viernes, 10 de mayo de 2019

SELVAS DOCENTES



   —En dos minutos comemos.
   Prometieron una habitación para cada uno, a último momento nos mandaron a una pensión, un solo baño para diez personas. Cuando te roban la intimidad es cosa fea. Este hacinamiento, donde estudiábamos, con olor a feijoada. Nos acostumbramos. Tocamos el timbre de la alegría. Todos íbamos a dar clase a los niños lugareños por tres meses. Beca activa. En medio de la selva, con mucha planta y hojas que se movían impulsadas por la curiosidad lugareña. Un pentágono, donde cada lado era una caprichosa construcción de cañas con techos tejidos en fibras de dos mil nombres. Cada una era un aula, dos Maestros por cada una. El objetivo: alfabetizar.
   Para divertirnos nos sentábamos en círculo y el pizarrón era la tierra que estaba en el centro. Eran una delicia esos ojos carbón, pestañudos, cacheticos y labios gruesos que cerrados, imitaban todos los sonidos de la selva. Los Maestros de Música eran los más amados. Una Maestra rubia con dos trenzas largas, vestida con delantal moñudo y volados. Nosotros usábamos botines, temíamos, había tanta planta como bichos. Ella andaba descalza, adaptaba episodios de “Alicia en el País de las Maravillas” y los chicos la escuchaban con atención, ella se llamaba Alicia.
   Todos comenzamos el uso de la música para matemáticas, lenguaje. Alicia, la más anarca, subía a los árboles donde le habían advertido que las serpientes rondaban mimetizadas con enredaderas. Fue salvada de una coral, por el nativo que nosotros más admirábamos, por sus huesos perfectos, su mirada, sus dientes, por muchos por. Y sucedió, Alicia y Batú bajaron del árbol abrazados y no se desabrazaron nunca más. Ella tuvo el privilegio de hablar su lengua y él hablaba castellano como un porteño.
Al cabo de los tres meses no queríamos volver, pero debíamos devolver lo que la beca nos permitió. Alicia se quedó con un incipiente bombito y un buenmozazo, que la trataba como a una reina salvaje, mirara por donde se mirara. Se nos ocurrió a los nueve restantes, acordamos seguir y sin becas, en Maestros Sin Fronteras.  
   Las selvas tienen más habitantes de lo imaginado y son mejores personas que los supuestos civilizados. Allá se respira oxígeno y no se talan árboles.
   El civilizado tala de raíz y respira mierda.    

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