—¡Gracias por
venir al Aeropuerto! Y poder conocer a tu familia.
—No es nada,
Quintina, después de tantos años, me dio felicidad el aviso que venías.
Se abrazaron.
Quintina notó que Raquel, estaba flaca puro hueso y sintió que una mujer obesa, la estaba
partiendo.
Dijo Quintina:
—Veo que seguiste esos mandatos obsoletos, no te enojes, te conozco tan bien,
que elegiste tu momento de estar tranquila. Dale Raquel, vamos a tu casa que
los quiero ver. ¡Uácala! Te casaste con un buenmozo y tres hijos tan altos que
nos llevan dos cabezas.
Todos se
saludaron con palmadas de mano.
Empezaron por la
comida y dos vinos que llevó Quintina de Alemania. Cuando se quitó su abrigo,
grueso y forrado en piel, apareció una mujer más delgada, con cirugías nuevas,
nada exagerado. Tenía la mirada tranquila y esa voz gruesa de fumadora
genética.
—Ahora que
estamos solas, contame cómo estás vos.
—Me dedico a
escribir todos los días, mi Marido trabaja de la mañana a la noche. Y los
chicos están por dejar el nido, se van a estudiar a Buenos Aires. Ahora te
cuento la parte más feíta, me encuentro muy enferma y no quiero morir antes de
morirme. Guardá mi secreto, ni mi Esposo ni los chicos, están enterados y yo
juego a que no pasa nada. Quintina, por favor, no pongas cara de triste,
regalame tus risas que las tengo guardadas para siempre. Todavía no perdí la
esperanza que se revierta. ¿Te acordás cómo nos divertíamos? Hablemos de eso,
aumenta los glóbulos rojos.
—Vos querés
saber a qué me dedico, ¿no? Paso mi tiempo escribiendo como vos, pero mi
principal actividad, es robarle los Maridos a mis amigas, después se los
devuelvo como nuevos. No me enamoro, es mi única defensa para no fomentar
disgustos irreparables. Hablando de todo un poco, me encantó tu hijo más
grande, pero no te preocupes, acordate el viejo adagio: “el que se acuesta con
chicos, amanece meado”. Y a mí siempre me gustó hacer pis en el inodoro.
Las dos largaron
carcajadas, como era antes, como es ahora.

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