─Y si son tan buenos, ¿por qué todavía estoy
atada?
─Es por tu seguridad, te están buscando y tu
Madre no quiere que pierdas la vida.
─Si yo no hice nada, quiero saber quiénes
eran esos tipos que me encerraron. ¿Vos no sabés nada?
─Fue tu Marido el que los mandó, es un
mafioso. Los mismos tipos que te raptaron a vos y lo mataron a él.
─Ahora entiendo un poco más, era un empresario
que en vez de trabajar, sustraía. Tenía un
alto cargo en el Gobierno, la Justicia hacía la vista gorda. Y claro, yo
era muy joven cuando me casé con él. Él muy viejo para casarse conmigo.
Teníamos una casa en Puerto rico, viajábamos en una avioneta alquilada. En el
verano íbamos a EEUU, muy seguido, como si fuera un trabajo. “Pedro, este es el
décimo viaje que hacemos, al menos decime de qué se trata”, él me pegó una
cachetada y me llevó ambas manos hacia atrás.
─Vos quedate en el molde, si te preguntan no
le cuentes nada a nadie.
Yo pensaba que el viejo era un psicópata.
Entonces le pedí el divorcio y me lo negó. Cuando el Viejo se murió, empezaron
las amenazas telefónicas, comenzaron a seguirme dos autos negros. Me detuve, me
bajé y me acerqué:
─De
los negocios sucios de mi Marido, yo no sé nada, les pido por favor que no me
sigan más.
Logré que no me siguieran. Y empezaron los
porqués, los cómo, los cuándo.

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