miércoles, 22 de mayo de 2019

ESPERO AL HOMBRE



   Desde el puente la luna dejaba su exacta redondez a mis ojos, se reflejaba en el río con rayas blancas y negras, o a la inversa, entre temblores del aire. Yo me acordé y fumé mi último pucho, promesas vanas que luego no cumplo.
   A diez metros de mí, un hombre joven sentado sobre el barandal, con los pies hacia afuera, también fumaba, postergando algo que tal vez fuera el último con certeza. Me acerqué, como si él no importara:
   —¿Me podés convidar con uno?
   Él me extendió el suyo. Estuve mal, le quité su cigarrillo y yo tenía un atado en el bolsillo, saqué dos, los prendí y le entregué uno.
   —Disculpá, pensé que no tenía.
   Él puso cara de no importarle nada, aceptó el pucho que le di. Pregunté por qué estaba con las piernas colgando hacia afuera.
   —Porque me gusta elegir y porque me largó mi novia, ando sin laburo y los viejos me echaron de casa. Miro los barcos de carga...¿Y a vos qué te chupa dónde estoy? Te creés que por un pucho berreta tengo que brindar testimonio. Andá donde estabas, acodate y fumate hasta la bruma que nos envuelve, dale, que te trague la neblina.
   Yo me fui donde estaba, es mi lugar, tiré el atado al río, me quedé con uno, el último y esta vez era cierto. Abajo del agua no se puede fumar.

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