Diagonal 73 y 48, la casa era una pieza
monumento. Tenía una planta octogonal y escaleras con descanso. Barandas en la entrada
de mármol que parecían un abrazo a la casa.
Dos cipreses centenarios custodiaban la
puerta como mascarones de proa mirando hacia la Plaza Moreno, con desafío. Volvía
del Colegio y toqué el timbre tres veces, nadie me atendió. Hice sonar las
aldabas y abrió la puerta una viejecilla.
─Disculpe Señorita Atencio, quería hacer un
recorrido por su casa, voy a estudiar Arquitectura.
─Pase mijita, que hace frío, no hay
calefacción. Te cuento, consta de primer piso, segundo, tercero, un subsuelo y
un mirador. Si querés podés mirar toda la casa, yo te acompaño como chaperona.
Ni bien entré pisé un mandala rodeada de
velas prendidas. A medida que subíamos seguían los caminitos de velas. Eran
tres viejos altos y delgados. Las dos hermanas me invitaron a tomar el té.
─De ninguna manera, ¡aquí no entra nadie!─dijo
el Señor Atencio.
─Dejala tranquila, pensá que su Tesis será
sobre esta casa.
El Viejo dio la vuelta y desapareció.
Mientras tomaba té frío, miraba la vajilla
craquelada, tantos años en su función, parecían deshacerse entre las manos.
El Señor Atencio tocaba el piano en el
subsuelo, los muebles de ese lugar, estaban cubiertos de telas agrisadas. El Viejecillo
arrastraba el codo sobre las telas y dejaba sólo el teclado a la vista.
La Señorita que escribía, tenía un sólo lugar
para ejercer su oficio. Había una araña de cristal que pendía sobre su cabeza. La
araña insecto, tejió una tela que llegaba a las paredes. Una pérgola de
diferentes tamaños.
Cuando la araña se cayó la escritora murió.
El Señor Atencio le dio trabajo a mi amigo Cerrajero,
con diploma. Empezó por las de abajo. Quedaron perfectas, usó el bronce que ya
tenían e hizo una adaptación. Cuando llegó a la última cerradura era de noche.
Tanto entusiasmo no le permitió ver que estaba encerrado. Gritó todo lo que
pudo, hasta quedar sin aire. Por la mañana el Cerrajero estaba muerto, murió de
miedo.
Hasta los cipreses lo lloraron, o tal vez
los que lloraron fueron los murciélagos que dormían entre sus ramas. El Señor
Atencio pidió una dispensa para poner los finados en la Bóveda Familiar, que
quedaba en su jardín.
Fui otra vez:
─Lamento estas contingencias, si necesitan
algo estoy a vuestra disposición.
Fui a La Plata, hace tres días, después de
no ir durante diez años. La casa Atencio tenía un cartel de chapa oxidada que
decía: Se Vende.
Los cipreses fueron sacados de cuajo y en su
lugar crecieron strelitzias.
(Continuará)

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