Las mujeres que
esperaban en la sala, tipeaban sus celulares, menos Antonia, que carecía del rectangular
y le gustaba hablar con cualquiera, de cualquiera. Le dieron náuseas, que siete
mujeres solas, sólo prestaran atención a los celuloquios y sin sonido.
La Madre quería
que Antonia disimulara en algo su vejez. Le pagó cuatro sesiones de ácido
hialurónico. Pasó última, algo ingenua, Antonia fue atendida por una
dermatóloga bella de toda belleza y Antonia pensó que ella quedaría igual.
—¿Por dónde
querés empezar? Te lo pregunto porque tu cara tiene derrumbes, fisuras, pozos
en las comisuras te llegan al mentón, que se balancea de un lado al otro cuando
hablás. Te aviso que no hago cirugías, puede restaurar tus ojos, tal vez un
Cirujano…
Antonia pensó
con horror en cortes. —¿Y con maquillaje no lo podrá solucionar, Doctora?
Le brillaron los
ojos a la Docta: —Cómo no, Antonia, tengo una maquilladora que su propia
familia, se asombrará del cambio.
La Derma hacía
ruidos de vidrios y metales.
—Bueno, vamos a empezar por el entrecejo ¿te
duele, Antonia?, porque ya llevo media ampolla y apenas rellené la mitad, es
muy hondo. ¿Vos sos constipada?
Le dio pudor, la
pregunta, pero respondió:
—Doctora, yo no voy jamás al baño y por más que me
esfuerce no sale nada.
La Derma la miró
con ternura:
—¡Ah, claro, entonces es eso! Mirá, con estas inyeccioncitas, no
tendrás necesidad de acordarte del inodoro. El inodoro irá a vos regularmente.
Eso sí, tratá que no te siga a la calle, no está bien visto. Pensarán que sos
una mina cagadora, a ver, mm.
La tranquilizó lo
que le dijo.
Ay, esta mujer
me está por dejar sin ampollas y tengo dos pacientes más. Yo le introduzco una
porción de algodón hidrófilo y la corto acá.
Le tengo que
avisar de los moretones, que se guarde unos días en su casa y cuando se le pase
el estadío mapache, listo.
—Te quedó
brutal, tenés una piel bárbara, gruesa, como si hubieras vivido siete vidas,
pedí un próximo turno con mi Secretaria, acá hay trabajo para rato.
Antonia vivía al
candidato perdido. Tenía una vejez expandida en una cara que siempre fue de
bagayo, no se podía rescatar un ápice de belleza. Habló de inmediato con el
nuevo candidato joven e impotente.
—Holá? Berto, en
una semana llamo y te venís a comer. Soy otra, no me vas a conocer.
Se miraba al
espejo y el moretón se puso violeta intenso, daba paseos sorprendentes por toda
su cara, la papada parecía una berenjena.
Fue a un
peluquero, con anteojos inmensos y un turbante negro. Le contó su historia con
la Derma, Loli la tomó de las manos: —Mirá, bombón, si vos te bancás llevo tu
papada hacia la nuca, la coso con punto guante y la tapamos con una extensión.
Para el resto de la cara voy a realizar una mezcla elastizada de estuco y yeso.
Esto tapará tu color violeta y pienso teñirte mechas negras con algunas
violáceas.
Antonia le tenía
confianza ciega, a Loli. A ella le gustaba, pero él con delicadeza, dijo que no
era conveniente porque a él no le gustaban las mujeres. Antonia apreció su
sinceridad.
Berto, ni bien
la miró, le dijo que estaba hecha una regia. Había llevado unas pastillas para
que su impotencia quedara postergada y jugar en el lecho, como Eros manda.
Ella no podía
creer el armamento de Berto, ni entendió por qué le tapó la cara con la
almohada, toda la noche.

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