccionaba las copas con lentes, a contraluz y el resto de la vajilla también. Ingerir alimentos fuera de su casa era un sacrilegio que su cuerpo no podía perdonar, su mente menos. Para Alberto lo único impoluto sobre la tierra, además de su propia persona, era mi abuela Laura.
Decía que el transporte público, las aglomeraciones, los bancos de sentarse, como los bancos de dinero, los hospitales y las familias multíparas, eran un atentado permanente para la salud del cuerpo.

Alberto, como casi todas las personas, un día murió. Su fallecimiento se debió a un cáncer de pulmón, que le produjo una irrefrenable adicción a la morfina. Mi abuela Laura lo tenía en una foto, vestido de mannequin vivant. Había un ramillete de violetas cerca de su retrato, no demasiado cerca, por respeto a Alberto y su fobia a las flores. Las consideraba agentes de dudosas intenciones.

lunes, 2 de agosto de 2010

LA DIFÍCIL PREGUNTA DE EZEQUIEL

Y con esa mirada de ángel, directa, ingenua, tímida, quiere que le cuente de la dictadura militar, de la guerra de Malvinas, testimonios, datos, que él escuchó perdido en el humo de los olvidos. Y tiene un grupo de música que hace cumbias, quiere que las letras cuenten, considera que lo que no sabe es importante por algo, no cree saber y pide que le cuente. Es menudo, flaquito y tan joven, tan diáfano. Tiene esperanzas en su grupo de cumbias, como mi hijo guarda esperanzas en sus tatuajes y otros jóvenes en cosas diversas, ajenas a nuestros deseos, pertenencias de ellos, huérfanos de todo, pero si no está se inventan un futuro y muchos quieren saber el horror anterior y eso es un purificador de este presente tan sucio que ellos no merecen.

¿Qué le escribo? ¿Que en el 78 fuimos campeones del mundo en pelota, mientras se hacía pelota a hombres y mujeres, casi niños? Los unos en la cancha, los otros en La Cacha, El Olimpo, El Vesubio y tanto sótano y casa de ricos abandonada para la tortura seca, mojada, eléctrica, violadas y violados, partos obligatorios, niños de regalo.
¿Para qué? ¿Qué órdenes recibían los milicos, de dónde, de EEUU?, seguro, ellos deciden entrar en un país como asesinos, con permiso auto-otorgado y Vietnam y El golfo e Irak y Palestina y y y y son ellos. En los setenta se convocaba milicos a EEUU o a Brasil, les enseñaban a torturar, a conseguir mano de obra para la tarea.

“-Basta de ideas.” No importaba si eran peronistas, troskistas, marxistas, comunistas, anarquistas, lo que no debían permitir era que la gente pensara, los jóvenes en especial y los viejos sabios. Y cuando llegaron a treintamil apareció un Dictador milico y borracho, que decidió atacar Las Malvinas, que eran nuestras. Flor de pelotudo el asesino, presenta batalla al primer mundo. Hubo gente más idiota que el borracho que llenó la Plaza de Mayo para gritar:
-¡Sí, vamos a ganar, las islas son nuestras!
Llevaron soldaditos, casi niños, sin abrigos, ni instrucción, ni armamentos. Los eligieron morochitos del Chaco, Formosa, Santiago del Estero y esas provincias donde el negrito no vale nada y encima obedece y sobra. ¿Cómo borraron tanta sangre? Con otro pelotudo que luego de la derrota y la infamia del borracho apareció peinadito diciendo que entregaban el infierno, a un país con democracia civil, Alfonsín, que era Coca Cola y el primero que perdonó a las bestias. La supuesta y mentida democracia no la decidió el pueblo. La decidieron los milicos, mejor dicho EEUU, que hasta no hacer mierda a toda América no van a parar. ¿Cómo le explico yo a este chico tan transparente la cobardía, la infamia y el genocidio?
Porque yo no me quedé ahí , donde la mano de obra anda entre nosotros, todavía. Me gustaría decirle que hay un genocidio segunda parte. Tiene otros actores, pero la víctima siempre es el pueblo. Pero estoy segura que EEUU y otros aliados cretinos tienen que ver.
Son unas letras para cumbia.
¿Cómo explicar en simple, para que él pueda componer sus cumbias de esperanza? Muchachito ¿Cómo?

miércoles, 23 de junio de 2010

ORDANARIA

En el Reino del Alzheimer eligieron Reina a una estúpida cualquiera. Era ladrona compulsiva, como esa gente que tiene más riquezas que años por vivir. Como no le daban las neuronas, de gastarse en nada, compró una corte de ladrones sin ética ni moral, ingredientes que el Bizconde, marido de la Queen Stupid, encargose de munir con el poder del idiota, la pólvora y la injusticia.

Tenían el equipo perfecto para resucitar a Atila y pisando a porcentaje, no dejar crecer ni los tréboles.
Él se encargó y todos saben que a su paso, la tierra no acepta germinación alguna.

El pueblo miraba a otro lado, por temor a las flechas perdidas y a la pérdida del garbanzo para subsistir. La desnutrición y la ausencia de ejemplos nobles, hizo que Queen Stupid y su séquito se sintieran acompañados. Nada superior a la ignorancia en cadena, para transformar seres, en idiotas autistas, cuya ocurrencia era deponer en el prójimo. Se alimentaban de eso los prójimos y pedían más y les gustaba. Queen Stupid deliraba y las gentes, impotentes, frente a tanta voracidad y perversión decidieron quitarse la vida. Fueron unos diez o doce. Una cifra despreciable.

El Bizconde cónyuge de Queen Stupid, decidió robar todo el reino.

Lo último que se supo de aquello fue nada, porque tanta degradación produjo una historia diluída en contaminación, perdida en el cosmos, sin rumbo ni destino. Los planetas clausuraron todo sistema de recepción a elementos dañinos y malolientes, que atentaran contra el bienestar y la equidad de los planetautas.

viernes, 11 de junio de 2010

TRANSPORTADOR

No hay contadores de historias. La última que conocí fue mi abuela. Es un arte contar cuentos, es un arte literoteatral. Mi último y mejor amigo es un contador de historias, hábil supremo de la palabra y ferviente seguidor de la locura. Nos transporta y nos embebe en nombres, edades, cualidades, historias, donde a veces, a mí, se me confunden los nombres y los hechos. De hecho hago comentarios donde los nombres y las anécdotas no se corresponden. Mi amigo sabe como soy, pero se empecina en seguir contando nuevos cuentos y yo, en confundirme. Somos distintos, él tiene memoria prodigiosa, yo carezco de ella. Me gustan las historias desde lo que sucede y a los lugares de estratósfera donde me llevan. Allí no hace falta la memoria, porque está todo. Eso tiene este contador, te lleva en su vehículo. Es el mejor recitando y escribiendo poesías, pero esto lo sabemos pocos, cuando las personas como él no son reconocidas, pienso: ¿Por?

sábado, 5 de junio de 2010

Y NUNCA

Trabajaban enfrentados dos escritorios y un pasaje de personas. Cinco años. Se observaron.
Luego fueron recortes de madera que los encubaban y se veían las caras. Quince años. Se usaron de espejo.
Llegaron las puertas cerrojo y los cerrojos quedaron enfrentados. Veinte años.
Jamás se cruzaron a la salida. Estuvieron sentados contiguos en la reunión anual de la empresa. Sólo se miraron para arreglarse el pelo o la moña de la camisa. Antes de irse, en vez de saludarse, se miraron el hombro y quitaron migas similares.

miércoles, 19 de mayo de 2010

LUZ Y CÁNTAROS

Cuando cumplió tres años tuvo su primer ataque de epilepsia, apagó las velitas y la aplaudieron, protestó elastizado, había que esperar, dormía un rato y despertaba como si tal.
Creció y quiso una plataforma en el laurel más antiguo del monte. Por su problemita, se le concedía todo.

