—Ahora llueve
fuerte, no me dan ganas de ir a comprar puchos.
Ella miraba por
la ventana, el agua ocupaba el espacio exterior. Pidieron dos cafés, ella
revolvía con furia el azúcar que no puso. Él quiso decir algo, pero no le salió
nada. Tenía un cubito de azúcar en la boca, lo lanzó en la taza de ella. Buena
puntería. Trató al mozo como una lady, cuando pidió que cambiara su café. Luego
comió una media luna, que sumergía en el café, que ya no tenía ni café. Les
dieron permiso para fumar en el No Fumadores. Él se prendió del cigarrillo,
como un búfalo en postura de comenzar la carrera.
Lo de la lady
fue toser y toser. El dueño del bar le acercó un jarabe que paralizaba la tos.
La lluvia se puso finita hasta que el arcoíris dijo, ¡Basta!
Ella se levantó
sin hablar, sin decir. —Tantas veces le dije pelotudo, ¿Qué más?
Él movía con la
lengua el aparato multidental. Recordó su costo. Siguió con la vista a la
mujer, que se perdía hasta desaparecer en la entrada del subte.
—Yo no sé para
qué todo, si al final nada.
Tomó su piloto,
el triste portafolio, la cartera de ella y el piloto.
Llegaron casi
juntos. Ella casi le dice gracias.
Él casi le da un
beso. Entran a la casa, parecen casi un matrimonio.

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