sábado, 19 de septiembre de 2020

LA MUJER PARECIDA A MÍ

 

   Las propagandas desde el call center eran odiosas. Mi trabajo necesitaba tener la línea desocupada. Había veces que la escuchaba por piedad.

   —Buenos Días, Señor, le podemos ofrecer el Servicio de Trenet, con auriculares permanentes con un costo…. —y el verso de siempre.

   Así era todos los días, en horarios diferentes.

   —Disculpá, pero necesito la línea desocupada. Si me seguís jodiendo te corto en la oreja. No me interesa nada. Tengo amigos que ni siquiera atienden, levantan el tubo y lo vuelven a colgar. Entiendo que es tu trabajo, pero no me vuelvas a llamar, me complica.

   Un domingo, me volvieron a molestar. ¡Un domingo! Número bloqueado, funcionan así.

   —Decime. —y casi la puteo.

   —Por favor, no hablo desde mi trabajo, sino porque me encanta tu voz. Si te invito a tomar un café, ¿aceptarías?

   Le dije que sí. Por curiosidad. Necesité conocerle la cara.

   Ella me esperaba.

   —Ey, estoy acá, vení sentate.

   Obedecí como un perrito, vino el mozo y le pedí dos cafés. Ella dijo:

   —Yo prefiero un whisky sin hielo.

   Me resultó exótico su pedido, eran las diez de la mañana, arrastraba las palabras con mucha sensualidad. Terminamos de hablar pavadas y me invitó a su departamento. Cuando abandonó su silla no lo pude creer, tenía un vestido de noche, transparente, dejaba ver todas sus gracias. Pecho hacia adelante y ¡un culo!, que no lo hizo jugando a las figuritas.

   Su piso era infartante, con enormes ventanales sin cortinas y sillones de terciopelo que invitaban a desplomarse. Ella me miraba con admiración.

   —¿Te puedo mostrar mi dormitorio?

   No podía salir de mi asombro cuando empezó a quitarse la ropa. Guau, la mina era un despelote. Me rompió la camisa saltando todos los botones. Lo demás corrió por mi cuenta, me saqué los pantalones.

   —Vayamos despacio, yo me encargo de eso.

   Lo hizo tan bien, mientras me acariciaba, se sentó en la cama. Tuve vergüenza cuando saltó mi miembro parado. Era obvio que estaba loca, no pasó nada de nada. Se vistió con un jean gastado y una remera, sin corpiño.

   —Ya estás grande, ponete los pantalones, la camisa sin botones, te queda fantástica. Vamos a hacer footing, de paso tomamos el prana de la mañana.

   En el ascensor me limpió los dientes con su lengua.

   —Siempre es mejor que con el cepillo.

   Corría tanto y era tan ágil, que la perdí de vista. Cuando estaba elongando la alcancé.

   —¿Y si ahora conocés dónde vivo? —le pareció bien. Mirá que no tiene nada que ver con tu depto.

   Subimos y ella sonrió con esfuerzo, eran cuatro pisos sin ascensor, trepaba los escalones de tres en tres. Abrí la puerta.

   —Es un monoambiente, donde trabajo todo el día con cuatro computadoras y un teléfono. Tengo una biblioteca que te va a gustar, están las obras completas de los autores más importantes.

   —Detesto los libros, me gustan las revistas de decoración.

   Había un espejo con humedad, nos miramos tomados del brazo, quedé desbundado, era tan parecida a mí. Los dos fumábamos marlboro.

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