El padre realizó la plataforma. Desde allí molestaba con un espejito, a cualquier persona, animal o cosa. Miraba el cielo mientras sus hermanas olvidaban su existencia.
Un peón encontró una soga, con un nudo de ahorque, en el árbol de Adela. Su madre mandó cortar la soga y juntar todas las sogas, hilos, bufandas largas y trasladar todo a un almacén lejano. Cuando Adela miraba con fascinación la medicación de su madre y la aplaudía tras la última toma, decidieron juntar todos los remedios, pociones polvos, venenos de hormigas y otros insectos, para esconderlos en el sótano. Cuando Adela se aburría, que era el día completo, se asomaba al aljibe para mirar su propio reflejo. Iba todos los días. Sus padres mandaron cerrar el pozo y todo lo que tuviera más metros abajo del piso.
Adela se daba cuenta cómo movilizaba la familia cuando detectaban con qué se le ocurriría matarse.
Se dio cuenta que hasta a sus hermanas les importaba.
Llovía, durante el almuerzo las chicas se sentaron empapadas. El padre, sin mirar dijo que faltaba Adela. Corrieron todas a la ventana y los padres a la galería.
Venía del monte Adela, parecía un ángel, tenía un ropaje blanco y el agua no la mojaba, saludó con la mano a mitad del trecho. Nunca había saludado a nadie. Caminaba y tiraba besos con pasos cortos. Un rayo venido del monte cayó cerca de Adela, más que cerca, entró por su cabeza y salió por sus pies. Logró despedirse, antes de ver su sueño realizado.

jueves, 13 de mayo de 2010

HOMICIDA BIC

El agua corría pegada al cordón. Una birome voladora cayó en el líquido móvil, mi primer desafío, pescarla con dos dedos. Un chico la esperaba con ojos de haber perdido un celular. Era transparente, le quedaba poca tinta y la punta plástica destrozada.
El chico dijo: - Gracias, Señora. Raro, ningún chico dice gracias, ni señora. Le hacen la cabeza los compañeros, la maestra y la directora.
Él aguanta, por que es bajito, morocho, no te quiero porque sos negro y pobre. Tiene bronca. Cuando aparece la Directora quiere cortarle la garganta.
La punta de la birome es el apoyo de sus dientes, le guillotina la cabeza, salpica con sangre, se limpia con el codo y escupe pedacitos de plástico.

viernes, 7 de mayo de 2010

A LA ESCONDIDA

María dibujaba las paredes de su casa a los tres años. Ése era su papel, hasta el auto de sus padres fue el fondo de su primer mural. Nadie aplaudió sus obras, sí le aplaudieron sus mejillas para decir: no.
Ahora ella es una obra de arte, a veces se tiñe de azul el pelo y lo cruza con un mechón rojo. Se inventa ropa de colores imposibles y anda por el mundo, como un cuadro hecho persona. Su dormitorio, de colores plenos, tiene dibujos que imagina y modifica a su antojo. Aprende a escondidas en un taller, donde su maestra la envidia, corrigiendo sin motivo, lo que brota de sus ganas.
María acepta, la cree portadora de conocimientos que ella ignora.

Un amigo le sugirió probar en otros lugares, la Facultad de Bellas Artes sería un disparador para su talento.
María preguntó a sus padres si le permitirían elegir esa carrera. Ellos dijeron no, ellos dijeron Asistente Social.
Se encierra en la pieza y sigue pintando, para cruzar el espejo, como Alicia limpia pisos a escondidas para comprar óleos y pinceles. Las sábanas viejas, que su madre descarta, son sus telas. Busca madera en los conteiners y fabrica bastidores. Cuando no hay nadie en su casa. Si la descubren, teme que la exilen.Su familia piensa a María como una circunstancia molesta, la oveja negra. Les indigna que la oveja se pinte de colores.

No pueden detener la compulsión creativa de su hija. Buena para nada, le dice el padre. Ridícula vergonzante, dice la madre. María no escucha, se pone música dentro de los oídos para representar la vida suprimiendo los grises y el deber ser que le es ajeno.

Aprende a tatuar a escondidas, con un maestro que en la segunda clase, sintió que María lo superaba y se lo dijo. Ella lo besó color anaranjado y le hizo el amor violeta y verde. El maestro se dejó llevar por la paleta. Le enseña una vez por semana, frenó el delirio adolescente con clases que no dejaban tiempo para nada. María aceptó, porque ahora sabe que es mejor no esperar nada. Juntó plata y se compró una máquina a escondidas. Se tatuó a sí misma y a sus amigos. Le vino trabajo, al punto de no tener tiempo para nada. Casi olvida decir a sus padres que se iba. Vive sola, en una casa color fucsia, para que parezca más grande le forzó la perspectiva, con espejos comprados a personas que prefieren no mirarse.

viernes, 23 de abril de 2010

DOSCIENTOS OCHENTA Y OCHO

La casa de los Atencio era un misterio vecinal. Decían que había fantasmas que dormían en el jardín, cuidaban las ventanas sin cerraduras y las puertas también.
Una casa sin cerrojos, de escaleras confusas, algunas para el subsuelo, otras para la entrada principal y una muy rara al costado. Allí vimos una mañana un cocinero de gorro blanco y bigotes negros, más grandes que la cuchilla que portaba amenazante. El placer de nuestra infancia era tocar el timbre y huir.

Cuando decidí quedarme sola y enfrentar a quien me atendiera, salió una viejita flaca, toda vestida de negro, con medias de muselina y botas acordonadas de infinitos ojales. La nariz se le unía con el mentón y en la cabeza un sombrero enjaretado hasta abajo de los ojos. Sonrió y era un largo tajo de encías. Me invitó a pasar y no preguntó ni quien era. Las paredes de la casa estaban forradas de seda, con pedazos arañados y agujeros de humedad, color verdinegro. Ordenó un chocolate que trajo el cocinero, me guiñó un ojo el maldito. Le pedí a la viejita que me mostrara la casa. “Y cómo no…” dijo ella y tomó la delantera. En cada habitación había dos o tres gatos durmiendo en las camas, en las mesas o arriba de cortinados o en sillones, que debieron ser cómodos en otros tiempos. Ahora eran puro resorte al aire.

