Se conectó el Psico Oliverio:
─Te propongo que hagamos tres Sesiones
Familiares, y vamos resolviendo.
─¿Pueden asistir Karina y Penélope?
─Si las considerás parte de tu familia, cómo
no.
─¿Y a mi examigo?
─También, miércoles 17 horas, chau.
En mitad de la Sesión me levanté y me fui,
la atmósfera se puso oscura, falaz. Psico Oliverio salió de su Consultorio.
Dijo que no fuera más. Yo era el blanco de todos, como ocurre en las familias
disfuncionales, casi border todos.
Llegué a mi casa y subí a la bohardilla.
Encontré una soga marinera, la ubiqué al lado de trescientos psicofármacos en
fila, con un vaso de agua al final. Un arcabuz del abuelo y una espada
harakiri. Colgué la soga de una viga, até la soga alrededor de mi cuello,
acerqué una silla y le pegué un puntapié. La viga se aflojó y cayó a mi lado.
De bronca me tomé todas las pastillas y las vomité enseguida en un jarrón.
El arcabuz del Abuelo funcionaba, pero no
tenía balas. La última esperanza era lograr hacerme el harakiri. Era tan pesada
la espada que no la pude levantar. Llegué a la conclusión de ser un fracasado.
Ni matarme pude.
Pensé en tirarme de la terraza, pero siempre
me dieron vértigo las alturas. Después de todo habría muchas personas que
tendrían que suicidarse. La primera sería la Tía Tola, la más enredista y
totalmente prescindible.

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