viernes, 31 de mayo de 2019

BÓSFORO



   Las hermanastras eran una reproducción de la vida de Cenicienta. Analé tenía dieciocho años y un Señor de cuarenta, la cortejó. Luego de un breve noviazgo, Analé, siguiendo ideologías parentales, aceptó la propuesta, viudo reciente. Tras una ceremonia fugaz, partieron a Turquía, era el lugar donde sus Padres murieron sin darle tiempo a despedirse.
   A cien metros del Bósforo, Analé pasó dos años de martirio, con distintos focos que lastimaron su autoestima. Nico traía a diario amigos y parientes que la discriminaban por desconocer su idioma y costumbres. Quedó embarazada y Nico quiso que naciera en Turquía y así obtener la doble nacionalidad.
   Las hijas de Nico hacían imposible la vida de Analé, le echaban sal en el té, subían la temperatura del agua hasta quemarla, cuando se duchaba. El lugar se prestaba, le hacían la cama turca. Analé llegó a Puerto. —Nico, tus niñas son una bendición, para vos, lamento decir esto, conmigo son irrespetuosas y tienen conductas malvadas.
   Por fin el Padre tomó las riendas del caso.
    —Chicas, están aquí, en el escritorio, porque quiero enterarlas que Analé y yo volvemos a Buenos Aires, Uds se quedarán dos meses más en Turquía.
   La más grande e irresponsable preguntó: —¿Por qué este cambio?
   El Padre, sin mirarla, contestó: —Uds sabrán.
   Nina nació un bebé ideal, jamás incomodó a sus Padres y daba gusto criarla. A los dos meses llegaron sus hermanastras, dulces y afectuosas. 
   —Milagro turco.-Decía Nico-.
   A medida que Nina crecía, las chicas modificaron su forma de trato hasta llegar a la indiferencia, la pisaban sin querer. Le sacaban la lengua, la hamacaban hasta que caía. Los Padres pensaban en una armonía tácita. Todo sucedía a sus espaldas. Una de las chicas se hizo amiga de Nina y se disfrutaban mutuamente. Las otras tres, hasta la pubertad, les escondían ropas, zapatos y lo más terrible, juguetes y bicicletas.
   El día del brazo de Nina, quebrado por la más grande. Nico le comunicó a su esposa: —No quiero ser injusto, pero hasta duermo alterado, voy a llevar tres de las niñas a Turquía, sus Tíos, sin hijos, las tendrán a cargo.
   Nico enfermó de gravedad y murió en Turquía. Antes Analé recibió un llamado: —No quiero que vengas, aunque no se pueda creer, las chicas se encargan de mí con una devoción que tranquiliza mis últimos días de vida, te repito, me va mal que me veas. Quiero que me regales quedarte con mi hija Nina y mi otra hija, son chicas aún…
   La llamada le pareció mentira, pero el dolor sanó rápido. Cuando el Escribano, junto a un Abogado, citaron a Analé: —¿Puedo concurrir con mis dos niñas?, son grandes, me sentiría más segura.
   Lo permitieron. Se leyó el Testamento Sucesorio. Las tres chicas mayores recibieron una casa suntuosa aventanada al Bósforo y veintisiete millones de liras turcas, para gastos a discreción.
   Analé recibió la casa grande de Buenos Aires, para Nina y su hermana, diez millones de Euros. Hubo situaciones de enfrentamiento entre hermanas. Nina y su hermana, todos ignoraban las razones, se distanciaron definitivamente, no se vieron más.
   Nina lo vivió como si le hubieran arrancado su referencia de hermandad. Cuatro días antes de Navidad, Nina rindió los exámenes para obtener el Registro de Conductor, en el cubículo donde había dos consultorios, para vista y audición. Primero llamó el Oculista y casi en simultáneo llamó el Audiólogo.
   —Srta Özkan, -Era Nina- Srta Özkan, -Era su hermana, el mismo día, a la misma hora, en el mismo lugar.

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