Hacía nueve días
que no visitaba el retrete, mi panza parecía como cuatro meses de embarazo. Una
amiga me dio dos pastillas, primero que tomara una sola y pasados tres días,
probara con la otra.
Soy muy ansiosa,
tomé las dos juntas. Ni bien me senté, no paraba de cagar, como hace el
Gobierno, que te caga y te caga y no para de cagar. Me limpié con medio rollo
de papel y cuando apreté el botón, rebalsó la poceta hasta la alfombra del
pasillo. Se ve que la pobre no pudo soportar aquella carga desmedida. Usé la
sopapa, que se soltó del palo y no la pude rescatar. Metí el brazo y al final
la saqué. Pasé el secador y varios trapos de piso.
Cuando me miré
en el espejo, estaba marrón de la cabeza a los pies. Por no llegar tarde al
laburo, me limpié con un tohallón. Me senté en el escritorio y todos me
miraron.
—¿Qué te pasó?
—Me excedí en la
cama solar para oscurecer mi piel tan blanca.
—Valió la pena,
te quedó como si hubieras tomado sol en el Caribe.
Al rato, todos
fruncían la nariz. El personal se retiró en dulce montón a la oficina de al
lado, no sin antes cerrar la puerta. Mi Jefe, que carecía de olfato, dijo:
—Vine a trabajar con usted, para que no se sienta tan sola, me parece que sus
compañeros, no le guardan simpatía. No se preocupe, ya van a volver.
Cuando regresé a
casa, me quise matar, perdón, me equivoqué, me quise bañar, abrí las canillas y
no salía agua. Estaba cortada. Al día siguiente avisé que faltaba. Pude
escuchar los aplausos. La gente es una mierda.

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