La Srta Marta
tomó decisiones para mejorar el nivel de vida de los niños. Mientras daba
clases, los chicos no podían escribir, tenían ambas manos rascándose la cabeza.
La Srta Marta les quitaba los piojos con un peine de dientes finitos, cada Alumno
le llevaba de cinco a diez minutos. Con su sueldo compró líquidos antipiojos,
pero los picadores se adaptaron a dichos venenos. Se los agarró la Srta Marta y
sus hijos. Llevó una máquina eléctrica, depiladora y peló a toda la clase. Ella
también se peló. Tanto las Madres de los Alumnos, como Marta, estaban satisfechas,
porque no hubo que comprar más shampoo.
Cuando llegó el
invierno, los niños carecían de abrigos. No había calefacción ni desayuno y los
comedores daban porciones escasas. El Padre de Marta trabajaba en Melchor
Romero. Mandaron una partida de enteritos térmicos, ningún enfermo quiso encerrar
su cuerpo en esa ropa, ya bastante encerrados entre rejas. Los locos preferían
andar desnudos. El viejo de Marta le regaló quinientos enteritos térmicos, con
capucha. Los chicos dejaron esas caritas de campo de concentración.
El Hada Marta,
como le decían, consiguió un novio papero que era poseedor de ochenta vacas
lecheras. Los chicos llegaban y tomaban leche recién ordeñada y el puré
engrosaba la comida. Hasta los más flaquitos engordaron.
Los Inspectores
de Escuela se hicieron presentes, para entregar a la Srta Marta un expediente,
donde la dejaban cesante, por tomar decisiones cuentapropistas con los Alumnos.
La Orden estaba
sellada y firmada, por el Ministerio de Educación de la Provincia.

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