Dijo tener dos hermanos que allí vivían. Un viejo que estaba loco pero era bueno y una hermana descarriada, que se pintaba la boca para ir a la iglesia y volver. Le conté que a ella y a su hermana, las conocía de las misas de los domingos, pero al hermano jamás lo había visto.”Ni lo verás” contestó. “Él vive en el sótano y sale los días de luna llena para contar las estrellas.” “ En un Domingo de ramos, subió al atrio del sacerdote y arengó a los feligreses contra los orientales, que nos iban a atacar.”
“Él vio el humo desde la terraza, eran las chimeneas de Ensenada y pensó que era la guerra.” “Lo arrastramos hasta casa, nosotras y el cura, que bendijo el lugar y pidió que a mi hermano lo encerremos bajo llave.”
“Fue muy atento de su parte, pero si hay algo de lo que carecemos es de cerraduras y llaves.”

Hablaba mientras recorríamos tantos espacios…ya estaba medio mareada, se lo hice saber. Adujo que a ella también la mareaba, eran veinticinco habitaciones, tres comedores, ocho baños, cinco salas de recibo y el subsuelo, el sótano, la terraza y el jardín, tan oscuro y tan denso que los treinta gatos que vivían elegían la casa, como único lugar. Por eso el olor tan intenso. Le pregunté cuántos años tenía. Contestó que, entre los tres, tenían doscientos ochenta y ocho años y que sacara la cuenta.

Me despedí de Ángeles del Socorro Atencio, le di un besito en los huesos y fui corriendo a mi casa. Le pedí a mi padre que le mandara un cerrajero a esos tres viejos indefensos y le conté lo vivido. Él era un hombre generoso y sensible. Llamó de inmediato a un señor de confianza, que hacía las cosas bien y cobraba acomodado. Y así fue como los Atencio tuvieron sus cerrojos y las llaves correspondientes. Al operario lo atendió Ángeles del Socorro, diciendo que lo dejaba sólo, para trabajar tranquilo. Habían pasado nueve horas y el cerrajero, agotado, cayó redondo y durmió. Cuando llegó la mañana, sin entender nada de nada, aquel hombre se encontró rodeado de dos viejas peladas y un viejo que le gritaba “¡Hay un ladrón!” y “¡Socorro!”. Apareció el cocinero, con su cuchilla en la mano diciéndole al cerrajero que lo iba a degollar. Y aquel señor, asustado, murió de un paro cardíaco. Ángeles del Socorro, no tuvo mejor idea que recurrir a mi casa. Mi padre llamó una ambulancia y luego a la policía.

Cuando pasó todo aquello, no sé porqué mi madre y mi padre no me hablaron por tres meses, no tuve mis vacaciones. Me mandaron al campo de mi abuela, eso me puso contenta, porque en el campo de al lado, vivían unos hermanos que eran muy viejos y tenían una casa que era el triple de grande que la de los viejos Atencio. Desde el monte de la abuela, los miraba desde lejos. Iba a esperar unos días y luego me haría presente. Me encantaba visitar gente desconocida y viejita.

jueves, 8 de abril de 2010

TALÓN DE FUEGO

- I -
Partió del campo a los dieciocho años, harto de padre patrón potestad y madre mandato mandada. Oliverio sentía dos álguienes que pesaban deseos crecidos de sí, brotes nuevos que sus padres cortaban, como ramas molestas y pisaban su libertad de elegir caminos diferentes. No llevó nada cuando se fue, él era del viento, no quiso ropa, ni fotos, ni documentos. Tampoco dijo adiós, para evitar discusiones bizantinas.

Fue mesero de fonda. Cambió el Oliverio Carranza por Severino Pertierra. El pueblo era chico y su llegada despertó curiosidad y respeto. Su figura alta, de mirar directo, las manos curtidas, el andar seguro, la ausencia de titubeos en respuestas a preguntas varias y lo parco de su carácter serio, no concordaban con la edad que denotaba y nunca dijo. El dueño de aquella fonda le preparó el uniforme, guardapolvo gris de tela miseria y unos zapatos que Severino rechazó, prefirió sus alpargatas, bigotudas pero limpias. Nadie lo contradijo, tenía una voz profunda que provenía de sus tripas. Era un hombre recién nacido y como tal lo cuidaban. Había una María Isabel que casi se lo prendó. Él entrevió lo que seguía y ahí nomás partió sin avisar nada.

Llegó a la ciudad grande con alpargatas nuevas y un libro que compró, el más barato que había “Martín Fierro”, de Miguel Hernández. Una hostería lo tomó de cocinero y su nombre le vino de aquel librito, dijo llamarse Martín Ferro. Con habilidad prodigiosa, logró comidas ricas y raras que convirtieron aquel sitio, sin demasiada clientela, en un lugar preferido por gente rica del campo y de algunos empresarios que era mejor no saber. La señora Josefina, dueña de la hostería, le hizo hacer documentos, para que anduviera tranquilo. La señora sin querer, se enamoró de Martín. Él dejó que casi sucediera, lo que era de esperar. Acostumbrado a presentir, se fue sin aviso previo y la ciudad se lo tragó.

Ésta vez, con buenos zapatos y una campera de cuero, traída del extranjero, así le dijo la doña cuando le dio aquel regalo. Siguió con el Martín Ferro que rezaba el documento. Ésta vez, tenía dinero, podía esperar un trabajo y vivir en un hotel de la Avenida de Mayo. A pocos metros de allí se enseñaba a bailar tango. Martín se anotó de alumno. Superó a sus compañeros en tiempo record y más. Lo contrataron, con su propia profesora, en un espectáculo. Le pareció de buen augurio la coincidencia, que fuera en una sala del Teatro San Martín. Ésta vez fue distinto, se enamoró él de Cristina, su maestra y partenaire. Ella lo supo de siempre, pero no tenía seguridad. Martín ideó una coreografía con la memoria del corazón y Cristina lo siguió, porque el mirar directo de él revirtió su talento escondido y fue el complemento perfecto. Sala llena los días de función, apareció un empresario que les habló de la Francia y un lugar de privilegio para bailar, en París. Dijeron un solo sí.
Un día Martín quiso volver. A Cristina no dijo nada, ella estaba más enamorada de aquel país que de él.

