miércoles, 9 de septiembre de 2020

EL CHURRO ENAMORADO

 

   El viaje se hizo corto, gracias a un señor, con aspecto de peón de campo. Hacía dedo, nadie lo levantaba. El sol caía perpendicular a su cabeza con boina, los cuarenta grados no lo afectaban, vestía una camisa prístina y bombacha de campo recién planchada.

   —Gracias por el aventón, voy hasta Las Armas y luego a San Bernardo. Me pueden dejar donde quieran, si es otro su destino.

   Cuando subió al auto, se mezcló el olor de Agua Florida, con leche de ordeñe, tierra seca y mate cocido.

   —A mí me gusta trabajar. Soy viejo y donde haiga trabajo, allí me quedo. A los siete años ya era peón de Albañil, vendí Diarios, recolecté zapallos, me fui a la Capital y manejé taxis, una punta de años, son tristes los porteños. Donde le subía uno alegre, era una fiesta.

   Tenía voz ronca y la usaba como contando secretos.

   Los sentí como una canción de cuna, me dormí. Andrés lo escuchaba, porque el tipo era un personaje de libro.

   —¿Sabe, Don?, lo mejor y lo peor que me pasó, fue enamorarme. Linda la China, usté viera. Fuimos novios dos años y vio cómo son las mujeres, con perdón de la señora que duerme, se desenamoró. Ella sí, pero yo la seguí queriendo. Largué el taxi, me fui de Buenos Aires, cuando ya era todo puro edificio y basura. Volví a mi rancho y respiré lindo. Lo arreglé todo, mientras hacía quinta. Cada vez que necesitaba un descanso, la recordaba. Volví a los tomates y las lechugas, pa que se me fuera el dolor del pecho, vio cómo es. Ahora voy para San Bernardo, tres meses me quedo, tres.

   Quedó callado el hombre, hasta que le dije:

   —Qué bueno, tiene tres meses de vacaciones.

   Él pensaba, era como si fuera un ratito. Luego arremetía:

   —Voy a trabajar, hace como veinte años que vendo churros en la playa. Me conocen todos ya, al carro, que dice bien grande “EL CHURRO ENAMORADO”. Los churros que hago son perfetos, perdón por mandarme la parte, salen escurridos, azucarados, hecho en aceite nuevo, todo produto noble. A veces paro el carro y miro el mar, el horizonte, no escucho a nadie aunque gritonee. Es ella, no me puedo olvidar. Ni quiero. Nadie sabe por qué, el nombre que elegí para mi carro, pero la gente me dice “el churro enamorado”. Yo no me muevo, esas ausencias son para ellas. Aquí me queda bien.

   Se bajó, nos dio su mano callosa, junto con un: “Que Dios los proteja”. Nos miró partir, como si algo de él hubiera quedado en el auto.  Tenía razón.

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