martes, 14 de mayo de 2019

TARDE NUBLADA TORMENTA ASEGURADA


   La canoa salió de Regatas, doblando dos kilómetros hasta el río abierto. A Paulo no le importó la polución, ni las manchas de petróleo, se tiró al agua en el único sector que tenía siete u ocho metros de hondo. Algunos decían diez, otros decían que había remolinos tragadores.
   A Paulo lo agarró un tragador. Yo gritaba y las canoas que pasaban a mi lado, indiferentes. No me quedó más que tirarme y encontré sus pelos, conseguí subirlo a la canoa. Lo puse boca arriba y resucitó con toses expulsadas. Venía una tormenta con rayos y truenos y la lluvia gruesa sobre nosotros aterrados. Quedé sola, con el remo partido, bordeando la costa. Paulo llevaba la cabeza inclinada sobre su pecho. —Flaca, dejá de hacer esfuerzos inútiles.
   Vi cómo él sacaba una pierna de la canoa, hacía pie y trepó a la costa. —El río es así, tramposo, me hacés reir, tenés cara de susto, “como perro en bote”.
   Le hice caso y me sentí estúpida, hacía rato que hacíamos pie y llegué a la costa. Paulo, que es como Cruela Devil, corrió volando entre sauces y cañaverales. —¡Pablo, esperame, guacho, te salvé la vida! Para el mundo no sos mucho, pero para tu vieja sí!
   Llegué a Regatas caminando kilómetros, el Club estaba cerrado. Me ardía el cuerpo, raspé con todo lo que encontré. En un costado, la moto de Paulo, en marcha. —Uy!, ¡La mujer de barro! Dale, subí que te llevo.
   No iba a jugar con mi dignidad, la cucaracha. Volví caminando a La Plata. El Camino Blanco, tiene muchos kilómetros, los hice.
   En una curva, una luz de calle, de esas que se iluminan a sí mismas y no al usuario, estaba ligeramente torcida y a sus pies de cemento, la moto de Paulo incrustada como un adorno de Navidad, el casco por un lado, la cabeza por otro y el resto no sé.
   No me gusta ver despostado a un traidor, pensé en el pulso repartido. El Camino Blanco se hizo intenso, cuando troté, después corrí y el viento en contra me partía la cara.
                                            

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