Las restricciones me cansaron. Llevar el
barbijo puesto, tener las dos vacunas. Que seamos todos descartables. Hoy no
puedo salir de mi casa, serán cuarenta y cinco días. La gente anda triste e
indignada, nos mataron la esperanza.
Estar libre, caminando como un sonámbulo. Le
pedí a mi Jefa seis días de licencia. Pidió que no la dejara sola tanto tiempo.
Yo, como secretario le manejaba la compu con textos de mandatos improvisados.
Cuando me despedí le cayeron dos lagrimones. Fue un honor para mí que llorara.
Me despidieron por exceso de personal. No la
vi más. Pasaron tres años y por casualidad tropecé cara a cara con ella. Me
dijo:
─Sos un ingrato, te esperé ansiosa, me
despidieron por exceso de personal.
─No te pongas mal porque yo pasé por lo
mismo, vení que te doy un abrazo.
Aquel abrazo se hizo eterno, demasiado para
lo poco que nos conocíamos. Era una chica muy sincera:
─Quiero que vivamos juntos.
Le contesté que no y me lo discutió:
─Te estás perdiendo todas las cosas que tengo
para vos.
Pensé en esas cosas y la extrañé, pero como
hago y deshago, mañana mismo me presentaré en su casa.
Tenía los ojos edematizados de tanto llorar,
luego se puso anteojos negros. Hicimos una ceremonia íntima, sin amigos ni
Padres ni nadie. Mi Primo nos casó de mentirita. Después nos fuimos a la cama.
¡Qué cosas tenía para mí aquella mujer! Cosas desconocidas, con esa cara de
tonta, qué raro que supiera tanto.
Ella me quería, me contó la verdad de lo
que pasó:
─Estaba sin trabajo y sin dinero, no tuve
otro remedio que ser una prostituta.
─Me gustan mucho las prostitutas. Vayamos a
prostituirnos en la cama. Y así estuvimos, meta y ponga todas las noches, antes
que el Covid-19 nos matara.

No hay comentarios:
Publicar un comentario