Abrió la puerta Prudencia y se encontró con
un desconocido muy apuesto. Ella le puso el bombín en el perchero. Lo obligó a
quitarse el saco y la corbata, los apoyó con delicadeza. Se dio vuelta y le
preguntó:
─¿Vos no serás Archimboldo Atencio?
─Él mismo, ¿en qué le puedo servir?
─Obvio, en lo que habíamos quedado.
_._._._._._._._._._._._._._._._._._._._._._._._._.
Pasaron quince años, desde que concertamos
con Electra la compra de la casa.
Cuando entramos por primera vez, estaba la
puerta cerrada, pero sin llave. Abrimos todo para ventilar aquel desastre. Nos
dio terror cuando vimos la araña de cristal hecha añicos y una mano asomando
bajo el escritorio. La mano era huesos. Las telas de araña pesaban como un
acolchado. Un viento providencial se llevó todas las telas de araña.
Electra entró en lo que sería su dormitorio,
yo ocupé otro dormitorio lejano. Nos veíamos a la hora de comer. Quedamos en
encontrarnos en la misma casa.
Nunca podíamos porque había tantos
vericuetos, puertas y ventanas que se abrían y se cerraban todo el tiempo. Las
tapamos con cortinas de junco. Nos fuimos a vivir a dormitorios contiguos.
Los ruidos extraños seguían y terminamos
durmiendo juntas. Mandamos a lavar los lienzos que cubrían todos los muebles.
Como quedaron blancos los volvimos a cubrir. Desde el sótano provenían las
voces de los tres hermanos. El Viejo Atencio decía:
─Nos están invadiendo otra vez. Parecemos
Armenia.
Esperamos que fuera de día y bajamos al
sótano. Estaban los tres viejos sentados, hechos huesos. Hablaban delante
nuestro como si no existiéramos. Me atreví a tocar a la que fuera Prudencia, no
sentí nada, parecía transparente, a Electra le pareció lo mismo.
Decidimos meter los huesos en tres bolsas de
consorcio.
(Continuará)