Otra de las maldades de las hermanas, consistió
en buscar una caja de cartón, donde estaban las partidas de nacimiento de los
tres. Allí se enteraron que su hermano era adoptado, su nombre de pila:
Archimboldo.
─Con razón no se parece en nada a nosotras,
que somos inteligentes y él, burro.
─Le vamos a dar la noticia, dejame que hablo
yo.
Lo llamaron para comer.
─¿Sabés que sos adoptado?
─Bravo, ahora que no somos hermanos le voy a
pedir a Prudencia que esta noche me venga a visitar, desnuda y en camisón.
─Ni en pedo, primero que te estiren la cara
y otras partes del cuerpo también, si vos los considerás tus colgajos. Cuando
termines, hablamos.
Modesta:
─¿Cómo?, ¿no era que me tocaba a mí?
─Tendrás que pasar por pruebas dolorosas por
cierto, pero queremos saber tu umbral de dolor ─dijo Prudencia con gesto
perverso ─para probar tu hombría, según el resultado tendrás derecho a las dos.
Lo llevaron al sótano, siguiendo una frase
conocida: “las paredes oyen”, le hicieron sacar la lengua y vertieron caramelo
hecho a fuego medio, con cien gramos de azúcar. Archimboldo gritaba de dolor,
sus gritos llegaron a la Catedral. Para aliviarlo le pusieron tres cubitos de
hielo en la boca, pero las ampollas superaban al hielo.
Dejaron pasar un día y bajaron al sótano. Lo
sometieron a tomar un vaso de agua con cien pastillas laxantes.
─Vení conmigo y tomate este vaso de agua que
interrumpirá tus flatulencias constantes.
En dos horas, cubrió los pisos con sus
deposiciones y después pasó al jardín. Tuvieron que poner maderas en todas
partes, para no pisar aquello. El olor era tétrico, usaron perfumes franceses
para disimular.
─Pasé por todas las pruebas, ¿ahora puedo
estar con alguna de las dos? Cualquiera es lo mismo.
Esto lo decía con la lengua por el piso del
lugar. Cuando se compuso de la lengua, siguieron los estiramientos de la piel.
Los resultados fueron inesperados.
(Continuará)

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