Los enojos superaban su historia de castigos
y encierros.
Vivía solo, con el instrumento de viento que
le llevó tanto tiempo comprar y hacerlo suyo. Tocaba una mezcla de Jazz Negro,
con melodías de Nino Rota y Frank Zappa.
En definitiva lograba una impronta propia.
Los intentos de convivencia con otros solos, eran para compartir alquileres.
Tenía perfiles esquizoides y ataques de odio sin control, donde rompía lozas,
vidrios, arrancaba sanitarios y gritaba como lobo a luna llena. Después de una
internación terapéutica, consiguió por internet un compañero para una casa
chica, pero con ventanas hasta en el techo.
—Me llamo Sebas ¿vos sos Chicho?
Esas
fueron las únicas palabras que pronunció Sebas. Chicho le contó: —Quiero que
sepas, recién salgo de una internación, no tengas miedo, pero soy inestable,
imprevisible e insoportable, me dieron un chaleco químico discreto, vos dirás.
Mientras Chicho describía, Sebas bajaba
cajas y cajas, Chicho flasheó cuando lo vio entrar con un bajo, que la rompía.
Lo ayudó a desarmar cajas con almohadones, una cama que se armaba en dos
segundos, con un colchón artesanal.
—Mirá, Chicho, yo también soy loco, pero
manso, me gusta el orden y la limpieza, no puedo hacer mi música si todo es un quilombo.
¿Te va? Te pregunto porque si no, me voy.
Chicho le contestó con su saxo y Sebas entendió.
No se sabe, pero existen flechas que atraviesan el aire y les gusta atacar
donde existe la armonía. Es humano.
Una noche cayeron unos amigos de Sebas, con
un grado de agresión, que no hacía juego con él. Tomaron birra de todos colores
y después whisky, cachaꞔa,
mojito, pisco…
Chicho tenía prohibido hacer mezclas con la
medicación. Pero todas sus agresiones germinaron y con las botellas rompía los
vidrios de las ventanas, la vajilla del prolijo Sebas, herencia de su Abuela,
la hizo añicos contra el piso.
Los demás ayudaban a la destrucción, Chicho
tomó el saxo, se mandó una zapada con Sebas, que lloraba sobre su bajo.
Apareció un cortamambo gallito, con un
pedazo de hierro, le partió el saxo a Chicho, mientras otros rompían en
pedazos, el bajo a Sebas.
Chicho le gritaba a Sebas. —Son una horda,
nos dejaron sin instrumentos. ¡¡Yo me mato!!
Tomó el hierro y se lo incrustó en la
carótida. La sangre salpicaba la casa mientras Chicho agonizaba. La horda huía
en motos y autos cacharros. Sebas usó sábanas, toallas, relleno de colchón,
pero era un grifo abierto, Chicho, dejó de latir.
A Sebas lo internaron en el mismo neuropsiquiátrico
que su amigo.
Pasa días enteros escuchando la música que
grabaron juntos.

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