Al Editor
personal le pareció ordinario mi cuento, como si él fuera tan distinguido. No
tengo problemas, las ideas me surgen solas, a veces ni estoy. Me refiero a que
pienso en otra cosa. Vivo en un Petit Hotel, somos cinco mujeres y un varón,
bastante delicado para ser varón. Cuenta chistes verdes de sobremesa, más
aburridos que el aburrimiento y todas se ríen.
Yo les bostezo
con mi bocota, para que alcance para todos, me tiro en la chaise longue, cerca
de la mesa, es importante fórmula para diferenciar el día de la noche, que es
con cama adentro. En una habitación, estilo policromo, francés, con inglés, con
italiano, con ruso y con alemán. Representan países que Argentina fue a
pedirles dineros prestados, todos se negaron y como gentileza, les mandaron uno
que otro mueble. Les pidieron que no volvieran más, porque ellos, bastante
tenían con los dólares y euros. Los argentinos volvieron de pesados, a
gestiones sin salida. Las mujeres europeas comenzaron a tirarles aceite
hirviendo, desde todas las terrazas. Sobre todo los ingleses, que no olvidan
cómo (los raja…), perdón Sr Editor, los echaron con quemaduras de quinto grado.
Luego robaron las Islas Malvinas y ya que estaban siguieron mandoneando en
otras islas y sectores inmensos de continentes, que fueron obligados a
concurrir al Instituto Cultural Argentino-británico, donde aprendían ese idioma
de diez palabras y adjetivos bisexuales.
Le pido Sr
Editor, que esto no lo publique, asisto a todas las mesas de negociación
europea, aunque soy Embajadora, ningún país quiere que yo abra la boca.

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