Me compraron
cuando tenía 45 días. Mis nuevos dueños, resultaron buenos y cariñosos, mis
ojos celestes eran la envidia de los otros gatos. Yo pensé que me hacían un
círculo alrededor, para que no tuviera frío. Mi dueña me levantaba para que
durmiera con ella y su consorte. Hacía mimos suaves, me llamaba Siam, por ser
un siamés. Los otros gatos se indignaban y maullaban toda la noche.
Como soy
extranjero, tenía documentos y domicilio constituido. El trato era especial.
Los demás eran gatos bizarros, con manchas desprolijas y uñas filosas. Cuando
me dejaban solito, ellos aprovechaban y me daban arañazos que dolían. Después
se arrepentían. Me bañaban con sus lenguas, bastante ásperas, pero con buenas
intenciones.
Cuando mis
dueños volvían se daban cuenta de todo. Los retaban y decían:
—Siam se baña
solo y no deben descargar sus celos con él.
No sé si
entendieron, pero a partir de ahí, jugaban entre ellos y me discriminaban. A mí
no me gustaba la gatofobia y decidí unirme a sus juegos. Me hacían una
pelotita, me empujaban por toda la casa, como si jugaran al footgato.
Fui creciendo
sin darme cuenta, llegué a tener el mismo tamaño que ellos. Inventé una forma
de venganza, los hacía pasar por un aro de fuego, después por dos y luego por
tres. Comenzaron a respetarme, a pesar de sus quemaduras, eran torpes sin
querer, dormían en mis lugares preferidos.
Me enamoré de
una gata blanca que tenía un ojo celeste y otro azulado. Cuando quise aparearme
con ella, la mordía en el cogote, no decía nada y hasta le gustaba. Cuando
quedó preñada, tuvo cuatro gatitos. Dos se parecían a ella y dos a mí.
Con qué devoción
los amamantaba, nuestros dueños se emocionaban. Fuimos al Veterinario para
darnos el antiparasitario, el antipulgas y allí dijo que era necesario
castrarnos a todos.
—¡Pero si es la
única diversión que tienen! -dijo nuestra dueña. ¿O a usted le gustaría que le
corten las bolas y a su mujer le saquen los ovarios?, va en contra de la
naturaleza gatuna, ellos deben reproducirse.
Pasó un tiempo y
las gatas quedaron preñadas y los gatos cuidaban de todas sus familias.
Nuestros dueños estaban encantados y nos daban caviar los fines de semana y
alimento para gatos, del más caro y nutritivo.
Mi gata se llama
Flora, no sé por qué. Nos hicieron una casa con una puerta vaivén. Tenía toda
clase de juegos. Para llegar hasta el techo, yo pude caminar por las paredes.
Después hubo
confusiones de enamoramientos. Los únicos fieles éramos Flora y yo.

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