—No quiero ver
películas de negros, ni iraquíes, ni iraníes, tampoco de israelíes. Ni de gente
pobre, para eso estamos nosotros, ni boludas de Navidad, casamientos, tortas,
maricas…
—Bueno, decime
qué querés ver, no que no querés.
—Los franceses
le pegan con algunas, los alemanes antinazis, las que tengan historias de amor,
que no estén curtiendo sexo las tres cuartas partes de la peli. Que maten a los
ricos malos, un poco de Justicia y que los pobres sean amados y resarcidos.
—Acá encontré
una que vimos, pero no nos acordamos nada, es humanista y tengo los ojos como
calesita irritada de buscar. Ahí va, sentate a mi lado y no te duermas. Después
quiero hacer comentarios. ¿Te acordaste de traer pochoclos?
No pueden pagar
los impuestos que les llegan. Luz, gas, teléfono, internet sí. Comen una nada y
ella está chocha porque parece una modelo, también está chocha por la edad, los
viejos se ponen chochos. Él parece un fosforito y se achicó menos que ella, es
alto y elegante. Usan ropa vintage, en reuniones de los amigos, que todavía
sobreviven. El tema político se suspendió por las peleas, terminaban en riesgo
de vida.
Los amigos
elogiaban su elegancia y ellos contaban el próximo recorrido a las Islas
Vírgenes. Pura mentira, volvían a su
casa, prendían la pantalla y ¡Vamos “Cuevana” todavía!
Desconectaban timbre
y teléfono, no salían del lugar por si encontraban amigos y tuvieran que
inventar, como: “qué Vírgenes eran las Islas…”

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