sábado, 5 de enero de 2019

PROPIO



   —No tiene corrector.
Onorato escribe muy bien, es meticuloso, revisa cuatro, cinco veces, si lo considera necesario.
   —La historia la cierro, que me guste a mí y al Abuelo, que publicó “Los tutores del sexo”, con seudónimo, sino las damas de aquel tiempo, lo compraban a escondidas y a él le quitaban el saludo. Fue un éxito, le siguió “Respete al meritorio”, éste resultó un fracaso, pero no le importó. Tenía éxito con el público femenino, que ni siquiera leyeron su primera publicación, lo invitaban porque era buen mozo, maniquí vivant. “Esta gente descendiente de buena estirpe”, decía, “comen tarde o no comen”. Éstos, no comían. El Abuelo, por frívolos, los alejó de su lado. Se llamaba Onorato, por el Bisabuelo, que era fanático de Honoré de Balzac.
   —Julieta, confieso que no me gusta publicar nada de lo que escribo. Te prefiero como lectora, a vos y a mi Abuelo. Son bichos, saben de qué trato lo que trato.
   No quería escuchar mi propuesta, se notaba. 
   —Onorato, la bestia de mi Editor, no tiene correctores y le están bajando las ventas por sus horrores gramaticales. Al viejo, contale cuanto querés, te agradecerá pagándote más. No sé si es puto. Se dará cuenta que sos un capo corrigiendo, también, modular ciertos textos que modifiquen su sintonía.
   Onorato se tomaba del mentón, a la frente, postura de pensar.
   —Bueno, Julieta, acepto tu oferta.
   El Editor lo recibió con bombos, sin platillos, le entregó ciento veinte libros para corregir. Le dio un mes de tiempo.
   —¡El viejo está loco, ciento veinte en un mes!
   Julieta decidió, por afecto y respeto: —Onorato, yo corrijo sesenta, no soy tan buena como vos, pero sí rápida. Yo no cobro nada más que me invites a tu casa en Orense.
   El viejo quedó conforme con las correcciones, pagó más que bien, mientras miraba a Onorato, como “puto no me atrevo”.
   Llegamos a Orense, la casa vacía y re-limpia.
   Su Sobrina fregona, había estado la semana anterior. Dormimos doce horas, las correcciones, joda, joda, nos dejaron extenuados. Fuimos a la playa y mirando el mar le pregunté: —¿Porqué la negación de publicar?
   —No sé muy bien, es como si preguntaras por qué no visito a mi viejo. No te rías. Cuando termino una historia, es mía. Y con las sucesivas, me ocurre igual. Sería como mostrar lo único que me pertenece, el diseño de mi vida, conmigo adentro.

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