—En dos minutos
comemos.
Prometieron una
habitación para cada uno, a último momento nos mandaron a una pensión, un solo baño
para diez personas. Cuando te roban la intimidad es cosa fea. Este
hacinamiento, donde estudiábamos, con olor a feijoada. Nos acostumbramos.
Tocamos el timbre de la alegría. Todos íbamos a dar clase a los niños lugareños
por tres meses. Beca activa. En medio de la selva, con mucha planta y hojas que
se movían impulsadas por la curiosidad lugareña. Un pentágono, donde cada lado
era una caprichosa construcción de cañas con techos tejidos en fibras de dos
mil nombres. Cada una era un aula, dos Maestros por cada una. El objetivo:
alfabetizar.
Para divertirnos
nos sentábamos en círculo y el pizarrón era la tierra que estaba en el centro.
Eran una delicia esos ojos carbón, pestañudos, cacheticos y labios gruesos que
cerrados, imitaban todos los sonidos de la selva. Los Maestros de Música eran
los más amados. Una Maestra rubia con dos trenzas largas, vestida con delantal
moñudo y volados. Nosotros usábamos botines, temíamos, había tanta planta como
bichos. Ella andaba descalza, adaptaba episodios de “Alicia en el País de las
Maravillas” y los chicos la escuchaban con atención, ella se llamaba Alicia.
Todos comenzamos
el uso de la música para matemáticas, lenguaje. Alicia, la más anarca, subía a
los árboles donde le habían advertido que las serpientes rondaban mimetizadas
con enredaderas. Fue salvada de una coral, por el nativo que nosotros más
admirábamos, por sus huesos perfectos, su mirada, sus dientes, por muchos por.
Y sucedió, Alicia y Batú bajaron del árbol abrazados y no se desabrazaron nunca
más. Ella tuvo el privilegio de hablar su lengua y él hablaba castellano como
un porteño.
Al cabo de los tres meses no queríamos volver, pero
debíamos devolver lo que la beca nos permitió. Alicia se quedó con un
incipiente bombito y un buenmozazo, que la trataba como a una reina salvaje,
mirara por donde se mirara. Se nos ocurrió a los nueve restantes, acordamos
seguir y sin becas, en Maestros Sin Fronteras.
Las selvas
tienen más habitantes de lo imaginado y son mejores personas que los supuestos
civilizados. Allá se respira oxígeno y no se talan árboles.
El civilizado
tala de raíz y respira mierda.

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