Mi hijo cambia
de vivienda seguido. Si no es por robos reiterados, es por aumentos
trogloditas. Ahora consiguió uno más chico que el anterior. Baja el tamaño y
sube el precio. Éste le gustó porque es soleado, tiene un balcón más chico que
el otro, un dormitorio en vez de dos y ventanitas que dejan entrar el sol. El
clásico departamento de yeso, donde uno entra ¡Qué lindo! Y se va puteando.
Su gato, Tintín,
es para mí un nieto lindo, trigo, ronronero y considerado. Si está en un
sillón, se corre para cederte un lugar. Nosotros vivimos a cuatrocientos
kilómetros, él, cuando viene, dibuja en planta, lo que veremos en Enero. Odio
viajar a La Plata, el pueblucho donde vivo también lo odio y si viviera en
Suecia, también la odiaría. Mi vieja decía: “Esta chica vive en otro mundo”.
¡Ojalá hubiera otro! Aparecieron dos amigos de mi hijo, Frank, colombiano y Denisse,
francesa, se desconoce de dónde sacaban la guita, pero viajaban todo el año.
Vinieron a visitar el nuevo lugar de tiza, Tintín todavía chusmeaba todo,
encantado con nuevos escondites. Trajeron una perra tan snob como sus dueños.
Miraba a Tintín, con el oculto deseo de una presa. El gato se refugió en el
balcón y del susto cayó del cuarto piso. Lo internaron en la mejor clínica de
La Plata. Luego de una revisión exhaustiva, con toda clase de instrumentos,
estaba en buen estado. Sólo el paladar fisurado, que suturaron. La piel se recupera
sola. Para alimentarlo, le pusieron una cánula directo al esófago, para que su
paladar cicatrizara.
Me habló ayer a
la noche, para contarme, yo me puse a llorar como una loca, mi hijo hacía lo
mismo. Nos pasa partes diarios de cómo va Tintín. Ojalá que lo de las siete
vidas, sea cierto. Miré mis muebles deshilachados, de sus visitas anteriores y
no me importaría que los deshaga cuando venga. En cuanto a la familia
itinerante y su perro asesino, que se vayan a la concha de su Madre, que se
ahoguen en Colombia, les caguen a tiros el perro y no haya Veterinarias
abiertas.

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