- II -
Apareció en el campo, con un auto descomunal. Los padres se mecían en la vieja galería, con los mismos sillones de mimbre y el mismo rosal blanco.
Oliverio Carranza, que fue Severino Pertierra, que fue Martín Ferro, corrió a abrazarlos llorando. Aquellos viejos flaquitos se pusieron tan contentos, tan felices de repente, que no entendieron ni jota de lo que Oliverio contaba.
Terminados los relatos, Oliverio se fue a dormir. Los viejos hablaban quedo y en sus sueños se metieron.
El padre, de madrugada, con gritos de sordo viejo, le pidió que le ayudara a trasladar el tractor, lo dijo con voz de mando y Oliverio obedeció. La madre le recordó que el patrón era su padre y debía obedecer. Con poca fuerza estaban los viejos, pero no para mandonear. Se le fueron las ganas pronto y comenzó a recordar porqué se fue de la casa.

Haciendo arrancar la cuatro, partió sin saludar. Llegó al pueblito y vio primero al buen hombre que le dio trabajo sin preguntar. Hablaron de la María Isabel, que iba por el cuarto hijo. Perdonaron su partida repentina, lo llamaban Severino Pertierra, los vecinos que se acordaban. Le limpiaron el auto nuevo, con esmero y admiración. A todos les regaló los euros que se merecían. Esta vez los saludó y hasta los hijos de María Isabel agitaban sus manitos, diciendo adiós a Severino Pertierra, un hombre grande y tenaz. Agradecidos por todo, vieron cómo se perdía en nubes gordas de tierra.

Llegó de madrugada y la Hostería allí estaba, la dueña reconoció al muchacho, le dio un beso en la mejilla y preguntó cómo estaba. Él contestó, con un café de por medio, que bien y mal, como todos. Le entregó un sobre blanco tiza, con muchos euros. La mujer se emocionó por las dos cosas, la visita y el dinero. Lo despidió con un lagrimón verdadero y se metió en la Hostería, le dio vergüenza llorar. Martín Ferro miraba por el espejo retrovisor. Tocó el acelerador a fondo y lo tragó la ciudad.

- III -
Siguió de largo hasta Ezeiza y hasta París no paró. Cristina estaba muy cerca, por intuición la encontró. Ella lo besó todo, sin preguntarle por nada y él respondió con manos ávidas, de tanto amor postergado.
Martín la notó más ancha, del recuerdo que tenía. Había engordado sin duda, tal vez de la mala sangre por la partida de él. Ella miró su panza y le informó su embarazo. Tomó coraje Cristina y le dijo entre suspiros, que el bebé no era de él. Fue a una fiesta, de invitada y tomó vino demás. Había un señor comedido que la llevó hasta su casa después. A la mañana siguiente, Cristina estaba sola, desnuda y sin poder recordar. Al poco tiempo lo supo, pero no supo de quién.
Martín, mirando directo, le dijo que no importaba, él iba a ser el padre, si ella aceptaba. Él sabía que Cristina iba a decir que sí. Nació varón y le pusieron de nombre Oliverio. El mismo día llegó la carta. Le informaban la muerte de sus padres, que produjo la caída de la viga principal. El sepelio ya había sido. Lo esperaban por los papeles del campo y otros valores, que Martín ignoraba.

Regresaron a la Argentina. El campo los esperaba, con cortes y retenciones. Oliverio y Cristina se sorprendieron de tanto campo sembrado y de la hacienda numerosa. Los viejos, con sus ahorros, dejaron una fortuna. Oliverio rogó a Cristina, que usara su segundo nombre. El primero traía yeta en aquel pago y en el resto del país.
Así fue como Oliverio y María se quedaron en el campo, esperando recuperar lo que aquella gente viciosa, les quería arrebatar. Hasta Oliverio bebé participaba en los cortes. Lo bautizaron, más por cábala que por religión. El padrino que eligieron, se llamaba Alfredo De Angeli, un tipazo.

martes, 23 de marzo de 2010

MARZO 24 = QUE VIVA LA MUERTE

Con la memoria en el día que asumieron los asesinos de la generación más hermosa que he conocido.

Conmemorar la muerte. Dan risa dolorosa los Astiz que asisten como señores a casamientos al castillito de Sierra de la Ventana, “El Angel de la Muerte” que come pizza en cualquier parte ó los Videla, hatos de huesos, incapaces de morir por sí solos ó los Massera que engañaron con secuaces, idiotas descerebrados, entregando armas a un puñado de inocentes, casi niños, que se tragaron el verso.

Los asesinos circulan como cualquier cretino por las calles ó en sus casas. Dicen que se hizo justicia, peor, que se está haciendo justicia. La señora Justicia deja todo disfrazado de que todo va mejor con Coca Cola ò con López tinto en la neblina. Tal vez en Miami se pongan de moda los pañuelos blancos de las Madres y se vendan y estén de moda en París, con una chapa de nada en el Sena, que significa: nada.¿Nadie se da cuenta del uso del desgobierno para tapar las atrocidades que ejercen, con promesas de Justicia de tortuga mendaz?

Eran más los que leían, comparaban, pensaban, ayudaban al pobre a tejer ideas. Esos eran los más.
Los armados eran una cifra mínima ó los que los milicos quisieran, para simular una guerra de mentira y exterminar el pensamiento que inteligía un mundo más justo.
Hicieron mierda hasta muchachitos que pedían por un boleto de micro ó a miles de soñadores que leían Marx, Engels, El Principito ó se reunían para protestar profesores pterodáctilos que enseñaban nada y cambiarlos por genios como Irma Suky, Rodolfo Walsh y miles que hasta por escribir historietas fueron exterminados.

No es fácil matar, mucho menos treinta mil, eso requiere mano de obra de centenares que están vivitos y coleando, estériles apropiadores de hijos de jóvenes que se amaban y mujeres que parieron para que les arrebataran viditas. Hoy gandules de treinta, piensan que sus papitos son sus papitos.

No desmerezco el trabajo de hormiga de Madres, Abuelas, Derechos Humanos, Hijos. Sin embargo no entiendo cómo en mi pueblo el monumento a los desaparecidos esté representado por una especie de señal de Vialidad Nacional, más desapercibida que los chorros de las fuentes, las lamparitas al pedo y las baldosas.

Conmemorar, quiere decir con memoria, la hemos perdido, tal vez vendido. Si los buenos resucitaran, pienso que el asombro los mataría y así morirían dos veces. En esta república no sería de extrañar. Fanáticos, sinvergüenzas, lunáticos y mentirosos.

La venganza del Inca nace en el corazón y crece en el olvido.

viernes, 19 de marzo de 2010

Y LOS POLLITOS PÍO

“¿Qué pensás pichón?” Si hay algo que siempre me molestó es la pregunta ¿qué pensás? tan privado, íntimo, interno, cercado, se afecta la pertenencia del uno mismo. Pichón es un olvido cariñoso del nombre de uno, algo peyorativo, si se quiere. Pichón puedo ser yo, él, cualquiera, como si uno fuera todos o nadie.
¡Pichón já! Todo esto pensaba cuando me preguntó.
No sé qué pasó, saltó un resorte de mi cabeza. Le dije que me parecía un asco lo que hacía. Sacarle las plumas a una gallina muerta y no de a una, de a muchas.
Como arrancarle los pelos a un finado. Un acto perverso y cobarde. ¿A que no le preguntó a la gallina qué pensaba? Al finado sería en vano que le preguntara.

