No alcanzó la guita
que me dio el Editor, para la libertad vacacional. Necesito laburar, en pleno
verano, para el avaro.
—Buen día
Señora, yo trabajo para el Señor Editor y quiero hablar con él.
La mujer, muy
alegre, me hizo pasar al escritorio.
—Revise
tranquila mija, él se fue de pesca y regresa…no sé cuándo.
—Con su permiso.
Vi sus carpetas
desordenadas, la de arriba llevaba mi nombre, número de Ediciones y su mentira,
no era una, como me dijo a mí el viejo hucha, mandó tres y se dio el lujo de
traducirme al inglés. Se lo pagaron, los piratas de la Corona. Desconocí el
Traductor, pero lo supuse ignorante como los fenicios. Sentí más degradación,
cuando vi sus bibliotecas cargadas de libros míos, para vender a puerta cerrada.
—Mire hija, me
voy a dormir siesta, hoy me tocó limpieza general, Ud es persona de confianza,
si se retira, eche llave y la tira por el receptor que dice Cartas, gracias,
mire tranquila.
Fue muy común, pero
no tengo la culpa que la gente se repita a sí misma, será por eso que la vida,
en definitiva, es aburrida. Detrás de su retrato, estilo Beethoven, había una
cajita fuerte. ¡Con la combinación dibujada! Operé el número, se abrió la
puertecita de inmediato y como un resorte asomó un cajón largo y angosto. Nunca
robé, ni palabras fui capaz de robar, que me hubieran venido de perlas, como
decía mi Profesora del Secundario: “Cara de Vaca”.
Abrí mi mochila
y metí todo el dinero que había, no me gusta ser deshonesta y le dejé una nota,
“Sr Editor: llevé lo que correspondía por todos mis trabajos. No quiero que Ud,
tan generoso, tenga problemas de conciencia.”

No hay comentarios:
Publicar un comentario