jueves, 17 de enero de 2019

FLATEANDO



   Traía una mochila de dimensiones para montaña. Escuchamos unos pasos en la galería, tímidos pero ruidosos. Mi amigo más grande, se encerró en el baño y nos dejó solas, a mi prima de quince años y a mí de veinte. A través del vidrio del comedor nos cegó la linterna que llevaba. Golpeó las puertas, antes que  se vinieran abajo, Anita mi prima le abrió con sonrisa forzada. El oso vio la mesa, con platos sucios, vasos a medio tomar y migas por todos lados. Se quitó la mochila, con desesperación se comió las sobras de los platos, lo que quedaba en la fuente, le daba a los pedazos de pan, como una aspiradora. Mi amigo salió del baño, el muy cobarde, nos dejaron a su cargo. Se abalanzó sobre el oso, con un puño que dio al aire.
   El oso lo agarró de la espalda, abrió la ventana y lo tiró a la nieve.
   —¿Este pendejo pelotudo, es algo de ustedes?
   Tenía razón. —Sí, es así, lo que me asombra es cómo dejaste la vajilla, limpita, como para guardar, gracias, oso.
   —Mi nombre es Olaff, no oso, pero si prefieren llamarme así, me cabe, ya que estamos, ¿me puedo armar la carpa al lado de la casa?
   Quedamos paralelas, le contamos que hacía cinco años que no íbamos ni al pueblo. A nuestro amigo, el más grande, le pagaban para cuidarnos.
   —Que vengas a nuestra casa es un honor rústico, para las dos, las habitaciones sobran, están plagadas de mueblería burguesa, pero se duerme bárbaro.
   Cuando subió las escaleras, se tiraba un pedo en cada escalón, mi prima corrió y le dio una botella de agua, con una caja de Factor AG. El hombre montaña agradeció con un eructo importante. Le dimos dentífrico y un cepillo de dientes. Le ordenamos que se lavara, porque el olor de su eructo, tenía resonancias que llegaban a la galería. Se puso colorado el grandote y nos fuimos a dormir tranquilas. Los perros alerta, los primeros en percibir los ruidos generosos, pasando de pieza en pieza. Mi amigo, el más grande, de competitivo, lo siguió, era el hombre montaña revolviendo cofres con dinero, sacó todo de su mochila y lo llenó de dinero que nosotros ni idea. Pero de los cofres provenían. La bestia se sintió observada.
   Mi amigo, el que nos cuidaba, se le sentó en el cogote, mi prima en la espalda y yo en las piernas. Creíamos que teníamos fuerza y le dábamos piñas que nos lastimaban las manos. El hombre montaña sacó una cuchilla y tajeó a mi prima de quince en los muslos. A mí casi me degüella y a nuestro amigo le cortó dos dedos.
   —Pendejos de mierda, no me dejaron ni robar tranquilo. Ni se les ocurra ir al pueblo a denunciarme, porque soy el Encargado de la Seguridad en todo el Condado.
   Nos curamos entre nosotros, como pudimos, teníamos hasta instrumental quirúrgico y toda clase de medicamentos. Buscamos los dedos de mi amigo y los encontramos, se los cosimos al revés, pero por lo menos los tiene.
   Para reponernos nos sentamos en la galería, nuestro Padres nos pidieron que no saliéramos de ahí, hasta que regresaran. De esto hace cinco años. Les debe haber pasado algo. Eso lo pensamos todos, pero nadie lo dice. Solos lo pasamos muy bien, mucho mejor que con ellos.
   Juramos los tres no abandonarnos nunca.

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