Todo esto le dije. Largó la gallina y como estaba de espaldas, se dio vuelta. Me preguntó si estaba loco.
Me paralizó el pensamiento y le contesté que sí. Prosiguió con el lugar común, que no estaba loco, “vos te hacés el loco, Pichón”. Volvió a irritarme lo de “Pichón”, por razones enumeradas con anterioridad.
No sé qué cara puse, pero me preguntó qué pensaba.
Me largué a llorar.

Ella me abrazó y me acarició las mejillas, con manos que olían a gallina muerta. Grité, grité, como loco. Llamó al celador desesperada. Vino el grandote y me llevó al gabinete. No me dieron más permiso para volver a la cocina un rato. Mejor, tenía lindo culo, pero era una gallina vieja y yo, un pichón.

jueves, 18 de marzo de 2010

IGUAL PERO DISTINTO

Olvidé decirte que el ramo, no era para vos. No sé qué me pasó, me olvidé y te abracé y te besé, como ví en una película anoche. Vos besabas las flores, o les tomabas el olor. Te llevé a casa y no te dije nada, qué te iba a decir, si cuando me dí vuelta, estabas desnuda.
Mientras las cosas sucedían, miraba el reloj y me ponía loco, me retardé demasiado. Prendimos un pucho y hablé de tu cuerpo y de sus maravillas, de tus silencios y de tu pasión apabullante.
Con ojos de ternero y boca de de nuevo, me peguntaste si te quería. Casi me olvido y te digo que sí.
Por suerte me acordé y lo dije todo junto: “que yo no te quería más, pero yo, no te quería”. “Seguro que cualquier otro sí.” Si era la única mujer que conocí, que te hacía olvidar de todo.
Acá le falló a la pobre, por que me vestí rajando y agarré el ramo de flores. Corrí mucho pero llegué. Estaba en la esquina, le dí el ramo y no besó las flores ni las olió.
Tenía un canasto con sánguches, ahí puso las flores.
Me invitó a caminar y tomar sol.
Por suerte, son todas distintas, pero del
“¿Me querés?”no se zafa nunca.

miércoles, 17 de marzo de 2010

SOLAS

Todos los años y nunca. La última vez, ni recuerdo ahora, fue en marzo, un lugar remoto. Calles de arena, casas sin importancia, entramos en la playa ancha, de horizonte azul, mucho gusto, gracias por estar ahí, pensé. Hotel vacío, cómodo, de silencios de tamarindos y álamos. El sonido del mar acariciando el aire.

En un boliche en la playa, con olor a pescado fresco y familia risueña, nosotros sentados paralelos, cerveza y merluza rica. Acodada en una ventana, una chica espigada y blanca, dejó de leer su libro naranja de hojas sobadas y nos miramos, sonreímos, éramos tres. Ella sola, no había dudas. Rara como las gaviotas. Las palabras cruzaron. Borró algún misterio, venía de Buenos aires, antes vivía en España, su padre fue despedido de un buen trabajo. Puso cara de injusticia y dijo que era librera. Mi autor predilecto, le dije, ella coincidió. No podía quedarse con uno, dijo, yo en realidad tampoco. La literatura es tan vasta como el mar. Tema dos, teatro, tema tres, cine. Palabras austeras. Nos fuimos, pidió tomar nuestro retrato en la playa. Ella dispuso sillas separadas y hacer de eso nuestro living. Sugirió mandarnos la foto. Tomó nuestro e-mail.

Otros días la vimos comiendo en el mismo parador, sola, pasando de mirar el horizonte al libro naranja sobado. Siempre vestida de blanco y al retirarse invitando alguien para tomarle un retrato. No nos hablamos más, respeté su soledad y ella mi descanso de palabras. Me gustó no saber de sus novios transitorios, de su librería, donde no entraba nadie, de la dramática separación de su familia, del suicidio de un novio definitivo.

Llegó al hotel otra joven sola, de pelo negro. Andaba ociosa bajo los piñoneros. Las vi de lejos, una mañana de sol y viento. Venían en direcciones contrarias, al verse ambas se detuvieron, parecían discutir.
La espigada tomó una foto y la otra extendió su brazo, le quitó la cámara, la arrojó lejos, donde el agua la alcanzó.
La chica blanca abría la boca y le decía no se qué, pero tenía forma de odio seco, la de pelo negro sonreía perverso, buscó la cámara mojada y levantando el brazo la arrojó más lejos que sus fuerzas. Las dos quedaron tiesas, enfrentadas como toros flacos. Tenían los brazos caídos a los costados del cuerpo y se miraban los pies. Retrocedían con pasos vencidos. Siguieron caminos distintos. La de vestido blanco se diluyó entre los médanos.

Durante la comida en el hotel, estaba la joven de pelo negro, acodada en la ventana, tenía el libro naranja sobado ante sus ojos. Con manos tranquilas rasgaba las hojas. Terminada la tarea, juntó los pedazos en la servilleta de tela. Salió del comedor, abrió la puerta de entrada. Con pasos de molicie, depositó el contenido de su servilleta en un latón de residuos.

Bajé a desayunar y ella ya estaba. Tenía el bolso de partir, apretado entre sus brazos. Apareció el conserje que trasladó su bolso hasta el micro. Tenía el cartel de destino “Cristiano Muerto”. Ella saludó con un gesto triste, acodada en la ventanilla del micro.

lunes, 8 de marzo de 2010

DOS

Cuando terminó la pasión, terminaron las peleas. Ya no hubo gritos de mañana, aparecieron los silencios, sonidos guturales. La excusa del ronquido separó sus dormitorios, las comidas en horarios diferentes. Paula se soltó de la limpieza, las telas tejieron los rincones y los pisos se opacaron igual que su memoria y que su risa. El jardín crecía sin permiso y cubrió todos los vidrios. José dejó de hacer de jardinero y no cuidó aquellas margaritas que bordaban los pies de las ventanas.

Se cruzaban a veces y se ignoraban, ella salía por la puerta de la calle y él por la de atrás, como si nada. Se jubiló José, primero. La ceremonia de ir hasta allá y retornar con los oídos llenos de voces ajenas, en cuerpos nuevos, terminaba. A Paula le quedaban unos meses, que vivió con desgano, no como antes llena de risas.

Él olvidó aquella amante adolescente, que Paula nunca supo, que fue su amante. Paula le creía el sol que había, aunque fuera nublado, José la convencía. Ella también tuvo un amante, el mismo que le dijo que su cuerpo no podía tener hijos, por razones que Paula escuchó ausente. Aquel médico no pudo resistirse a los llamados semanales de aquella mujer triste, que cuando era amada por él resucitaba.
Ella tampoco dijo a José de su aventura y menos después que él le perdonó que no pudiera.
Las cosas se enredaron y estuvo de más explicar nada.

