Hoy llamamos a
nuestro Hijo, hace ocho meses que no nos vemos, queremos ir a La Plata y no
sabemos cómo se pide el permiso. Tengo miedo de ver al Intendente y del asco
vomitarle en la cara. Mi Marido desconoce la tecnología internetiana. Yo llegué
al teléfono de bakelita y después no entendí más nada. Ni quise ni pude.
Nuestro Hijo le
enseñó al Padre, que es más inteligente que yo, los pasos a seguir para viajar
de Tandil a La Plata. Tardó una hora y media, para explicar cuál era el trámite
a seguir, que se realiza con celular. Mi marido lo escuchaba atentamente.
—Mirá, Papá,
apretás un botón rojo y te darás a conocer con tu nombre completo, tendrás que
sacar una foto de tu documento, apretás el botón de abajo y te preguntarán tu
domicilio, con el número correspondiente del celular, el teléfono fijo, el día,
el año y la hora en que naciste. Luego te preguntan la razón de tu viaje. Les
tendrás que decir que es por mudanza. Te van a preguntar a qué dirección de La
Plata irás. El trámite de aceptación te lo otorgan en cuarenta y ocho horas.
El Padre anotó
todo y le contestó sincero:
—Hijo, yo no
entiendo nada, si aprieto un botón me manda a otro y hasta me inventa un nombre
que yo no puse.
—Bueno, Viejo,
yo creo que con tu aspecto cervantino y tu hablar cuidadoso, Mamá a tu lado,
como si siempre hubiera sido una esposa fiel y callada. Nadie te va a parar.
—Sí, pero a mí
me da miedo.
—Ostias, ¿cómo
no podés entender algo tan sencillo? Si no, salgan con el auto y vengan
derecho. Si detienen tu auto, los mirás con cara de malo y corrupto y les
preguntás: “¿Ustedes saben con quién están hablando?” Ellos se abrirán y te
dejarán pasar, te pedirán perdón y tal vez te conviden un triángulo de pizza.