martes, 10 de agosto de 2021

AUTÓNOMO

 

   Lo dejaban en un costado de la vereda para que tomara sol. Andaba en una silla de ruedas, nosotros pasábamos y lo saludábamos, era el único momento que sonreía y le daba alegría. Éramos una banda de forajidos, le preguntamos al viejo si no quería dar una vuelta.

   Nos turnábamos para pasearlo. La calle era una bajada. Lo ubicábamos en la punta y la silla andaba sola.

   ─¡Eh, ché! Paren un poco, vienen autos, micros, camiones, cualquiera me pasa por encima.

   Así fue como un auto lo atropelló, él se cayó de la silla, pero no se pudo hacer nada, murió incrustado en el asfalto. Y lo más extraño de todo, era que la silla andaba sola. La seguimos pero no la pudimos alcanzar. Al Colegio íbamos en subte. Cuando vimos la silla, yo fui el primero en sentarse. El Subte frenó de golpe y los pasajeros cayeron unos sobre los otros, incluso yo. Cuando se abrieron las puertas, la silla fue la única que bajó primero.

   Nos encontramos varias veces con la silla, decíamos “Chau!” y se quedaba un ratito. Si alguno de nosotros tomaba asiento, la silla lo hacía caer y seguía su ruta. Las personas reparaban en ella, algunos trataban de seguirla. Entre la multitud se perdía enseguida. Iba a descansar al mismo lugar que estaba antes. Se ubicaba para tomar sol, la vimos nosotros.

   Cuando nos acercamos, ella empezó a andar a toda velocidad. Quería estar sola, por eso se fue a vivir a Orense, se detuvo en lo alto de un médano, parecía que miraba el mar. No parecía, lo miraba.

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