lunes, 11 de enero de 2010

TRABAJOS

Es buena la señora. La vez que rompí el vaso juntó los vidrios, ni llamó al mozo. Dijo que me quedara tranquilo, podía pasarle a cualquiera. Otra vez me faltaban treinta centavos, ella los dejó al lado de mi café, sin decir nada, siguió leyendo el diario, como si nada. Se parece a alguien de otro tiempo, cuando yo trabajaba por joven y fuerte, pagaban bien, les gustaba mi obediencia. Mejor que en una fábrica estaba.

Los traslados me agotaban un poco, prefería lo otro. Había muchos que no querían. Yo sí, para eso era hábil y decidido, jamás le hice asco a nada. Era lo que correspondía. Me asombraba la resistencia de algunos, pero yo los podía. Hasta con una mano, cuando la otra se me dormía.

Me admiraban, tenía un sobrenombre que, no me acuerdo. Mucho mejor que mi apellido de nacimiento, más importante. Había chicas lindas, con cara de susto eran más lindas. El jefe decía que le diera para adelante, trabajar contento a ellos les rendía más. Tampoco recuerdo cuantos años fueron, llegué a Jefe, buena plata, eso sí me acuerdo. Aparecieron otros y entonces me pasaron a traslados. No me gustó. Pedí la baja y me la negaron. Terminé por ocuparme de tres, dos tipos y una mina, les daba de comer. La mina decía que me perdonaba, porque yo no sabía lo que hacía. Yo sí sabía, trabajaba. Era una tilinga zurdita, que la iba de monja. Esta señora me la recuerda, se parece a aquella, pero en vieja. Esta señora es diferente, me aprecia de verdad, no como aquella que yo le daba lástima. Pobre infeliz.

Hoy compré una rosa y se la dejé en la mesa, no le hablé, porque mi enfermedad no tiene remisión, escupo amarillo si abro la boca, me daría vergüenza. La señora me miró y me sonrió. Es muy educada, dio las gracias dos veces. Hay gente buena, poca pero hay.

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