Las hermanas se llamaban Prudencia y
Modesta. La primera que murió fue Prudencia, la escritora. Dejó unos papeles
relatando la vida de sus dos hermanos. Nunca se llevaron ni mal ni bien, es
decir, no se llevaban.
El Señor Atencio cambió sus velas por un
candelabro de treinta velitas. Dijo Modesta:
─No sé para qué tantas velas, ¿pensás
incendiar la casa?
El hermano la miró con desprecio:
─A vos te llaman Modesta, un nombre
contrastante, porque lo menos que tenía su hermana era hacer ostentación de
virtudes, de belleza, de talento para todo, hasta para aprender la danza del
caño.
Con eso sacaba buenos dividendos, lo hacía
con caños oxidados. Los vecinos construyeron un tinglado a las puertas de su
casa. Se presentaba de noche, día por medio. Hacía también movimientos de
cadera, independiente del cuerpo, estilo oriental, allí la ovacionaban. Su
público era masculino y se hicieron adictos a las funciones. El óxido del caño
la lastimó, se le infectó y cerró sus piernas definitivamente.
El Señor Atencio pidió que se llevaran el
tinglado y por fin respiró.
─Te odio, Modesta, por lo que hiciste. Te
voy a llevar a tu cama entre mis brazos. Lo haré por la Prensa que nos están
sacando fotos y así borrar tu descaro. Parecía que estabas muerta, era cierto.
Para el Señor Atencio, su hermana estaba
muerta.
El Señor Atencio en vez de escuchar Misa,
leía el diario que le había robado a su vecina. La Misa lo aburría.
─¿Te confesaste?, ¿comulgaste? Y al final,
¿sos católico o no?
Él contestó de inmediato:
─No. Fue para salir de casa un rato. Nos hemos
gritado tanto en esta última semana. Empezar de nuevo me hastía, mis hermanas
que se arrancan los pelos a cada rato, o cuando jugamos a correr. Siempre soy
el último, pero tengo 99 años, se ve que a esta edad más que limpiarse el culo
no se puede hacer otra cosa.
─¿Y vos que nos corrés con una soga y a veces
la acertás? y un sogazo ligamos.
(Continuará)

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