Fred se separó
de Vera. Yo de Andrés.
Nos hicimos
amigos y tiempo más tarde, amantes entusiastas, no nos casamos, no tendríamos
el oprobio del divorcio. Las gentes que se casan, tienen cara de boludos. “Coincido”,
dijo Fred.
—Virginia, te
invito a vivir conmigo, ya, no necesitás ropa, la tilinga dejó todo. Ella no
vuelve a usar lo que ya usó. Ropa interior te compré yo. La de Vera la tiré por
la ventana.
—Para mí la ropa
es algo secundario, ropa interior no uso. El vaquero que llevo puesto y la
camisa, los lavo de noche y cuando se secan me los vuelvo a poner. Las zapas,
son las que uso desde el Secundario. Como verás, Fred, soy una persona de bajo
mantenimiento.
—Parece que me
estuvieras castigando, no sabía que los botones de tu camisa faltan, porque no
te gusta coser. Virginia, te prefiero desnuda.
Esa manera de
llamar la reconozco, es Andrés.
—Vengo porque te
fuiste sin avisar y necesito que trabajemos juntos. Encontré una mina que como
está al pedo, tipeará e imprimirá nuestros trabajos, quiero una respuesta
rápida. ¿En tu casa? ¿O en la mía? No me contestes, en la mía tenés todos los
materiales, cuadernos y biromes, reconciliación intelectual.
—Acepto,
empezamos mañana a las ocho, Andrés, te aprecio y me encanta trabajar con vos.
Pero nada más.
La puerta estaba
abierta, tanto fue mi casa, que entré como si fuera mía, en el escritorio no
estaba, subí al entrepiso y viví una pesadilla, que me arrancaba del mundo.
Andrés sobre ella, haciendo el amor. Cerré la puerta despacio y me fui.
EL ARTE DEL MATERIAL Parte III
La encontré por
la calle, no me dejó espacio para pensar, me abalancé sobre la puta encubierta.
Le calcé una trompada en la cara, un puntapié en el estómago. Un container
solitario, que fue a dar sobre el cuerpo de la tilinga. El resultado: mandíbula
partida, hematomas múltiples y una vara oportuna metida en el culo. Tuve
suerte, la tilinga no me reconoció, yo llevaba tacos altos, rodete apretado y un
taier con camisa de seda. La boluda era miope y no usaba anteojos. Mi
vestimenta se debía a visitar tres Editores, con mis cuentos encarpetados.
Notable, me trataron bien, más por mi aspecto que por mis trabajos.
Tres golazos en
una tarde. Fui a los de Andrés, lo abracé con desesperación y le di un chuponazo
tan profundo, que él fue por más. Ahora vivimos juntos y aprendimos a manejar
nuestras propias computadoras.
Llamé a Fred.
Fue un impulso, corté.