Cumpliré
setenta, episodios anteriores de toda anterioridad, me dan ganas ciegas de
volver a vivirlos.
Hechos que no respondí,
el primer cachetazo de Mamita. “No hagas más eso, perra”, lo pensé y no me
convenía. Pero lo pensaba hasta los quince, cuando quise dejar la Escuela, usó
cinturón, aumentaron las penas. A los veinte me declaré en estado de rebeldía.
—Tu maldad no
tiene límites, sos una hija de puta.
Me fui de casa.
Un novio angelado me recibió, sus Padres aplaudieron la elección. Sabían que
mis Padres tenían campo, garantía de futuro. No merecen este comentario.
Vivimos siete
años de amor y paz. Su Médico me mandó llamar, casi muero, tenía dos años de
vida. Mis Padres me regalaron un departamento, con petit muebles suntuosos que
pertenecieron a mi Abuela. Y todo lo que una casa precisa.
Cuando llegaron
los treinta, tuve un hijo de pelos rubios y ojos con pestañas acumuladas.
Creció y cuando cumplió treinta y tres, me di vuelta. Lloraba hasta edematizar
mis ojos, apareció un novio que acompañó mi orfandad. Tenía una paciencia infinita, hasta que mi
carácter de mierda la transformó en finita, se rompió cuando apareció una
adolescente en oferta.
Hacía veinte
años y Quintina pidió perdón por su ausencia.
—No me cuentes,
lo tenés dibujado en la cara, que tu vieja, que el finado, que el hijo, que
otro novio. Sos una boluda, tenés que salir de este purgatorio. Ya ves, lleno
de fotos de todos y vos sola. Te exijo que vengas a vivir a mi casa en
Traslasierra. Tiene una galería que la circunda, el sol la recorre todo el día.
Tengo siete hijos encontrados en containers de China.
Recuperé el
asombro escuchando a Quintina.
—Todos tienen
nombres musicales y se apellidan Containers, quiero que sepan que ése es su
lugar de proveniencia. Prefiero una verdad triste a una mentira divertida.
Tiene tanta
polenta y un algo de ella ilumina lugares oscuros, con futuros nuevos. Fui a
vivir con ellos. Les tejo pulóveres, juntamos piñas en el bosque, hacemos
fogatas, me hicieron olvidar lo ya vivido. Gracias Quintina.

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