Se tiró de un
cuarto piso, se desconocen las razones.
Nos pedía que
subiéramos el sonido de la música. Solíamos escuchar discos de su predilección.
En el alféizar de la ventana, tocaba música de Eric Satie, con una guitarra de
concierto. Escuchábamos del patio de abajo, el mismo lugar donde cayó,
conciertos angelados.
Le gustaba
Piazzola y el concierto de Aranjuez.
—No me explico
cómo una chica talentosa, que si no tocaba, cantaba, pudo tomar esa decisión.
—Yo creo que fue
un gesto de lucidez. Una chica diferente y el diferente en general está solo.
Me extrañó la
reflexión de Baltar. En algo tenía razón, era sola de toda soledad. Vivía con
su Madre y sólo hablaba la chica. La Madre debía ser muda.
Una vez que la
encontré en el pasillo, dijo: —Te tengo que pedir un favor. Si te doy esta canasta
y coloco dos roldanas, ¿vos me podés subir las cosas que necesite del
almacén?
Parecía
divertida la propuesta y le dije “cómo no”, explicando mis horarios. Era
vegetariana, mejor, no me gustan las carnicerías. Tenía una mirada lacia y un
pelo con tirabuzones.
Baltar se
encargó de limpiar el patio y la Policía de llevar su cadáver. Llenamos de
plantas, donde la escuchábamos.
—Lo único que
sabemos, es que vivía con su Madre.
Cuando tiraron
la puerta abajo, nos enteramos que la Madre no existía, era una alucinación,
creada por su soledad. Por las noches escuchábamos acordes espaciados. Los dos
pensábamos lo mismo. Eran un regalo que nos dejaba a nosotros. Algunos Vecinos
pedían explicaciones. No había nada que explicar.

No hay comentarios:
Publicar un comentario