En el extremo de la fila a pagar había una
mujer que sacó una tarjeta amarilla. La Cajera le dijo que no tenía fondos.
Entonces sacó otra, que tampoco tenía fondos, abrió la cartera y tenía una pila
de naipes de tarjetas, pero ninguna tenía fondos.
La fila de atrás protestaba por tanta
espera.
A la mujer que llevaba un carro lleno de
productos caros, se le acercó un Señor correcto y le dijo a la Cajera:
─Aquí tengo mi tarjeta, pago yo.
Después el Señor correcto la acompañó en la
salida y le llevó el carro hasta el
auto, le ayudó a llenar las bolsas mientras ella le preguntaba:
─¿Cómo? ¿Por qué usted hace todo esto?
El Señor correcto no le contestó, entró
directo a la cocina, vació todas las bolsas y encontró los lugares de cada
cosa, como si hubiera estado antes.
─Acá hace mucho tiempo que no se habla, se
siente en el aire. ¿No es así, Señora?
Tomó el sillón preferido de ella y se
repatingó. Pidió que le hiciera un café fuerte, para ver si quitaba su
cansancio. Se le entornaron los ojos y durmió.
Se sentó en una silla para vigilarlo. Hacer
entrar a un desconocido la preocupaba, se acordó del peligro que eso significa.
Violarla, pegarle, darle tijeretazos.
Mirando desde otro lado, el Señor correcto
leía mucho, tenían la misma formación. Criticaron Autores, elogiaron admirando.
Justo que se estaba poniendo el camisón, apareció el Señor Correcto:
─Si quiere, la ayudo con los botoncitos.
Tenía las uñas arregladas y pintadas
transparentes.
─Señor, creo que es hora que se vaya.
─Ni pienso, esta casa me resulta
encantadora, muy elegante y si usted duerme conmigo, como amigos digo.
─¡Basta! Usted tendrá su tarjeta y su
voluntad que todo lo puede, pero éste es mi lugar y le vuelvo a repetir, quiero
que se vaya o llamo a la Policía.
─Llámelos, son todos amigos míos, además yo
iba a seguir hasta que usted me pusiera límites.
Como no pudo lograr nada de ella, el Señor
Correcto se fue.
Arriba de la mesa se olvidó los deberes,
perdón, se dejó la tarjeta.

No hay comentarios:
Publicar un comentario