viernes, 27 de agosto de 2021

LOS ATENCIO (Parte I)

 

   Diagonal 73 y 48, la casa era una pieza monumento. Tenía una planta octogonal y escaleras con descanso. Barandas en la entrada de mármol que parecían un abrazo a la casa.

   Dos cipreses centenarios custodiaban la puerta como mascarones de proa mirando hacia la Plaza Moreno, con desafío. Volvía del Colegio y toqué el timbre tres veces, nadie me atendió. Hice sonar las aldabas y abrió la puerta una viejecilla.

   ─Disculpe Señorita Atencio, quería hacer un recorrido por su casa, voy a estudiar Arquitectura.

   ─Pase mijita, que hace frío, no hay calefacción. Te cuento, consta de primer piso, segundo, tercero, un subsuelo y un mirador. Si querés podés mirar toda la casa, yo te acompaño como chaperona.

   Ni bien entré pisé un mandala rodeada de velas prendidas. A medida que subíamos seguían los caminitos de velas. Eran tres viejos altos y delgados. Las dos hermanas me invitaron a tomar el té.

   ─De ninguna manera, ¡aquí no entra nadie!─dijo el Señor Atencio.

   ─Dejala tranquila, pensá que su Tesis será sobre esta casa.

   El Viejo dio la vuelta y desapareció.

   Mientras tomaba té frío, miraba la vajilla craquelada, tantos años en su función, parecían deshacerse entre las manos.

   El Señor Atencio tocaba el piano en el subsuelo, los muebles de ese lugar, estaban cubiertos de telas agrisadas. El Viejecillo arrastraba el codo sobre las telas y dejaba sólo el teclado a la vista.

   La Señorita que escribía, tenía un sólo lugar para ejercer su oficio. Había una araña de cristal que pendía sobre su cabeza. La araña insecto, tejió una tela que llegaba a las paredes. Una pérgola de diferentes tamaños.

   Cuando la araña se cayó la escritora murió.

   El Señor Atencio le dio trabajo a mi amigo Cerrajero, con diploma. Empezó por las de abajo. Quedaron perfectas, usó el bronce que ya tenían e hizo una adaptación. Cuando llegó a la última cerradura era de noche. Tanto entusiasmo no le permitió ver que estaba encerrado. Gritó todo lo que pudo, hasta quedar sin aire. Por la mañana el Cerrajero estaba muerto, murió de miedo.

   Hasta los cipreses lo lloraron, o tal vez los que lloraron fueron los murciélagos que dormían entre sus ramas. El Señor Atencio pidió una dispensa para poner los finados en la Bóveda Familiar, que quedaba en su jardín.

   Fui otra vez:

   ─Lamento estas contingencias, si necesitan algo estoy a vuestra disposición.

   Fui a La Plata, hace tres días, después de no ir durante diez años. La casa Atencio tenía un cartel de chapa oxidada que decía: Se Vende.

   Los cipreses fueron sacados de cuajo y en su lugar crecieron strelitzias.

    (Continuará)  

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