viernes, 18 de enero de 2019

NUNCA EN LA CARA



   Lili era Anestesista y manipulaba drogas que hacían a su trabajo, le gustaba experimentar. Como sabía que yo la quería como a una hija, me propuso la ingesta del frasquito de la verdad. También sabía que me resultaba imposible negarme a sus pedidos.
   Empecé una mañana, con medio frasquito, en ayunas. Unas amigas, que hacía años que no nos veíamos, nos juntamos. Lo peor que puede hacer una persona a otra, es decirle la verdad en su propia cara, con testigos.
   El frasquito tenía la propiedad, de uno no poder detenerse. A Lila, que tenía una historia con la vejez: —Es increíble cómo se carrujó tu cara y la papada te hace collares.
   Quedó tiesa. —No sé qué ves, pero me operé el mes pasado y la gente dice que estoy regia.
   Le tomé sus manos, textura cocodrilo. —Te mienten, para reírse cuando te vas, sé de bastantes que no te quieren, a mí, por ejemplo, no me terminás de caer.
   Miré las sandalias de Coca, con piedritas incrustadas en el pie sangrante. —Cómo impresionan tus juanetes, parecen piecitos supernumerarios. Yo acá tengo curitas. ¿No te querés tapar un poco? Te lo digo de corazón, es un agravio para los ojos de los demás.
   No me volvió a dirigir la palabra. —Vos sos una envidiosa, Celita,
   No quise enterarla, pero el frasquito de la verdad, obliga. —Para nada, Coca, jamás envidiaría a una cornuda como vos.
   Llegó Pepa, con unas lolas tan inmensas, que parecían glúteos, recién compradas. —¡Qué impresión, Pepa, tus tetas parecen un culo!, fíjate si al medio no te hicieron un ano, por las dudas llevá siempre papel higiénico en la cartera.
   Y no podía parar, hasta que juntaron sus calenturas, se tiraron sobre mí y me arañaron, patadas en la panza, nariz partida en tres. Se enteró Lili por casualidad. Trabaja enfrente del boliche y Puerto Madero, es uno de los lugares más chusmas de Buenos Aires, me pasó a buscar, en moto y derecho a la Clínica. Yo seguía bajo los efectos del frasquito de la verdad. Cuando aparecieron dos Médicos regios: —No los quiero ni ver, doctorcitos matasanos cobracaros y esa Enfermera, cara de prácticas sexuales nocturnas, con los doctorcitos, que salgan de esta pocilga donde me metieron.
   Lili no podía parar de reírse, me llevó a su casa en moto y tranquilizó los golpes con bolsas de arvejas, zanahorias y duraznos sacados del freezer, los repartió por todo el cuerpo y me enyesó la nariz.
   —Celita, otra vez tenemos que ir juntas, al Ministerio de Economía, tomamos un frasquito cada una y los reputeamos.
   Miré a Lili: —Después de lo que pasé, no me hables por una década, pendeja de mierda.

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