Las hermanastras
eran una reproducción de la vida de Cenicienta. Analé tenía dieciocho años y un
Señor de cuarenta, la cortejó. Luego de un breve noviazgo, Analé, siguiendo
ideologías parentales, aceptó la propuesta, viudo reciente. Tras una ceremonia
fugaz, partieron a Turquía, era el lugar donde sus Padres murieron sin darle
tiempo a despedirse.
A cien metros
del Bósforo, Analé pasó dos años de martirio, con distintos focos que
lastimaron su autoestima. Nico traía a diario amigos y parientes que la
discriminaban por desconocer su idioma y costumbres. Quedó embarazada y Nico
quiso que naciera en Turquía y así obtener la doble nacionalidad.
Las hijas de
Nico hacían imposible la vida de Analé, le echaban sal en el té, subían la
temperatura del agua hasta quemarla, cuando se duchaba. El lugar se prestaba,
le hacían la cama turca. Analé llegó a Puerto. —Nico, tus niñas son una
bendición, para vos, lamento decir esto, conmigo son irrespetuosas y tienen
conductas malvadas.
Por fin el Padre
tomó las riendas del caso.
—Chicas, están aquí, en el escritorio, porque quiero
enterarlas que Analé y yo volvemos a Buenos Aires, Uds se quedarán dos meses
más en Turquía.
La más grande e
irresponsable preguntó: —¿Por qué este cambio?
El Padre, sin
mirarla, contestó: —Uds sabrán.
Nina nació un
bebé ideal, jamás incomodó a sus Padres y daba gusto criarla. A los dos meses
llegaron sus hermanastras, dulces y afectuosas.
—Milagro turco.-Decía Nico-.
A medida que
Nina crecía, las chicas modificaron su forma de trato hasta llegar a la
indiferencia, la pisaban sin querer. Le sacaban la lengua, la hamacaban hasta
que caía. Los Padres pensaban en una armonía tácita. Todo sucedía a sus
espaldas. Una de las chicas se hizo amiga de Nina y se disfrutaban mutuamente.
Las otras tres, hasta la pubertad, les escondían ropas, zapatos y lo más
terrible, juguetes y bicicletas.
El día del brazo
de Nina, quebrado por la más grande. Nico le comunicó a su esposa: —No quiero ser
injusto, pero hasta duermo alterado, voy a llevar tres de las niñas a Turquía,
sus Tíos, sin hijos, las tendrán a cargo.
Nico enfermó de
gravedad y murió en Turquía. Antes Analé recibió un llamado: —No quiero que
vengas, aunque no se pueda creer, las chicas se encargan de mí con una devoción
que tranquiliza mis últimos días de vida, te repito, me va mal que me veas.
Quiero que me regales quedarte con mi hija Nina y mi otra hija, son chicas aún…
La llamada le
pareció mentira, pero el dolor sanó rápido. Cuando el Escribano, junto a un
Abogado, citaron a Analé: —¿Puedo concurrir con mis dos niñas?, son grandes, me
sentiría más segura.
Lo permitieron.
Se leyó el Testamento Sucesorio. Las tres chicas mayores recibieron una casa
suntuosa aventanada al Bósforo y veintisiete millones de liras turcas, para
gastos a discreción.
Analé recibió la
casa grande de Buenos Aires, para Nina y su hermana, diez millones de Euros.
Hubo situaciones de enfrentamiento entre hermanas. Nina y su hermana, todos
ignoraban las razones, se distanciaron definitivamente, no se vieron más.
Nina lo vivió
como si le hubieran arrancado su referencia de hermandad. Cuatro días antes de
Navidad, Nina rindió los exámenes para obtener el Registro de Conductor, en el
cubículo donde había dos consultorios, para vista y audición. Primero llamó el
Oculista y casi en simultáneo llamó el Audiólogo.
—Srta Özkan, -Era
Nina- Srta Özkan, -Era su hermana, el mismo día, a la misma hora, en el mismo
lugar.