Quería andar de
cama en cama. Salía del Colegio y pasaba a buscar a su hermano, él no le daba
mucha pelota, la saludaba: —Storbo, ¿para qué venís?
Clarisa,
diletante, varios pasos lejos de su hermano, hablaba con varios que le iban
detrás y llegando a la casa, invitaba algún pintón y limpio. La adolescencia no
brilla por baños diarios. Clarisa tenía un novio fijo que estudiaba en Buenos
Aires y aparecía los fines de semana.
¿Y los demás
días? No iba a dejar pasar el tiempo, tener un jugador por día le cortaba el aburrimiento.
Como Diana cazadora, ni bien su presa en el zaguán, lo conducía al dormitorio y
su ropa y la del elegido, hacían el camino del eros lento, el calzón primero y
cerraba con el uniforme atravesado del muchachito de la película. Nadie trincaba
como Clarisa, hacía de todo sin que le pidieran. Era la hora de la casa vacía,
con gemidos exagerados.
—¿Qué es esto? Y
lo que sigue y lo peor…
Y no dejaba, Clarisa, miraba a su Madre mientras disfrutaba.
—A mí no me cagás
más, tirá la ropa adentro, Papá está guardando el auto, no le digas, perra,
castradora, hipócrita, con el hermano de Papá, yo tenía cuatro años.
Clarisa fue a
Buenos Aires, tenía que contarle, él la abrazaría, ella pediría perdón. Estaba
abierto, su hermano le besaba la boca, ambos desnudos y el novio fin de semana,
le guiñó un ojo.

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