Sonó el teléfono, después de muchos años. Los dos corrieron asombrados y las dos manos descolgaron para atender al salvador que les hablaba, era de un call-center para ofertar indecencias, con voz grabada. Y esa tontería los hizo reír, a los dos juntos. Paula y José y el tubo al medio. Acercaron sus caras arrugadas y se dieron besitos de tortuga. El tubo, en el piso, seguía hablando. Pero ninguno de los dos se daba cuenta.
Salieron al jardín por la ventana, se sentaron en la rama de la higuera y aunque llovía, decía Paula y José se lo negaba, comían las brevas, las primeras. Fue una intersección, que atravesó dos paralelas. Y José confesó que él era estéril y Paula no escuchó porque no quiso.

lunes, 1 de marzo de 2010

A PROBAR

Paralelepípedos, palabra flatolencista. Ecuación, canción del pato dormido. Horarios y timbres oportunos para huir. Sujetos simples y compuestos, predicados recurrentes. Un oprobio, tanta carpeta, tanto apunte, tanto pespunte encerrado. Sustraendo los años, los mejores.
Construcciones poli polares inútiles. Ni para el reciclado. Química, para el sueño, equivalente al rivotril.
Historia, superior al rohipnol. Todo es tan alto y lejos, que no se alcanza y cuando uno es joven, pisa. Si molesta, ignora y pizza, ahí está lo más rico, finita me gusta, equilátera, con hilos colgantes del diente al triángulo.

No importaban las capitales, eran demasiadas abstracciones para tantos nombres. Sofía aburría, con su nombre tan filoso. Intervenciones agresivas, números periódicos y libros de gallegos antiguos, con olor a apolillado. Gimnasia, contra natura en el horario, alcalosis postprandial. La zaga del ghetto continúa en Universidad sin universo. Conseguir novio y alguna somera nota, para no terminar el verano culo en silla. Dórico, Jónico, Corintio. Mucho profe nadador, dejándome ahogada en la ignorancia.

El jardín de infantes, tan tonto, fue el origen de aversiones posteriores. Los “master” en lo que sea, los “bacos” para el que estuviera más en pedo que acomodado. Para qué tanto banco para aprender. Si se concretó con un final de hacer cola para pagar en el Banco.Perversos, dispuestos a matar el tiempo joven. La calle dicta clase públicas, no hay que anotarse. Nos inscriben y ningún notable te manda a marzo. Los tacheros son más de mandarte a la concha de tu madre, que a recursar.

ESCATOLÓGICO

A veces viene bien, ir al baño por un rato. Sentarse en la pozeta, único diseño sin cambio histórico, como el botón, aunque haya cierre.
En el baño se puede pensar mal.
Cagarse en todo y apretar el botón, para ser nuevo o colgarse una cadena y cortarla de una vez, con este mundo cada vez más parecido a un inodoro.

Agradezco ser constipada, todavía me queda algo de esperanza. Dejo de pensar cuando hago el amor, si no dejo de pensar es que no estoy haciendo el amor.
Uno puede olvidar algún detalle, pero no debe enterrar toda la historia, con tacos altos y cemento. Jardín seco, que le dicen. Ponerle piedritas. Que se parezca al hombre, que el poder del dinero quiere. Un cretino indiferente, que en lugar de un árbol en el fondo, quiera un auto en el frente.

¿Y la mujer?¿Qué quiere la mujer? Un hombre que sea marido y otro para hacer de cuenta que la felicidad existe.
¿Y el hombre?¿Qué quiere el hombre? Una mujer perfecta como su auto, rubia y con buenas gomas. También quiere una amante, el hombre, para recuperar la autoestima que destruyó su mujer.
¿Y los hijos?¿Qué quieren los hijos? Tomar birra, jalar merca, fumar porro, coger lo que sea y después hacer lo mismo que sus padres. En el mejor de los casos.
No, estoy jodiendo, sentada en el inodoro y como soy constipada, pienso boludeces. Suelo traerme un libro. Hoy me olvidé. Ya salí del baño. No hice nada. No importa. Otra vez será. Justo llegan mis hijos del cole, son un sol. Detrás viene mi marido, que es un amoroso total. -¡Juana, puede servir la mesa, please! …

viernes, 19 de febrero de 2010

AQUÍ NO ES, CARAJO.

El pueblo de la sonrisa prohibida.
El pelo teñido de rubio y el olvido de que eran morochas, como las argentinas, que son morochas.
No si yo fui siempre rubia, lo que pasa es que tomé sol.
El pueblo del verano treinta días y la tristeza del invierno largo, frío y aburrido. El chiste de la baldosa equivocada y el llamale H.
El Nintendente pedorro, que prohíbe el porro, la birra y la justicia.

El pueblo que creyó que aquí nunca pasó nada y el setenta, fue una novela, que no tuvo asentamiento de tortura, justo aquí, donde hubo montones.
El pueblo que niega chinos, negros, campesinos, miel, espinaca y carne, tan cara como el oro.
Los viajes de los ricos ordinarios, que nisiquiera cuentan cuentos de alegría, todo se reduce a estuve en un hotel y después nada.

El pueblo de edificios fantasmas, parecidos a los de Caracas, pero sin mar a la vuelta del valle insensato.
El pueblo con cascada sin agua, con un dique pantano, con una fuente de los vascos, parecida a una estación de servicio.
El pueblo que costó ser arbolado años de años, para convertirlo todo en casas muy modernas, de color caca, o naranja podrido.
Los jardines secos, afanados a las sierras.

El pueblo tranquilo, de miradas asesinas, por la envidia de suponer que el otro la pasa bomba.
El pueblo que responde al imprevisto, con la respuesta idiota del exigüo “¿Por?”
O el saludo “¿Todo bien?” huyendo para no escuchar, en mi caso que quiero contestar: “Para el orto” y que me escuchen.”Nos vemos” mienten.

Ese pueblo mal atendido y peor cogido, que no entiende que música es el canto de los pájaros que tiene y no la molestia de la siesta, que se apaga con un rifle.
El pueblo que no muestra su pobreza, porque hasta el pobre tiene vergüenza de no tener nada.
El pueblo enfermo de sicarios pervertidos, en muertes con residuos de sospechas evidentes.

El pueblo endogámico y pedófilo que come hostia, todos los domingos, pensando que dios existe, cuando cientos de panzas duelen de hambre callado y tienen casas donde entra el frío, el calor, el agua y el paco, que no es el tío bueno que se viola a las sobrinas, consoladas con zapatillas, que Paco compra a los canas, disfrazados de ladrones.

Este pueblo de mierda, que dice negro de mierda al habitante de su patética aldea, llena de gusanos teñidos de rubio o colorado.
El pueblo del fratacho de las caras, para tapar el tiempo de la vida.
La vergüenza de los años mal vividos, disfrazada de viejas distinguidas de ignorancia. Hipócritas genéticas, que conocieron el sexo y nadie dijo el gusto es mío.

