Las propagandas
desde el call center eran odiosas. Mi trabajo necesitaba tener la línea
desocupada. Había veces que la escuchaba por piedad.
—Buenos Días,
Señor, le podemos ofrecer el Servicio de Trenet, con auriculares permanentes
con un costo…. —y el verso de siempre.
Así era todos
los días, en horarios diferentes.
—Disculpá, pero
necesito la línea desocupada. Si me seguís jodiendo te corto en la oreja. No me
interesa nada. Tengo amigos que ni siquiera atienden, levantan el tubo y lo
vuelven a colgar. Entiendo que es tu trabajo, pero no me vuelvas a llamar, me
complica.
Un domingo, me
volvieron a molestar. ¡Un domingo! Número bloqueado, funcionan así.
—Decime. —y casi
la puteo.
—Por favor, no
hablo desde mi trabajo, sino porque me encanta tu voz. Si te invito a tomar un
café, ¿aceptarías?
Le dije que sí.
Por curiosidad. Necesité conocerle la cara.
Ella me
esperaba.
—Ey, estoy acá, vení
sentate.
Obedecí como un
perrito, vino el mozo y le pedí dos cafés. Ella dijo:
—Yo prefiero un
whisky sin hielo.
Me resultó
exótico su pedido, eran las diez de la mañana, arrastraba las palabras con
mucha sensualidad. Terminamos de hablar pavadas y me invitó a su departamento.
Cuando abandonó su silla no lo pude creer, tenía un vestido de noche,
transparente, dejaba ver todas sus gracias. Pecho hacia adelante y ¡un culo!,
que no lo hizo jugando a las figuritas.
Su piso era
infartante, con enormes ventanales sin cortinas y sillones de terciopelo que
invitaban a desplomarse. Ella me miraba con admiración.
—¿Te puedo
mostrar mi dormitorio?
No podía salir
de mi asombro cuando empezó a quitarse la ropa. Guau, la mina era un despelote.
Me rompió la camisa saltando todos los botones. Lo demás corrió por mi cuenta,
me saqué los pantalones.
—Vayamos
despacio, yo me encargo de eso.
Lo hizo tan
bien, mientras me acariciaba, se sentó en la cama. Tuve vergüenza cuando saltó
mi miembro parado. Era obvio que estaba loca, no pasó nada de nada. Se vistió
con un jean gastado y una remera, sin corpiño.
—Ya estás
grande, ponete los pantalones, la camisa sin botones, te queda fantástica.
Vamos a hacer footing, de paso tomamos el prana de la mañana.
En el ascensor
me limpió los dientes con su lengua.
—Siempre es
mejor que con el cepillo.
Corría tanto y
era tan ágil, que la perdí de vista. Cuando estaba elongando la alcancé.
—¿Y si ahora
conocés dónde vivo? —le pareció bien. Mirá que no tiene nada que ver con tu
depto.
Subimos y ella
sonrió con esfuerzo, eran cuatro pisos sin ascensor, trepaba los escalones de
tres en tres. Abrí la puerta.
—Es un
monoambiente, donde trabajo todo el día con cuatro computadoras y un teléfono.
Tengo una biblioteca que te va a gustar, están las obras completas de los
autores más importantes.
—Detesto los
libros, me gustan las revistas de decoración.
Había un espejo
con humedad, nos miramos tomados del brazo, quedé desbundado, era tan parecida
a mí. Los dos fumábamos marlboro.

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