Tomó por una
cortada sin asfalto, le habían dicho que se ahorraba trescientos kilómetros
para su destino. El camino era desparejo, piedras, pozos, charcos y novillos
atravesando el camino.
La chata no
anduvo más, sacó cables y volvió a insertarlos, no tenía la menor idea de
motores, midió agua, aceite, eso sí sabía. Casildo tenía fuerza, intentó
empujarla, en asfalto le daba resultado, aquí sintió cómo el barro frío le
trepaba a las rodillas. Su idea, hacía dos años, era matarse por propia decisión.
Irónico, sería
la primera decisión propia de su vida. Encontró un árbol, con una rama ideal,
la soga que traía la ató con nudo corredizo, sacó de la camioneta el banco
matero, se paró, envolvió su cuello y lo ató a la soga con cuatro nudos. Pateó
el banco y sintió calor. Le salió mal, sus pies tocaron el piso. Venía una
camioneta en sentido contrario. —¿Quiere ayuda, Don? Este camino es jodido,
jodido, suba a la chata y lo empujo. No se olvide de la soga, no es útil para
esta situación.
Casildo le
agradeció, al buen hombre, lo empujó hasta la ruta. Ahora eran una vaca y dos
novillos, que lo miraban con bastante interés, por ser vacunos. Venían pocos
autos, Casildo bajó de la chata y caminó al medio de la ruta. Quedó firme. Los
autos lo esquivaban y le gritaban: “Puto”, “Boludo”, “Correte”, “Qué mierda te
pasa”. Venía un Río Paraná, Casildo se tiró al medio, quedó indemne. Todos
bajaron del micro para socorrerlo.
—No tiene un
rasguño el hombre, se salvó porque no tenemos paragolpes ni trasero ni
delantero.
Entre tres lo
metieron en la chata. —Dejémoslo aquí, llamo al 101 y que lo vengan a buscar.
Casildo gritaba:
—¡¡Será posible que uno no pueda ni matarse tranquilo, en este país de mierda!!
La vaca
le pasaba la lengua para tranquilizarlo.

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