El pueblo que cuenta de rincones bonitos, que no existen ni en el mapa de sus ojos.
El pueblo “Ciudad de Dios” y así ha de ser, porque el domingo dios descansó y siguió durmiendo, hasta hoy y sueña hasta nunca.
El pueblo que gasta agua y escobita y come lo que haiga y le tranquiliza el pasto cortadito y el vecino igualito.

Este pueblo que responde aquella obra, paradigma de “Las de Barranco”, que se llamó “Tragedia de una familia guaranga” y fue en La Plata, donde murió tanta gente, por querer cambiar el mundo, sin saber que eran mandados por Videla o por Massera, o por toda una manga de alcahuetes impotentes, que dejaron como herencia un desierto, que parece una cloaca a cielo abierto.

martes, 9 de febrero de 2010

EL HIJO QUE TUVE UN RATO

La mudanza a Bs. As. Se resolvió en siete días. Martín vino agitado, contando la mala nueva. Era nuestro vecino preferido. Apareció un día, saltando la medianera, miraba nuestra selva con un asombro alto como su inocencia. Menudo, lindo de sonrisa y estar tranquilo. Mi hijo, cuatro años más grande, lo adoptó como un hermano. Dolía su padre ausente y su madre de pocas horas. La única propiedad de Martín era una pecera redonda, con un pececito anaranjado.

Si venía por mucho rato, traía la pecera y le buscaba un lugar fresco, lejos de los gatos. Le preguntaba al pececito si le gustaba la selva de su amigo. Hacía la voz del pez, con su ronquera encantada. El pez decía que quería quedarse a vivir aquí, para siempre. Me preguntaba en el oído si él también podía.

La mamá, más que persona, era viento. Fui a convencerla, le expliqué que Bs. As. era un desatino. Ella iba y volvía con cajas apresuradas, cargadas de ropas y vajillas en absoluto desorden. En la casa vacía, casi se olvida de Martín, abrazado a su pecera. Tuvo tiempo de enojarse, con ese pedazo de cielo. Con el motor en marcha, llevó a Martín al baño, le arrebató la pecera, la volcó en el inodoro y apretó el botón indignada. Martín lloró, que nunca lloraba y la madre de viento le explicó que el agua del inodoro llegaba al mar. El pez naranja saldría por un agujero que daba a la playa donde iban todos los años, seguro lo encontraría. Hizo añicos la pecera, de nervios y de premura. Martín nos tiraba besos y apoyaba la boca contra el vidrio, como hacía el pez cuando lo buscaba.

Al año recibí un llamado de Martín, tartamudeando, me pidió que no me pusiera triste, pero en ningún agujero de la playa, estaba su pez naranja. Por suerte encontró un bañero, que aseguró haberlo visto meterse en el mar contento. Yo lloraba y se dio cuenta, era tan considerado que me inventó una historia. Los padres del pececito, lo llevaron mar adentro, a conocer su casita mucho más grande que la redonda.

viernes, 29 de enero de 2010

RESPETO

Mi querido Dr. Psi Boured:
No me atreví cuando hacíamos análisis cara a cara. Tampoco el diván me parecía apropiado para decirle cuán agradecida estoy por su contención, cuando aparecí en aquel estado. Fui sucia, de cuerpo y de ropa. Me picaba la cabeza, no eran piojos, no se usaban en aquel entonces, era mugre. Su sentido del humor, tan explícito, cuando me disculpé por mi aspecto y mal olor. Ud. dijo que no había diferencia con cualquier paciente de Melchor Romero. Me levantó la autoestima de sentirme nadie a ser un alguien mugriento, de Melchor Romero.

Era la excusa perfecta para contar, a un desconocido, mis más íntimos secretos mezquinos. No podía hacer nada por el bebé de mis entrañas. Sólo amamantarlo y porque lo depositaban en mi pecho. Pensé en arrojarme por la ventana o dejarlo sólo y tomar todas las pastillas que Ud. me dio, pero juntas. Una procesión de familiares y amigos visitaban mi locura, le hacían ajó… ajó… al bebé. Luego huyeron de uno en uno, despavoridos. Ud. me quiso ver, ni bien le resumí que hacerme cargo de esa personita, me daba vértigo, náuseas y sombras tanáticas, acosando mi cabeza todo el tiempo.

Aprendí, aceptando sin premura, que tenía un nuevo amigo, tan pequeño que debía custodiar su vida, para siempre. Finalmente nos quisimos y nos gustamos, era un hijo perfecto. Él sabía más de mí que yo de él ¿Recuerda Boured, que me llamaba todas las noches? Yo pensé que era por afecto, luego me enteré de la responsabilidad profesional, frente a una suicida, compulsiva, a cargo de un pequeñín, gustoso de haber nacido.

Pasaron seis años y todas las semanas teníamos una sesión. Yo me bañaba, me vestía y pintada como una puerta, aparecía en su consultorio. Le contaba boludeces y muy de cuando en vez, algo reflexivo. Ud. me señalaba siempre lo mismo. Parecía una grabación. Varias sesiones corrió sus ejes, con dispensa psicóticas, perdón psicoanalíticas, habló de su hartazgo de los locos de Melchor Romero, de sus hijos que ya no parecían pertenecerle y del amor de su mujer por las pastillas. Yo le sugería cosas y Ud. me miraba con ojos de “-cómo podés ser tan idiota?”. Opté por callar. Ud. comenzó a correr de horario mis sesiones. Llamaba para suspenderlas por razones domésticas. Concertaba una hora y Ud. me despedía, porque la jaqueca lo mataba.

Lo que me decidió, fue algo intrascendente, común en su praxis, que comencé a juzgar. Eran las seis en punto y soy maniática, con los horarios también. Ud. tardó diez minutos en atenderme, que se hicieron quince, veinticinco, treinta, de pronto, pasó la loca que atiende el consultorio de al lado. Me miró como a un insecto abandonado y con cara de batracio mal atendido, espetó que se fijaría en la planta alta. Esperé veinte minutos, hasta que el batracio, contenta, despeinada, con la pintura corrida y la falda al revés, volvió. Me miró con sorpresa y gritó hacia arriba ”- ¡Boured te espera una paciente!”. Ud. apareció despeinado, con ojos lagañosos y la bragueta desprendida. Muy suelto de sueño pidió disculpas y con cabeza de erudito, me dio el pase para el día siguiente.

Lo perdono, Boured, debió estar cansado de la vida, me cobraba poco, sabía de mis ingresos. Así y todo, no le perdono, era mi cabeza su responsabilidad y no la sumió.
Es mi derecho, mandarlo a la puta madre que lo parió.

..........................................................................Laurita.....................

sábado, 16 de enero de 2010

ALGO AJENO, SIN PERMISO.

