El sueño me
sigue como una droga, ante el miedo, el deber ser, el viaje, el espanto, la
primera memoria, la Escuela.
—Que vaya a la
mañana, el día trae más concentración, es como inscribir el saber en páginas
nuevas.
Fue una
agresión, la primera, despertar de noche, caminar despacio y asistir con ojos
abiertos al izar la bandera, símbolo del odio a la esclavitud.
Mi Abuela
siempre supo, cuando me dejaban un mes en su casa, dormía hasta el mediodía y después
del desayuno, podía seguir durmiendo.
Mis otras
Abuelas andaban en pantuflas para no alterar mi sueño. Cuando hablaban
despacito me hacían cosquillas de acunar, para que siguiera durmiendo. La
adolescencia, en su placer más alto, era que mis padres se ausentaran y dormir
hasta las tres de la tarde. Había una Señora que trabajaba en casa, Dionisia. —Cuando
regresen tus Padres, les diré que estudiaste hasta muy tarde y te agotó, caíste
dormida en el sillón verde, yo te quité los zapatos. Cuando llegaba el
testimonio nefasto del boletín, dijeron que era producto de dormir tanto. Los
Profesores consideraban una virtud, que en lo más profundo del sueño, los
mirara con ojos abiertos. Me llevaron a un Neurólogo loco, les aseguró que con
un primer novio, se fugaría el sueño y permanecería diurna, despierta, bien
despierta.
—Doctor, ¿cuándo
tendré novio?
—Aparece sólo,
te vas a dar cuenta, porque la adrenalina, la libido, las mariposas en la
panza, el corazón que acelera sus latidos, cuando lo veas. Los primeros
acercamientos, los besos, los abrazos, el placer de estar juntos, te llevarán a
la cama y no para dormir, precisamente.

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