Sonó el timbre del recreo, yo me quedo en el salón, Georges Brassens sale al patio y dice:
"En mi pueblo, sin pretensión,
tengo mala reputación.
Haga lo que haga es igual,
todo lo consideran mal.
Yo no pienso, pues, hacer ningún daño
queriendo vivir fuera del rebaño.
No, la gente no gusta que uno tenga su propia fe.
No, la gente no gusta que uno tenga su propia fe.
Todos, todos me miran mal,
salvo los ciegos, es natural.

Cuando la Fiesta Nacional
yo me quedo en la cama igual,
que la música militar
nunca me supo levantar.
En el mundo, pues, no hay mayor pecado
que el de no seguir al abanderado.
No la gente no gusta que uno tenga su propia fe.
No la gente no gusta que uno tenga su propia fe.
Todos me muestran con el dedo,
salvo los mancos, quiero y no puedo.

Si en la calle corre un ladrón
y a la zaga va un ricachón,
zancadilla al bon bon señor
y aplastado el perseguidor.
Eso sí que sí, que será una lata,
siempre tengo yo que meter la pata.
No la gente no gusta que uno tenga su propia fe.
No la gente no gusta que uno tenga su propia fe.
Todos detrás de mi a correr,
salvo los cojos, es de creer.

No hace falta saber latín,
yo ya sé cual será mi fin.
En el pueblo se empieza a oír:
muerte, muerte al villano vil.
Yo no pienso pues armar ningún lío,
porque no va a Roma el camino mío.
No la gente no gusta que uno tenga su propia fe.
No la gente no gusta que uno tenga su propia fe.
Todos, todos me miran mal,
salvo los ciegos, es natural."


Georges Brassens Año 1954 (Gracias)

lunes, 11 de enero de 2010

UN TURNO

No soportó más estar tan triste y encima, le había dado por llorar. Un sólo amigo lo siguió escuchando y le recomendó un psicólogo. Pidió que fuera a éste, tenía una formación excelente.

Un lunes, pidió un turno, de inmediatez imposible. Le preguntaron, quién lo había derivado y él que sólo pensaba en su tristesitud tan triste ; contestó, que lo había derivado la tristeza.
Llegó sin saber cómo y se sentó sin saber dónde, el psicólogo preguntó el motivo de su consulta.
Del paciente, provino un discurso, donde decía que vivía triste. Todo triste. Y si pensaba en lo triste que se sentía, le aumentaba la tristeza, al punto de llorar estilo diluvio.

Cuando terminó la sesión, el piso del consultorio, se encontraba inundado de charquitos. Eran los estacionamientos de su tristeza hablada.
Le preguntó al psicólogo, qué diagnóstico le daba, el licenciado, mesando su barba froidiana, respondió:
- ¡Depresión Machaza!

TRABAJOS

Es buena la señora. La vez que rompí el vaso juntó los vidrios, ni llamó al mozo. Dijo que me quedara tranquilo, podía pasarle a cualquiera. Otra vez me faltaban treinta centavos, ella los dejó al lado de mi café, sin decir nada, siguió leyendo el diario, como si nada. Se parece a alguien de otro tiempo, cuando yo trabajaba por joven y fuerte, pagaban bien, les gustaba mi obediencia. Mejor que en una fábrica estaba.

Los traslados me agotaban un poco, prefería lo otro. Había muchos que no querían. Yo sí, para eso era hábil y decidido, jamás le hice asco a nada. Era lo que correspondía. Me asombraba la resistencia de algunos, pero yo los podía. Hasta con una mano, cuando la otra se me dormía.

Me admiraban, tenía un sobrenombre que, no me acuerdo. Mucho mejor que mi apellido de nacimiento, más importante. Había chicas lindas, con cara de susto eran más lindas. El jefe decía que le diera para adelante, trabajar contento a ellos les rendía más. Tampoco recuerdo cuantos años fueron, llegué a Jefe, buena plata, eso sí me acuerdo. Aparecieron otros y entonces me pasaron a traslados. No me gustó. Pedí la baja y me la negaron. Terminé por ocuparme de tres, dos tipos y una mina, les daba de comer. La mina decía que me perdonaba, porque yo no sabía lo que hacía. Yo sí sabía, trabajaba. Era una tilinga zurdita, que la iba de monja. Esta señora me la recuerda, se parece a aquella, pero en vieja. Esta señora es diferente, me aprecia de verdad, no como aquella que yo le daba lástima. Pobre infeliz.

Hoy compré una rosa y se la dejé en la mesa, no le hablé, porque mi enfermedad no tiene remisión, escupo amarillo si abro la boca, me daría vergüenza. La señora me miró y me sonrió. Es muy educada, dio las gracias dos veces. Hay gente buena, poca pero hay.

jueves, 7 de enero de 2010

HACER

Los mejores alumnos, los de muchos dieces, eran seres que detestaba, tal vez la idiota competencia de trilladora con sus iguales, tal vez la perfección dibujada. Se me instaló la idea, los mejores eran los peores.

Con ella fue distinto. Era diferente, nunca sonreía, pero cuando eso pasaba a mí me daban cosquillas y la quería entraña, no novia. Nobles sus ideas, nos divertía a todos por igual. Se ponía roja porque era humilde como los grandes. La mañana de la lluvia, tres horas libres de charlas y risas. Ella, en un rincón, dibujaba cruces en la humedad de la ventana. Le miré las pestañas que le llovían en silencio. Le pregunté, le preguntó su amiga, todos le preguntamos. Sonrió a todos y abrazó a tres al mismo tiempo. Habló con bronca, tapando su historia gritada, pidiendo perdón, por la infamia, la impotencia.

Nosotros éramos sus únicos afectos, dijo. Eso nos hizo responsables. De los abrazos, a la estrategia natural. Como es a los trece. Para cambiar el aire toqué mi guitarra, alguno cantó conmigo. Ella escuchaba con gesto triste, su cuerpo descansaba entre guardapolvos queridos que daban besos en la frente, la mecían como una bebé gigante, lastimada de por vida.

Esta vez nadie se atropelló a la salida. Los varones adelante, con la serenidad de la justicia para lo que no tiene perdón. Las chicas atrás como coreutas protectoras. Un falcon verde la esperaba, el mismo de siempre, quién sabe…usado en otros tiempos. Un hombre viejo, de pelo blanco, le abrió la puerta, ella subió mirando hacia el suelo, abrazándose a sí misma. El viejo arrancó, nosotros lo rodeamos. Varones y mujeres lo rodeamos, por delante, por atrás, por todos los costados. Nos cruzamos de brazos con las piernas separadas y no pudo avanzar, eran muchos los ojos sobre él. Sin decir nada nos fuimos retirando, en círculo. Yo me quedé delante, un rato más, siempre fui medio retardado.
El viejo estaba tan blanco como su pelo.
Nunca más, nunca más, nunca más le puso una mano encima.
Andando por Buenos Aires la encontré, quedamos en vernos esta noche, vive en Canadá. Vuelve mañana.